Los BRICS y América Latina se equivocan/Jorge G. Castañeda, ex Secretario de Relaciones Exteriores de México (2000-2003) y profesor Distinguido Global de Estudios Políticos y Latinoamericanos de la Universidad de Nueva York.
Traducción de Kena Nequiz
Project Syndicate, 26/09/11
En la votación celebrada en las Naciones Unidas hace 64 años sobre lo que se conoció como la partición, a raíz de la cual se creó el Estado de Israel, y posteriormente se le otorgó la condición de miembro de pleno derecho, varios países latinoamericanos –Brasil, El Salvador, Argentina, Colombia, Chile y Honduras- se abstuvieron o, en el caso de Cuba, votaron en contra de las resoluciones pertinentes. En el tema de la partición México se abstuvo, pero votó a favor de admitir a Israel en las Naciones Unidas unos meses después, y más tarde reconoció al Estado judío, pues comprendió que no tomar ninguna postura en el embrollo de Medio Oriente servía más a su interés nacional.
En las siguientes semanas la mayoría de los países latinoamericanos votarán a favor de alguna forma de membresía en las Naciones Unidas o reconocimiento como Estado que la Autoridad Palestina está solicitando. Sin embargo, algunos países no lo harán. No es un asunto sencillo para Brasil y Colombia, los dos países latinoamericanos que son miembros no permanentes del Consejo de Seguridad, ni para Cuba, Nicaragua, Venezuela, Costa Rica, Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Perú, Uruguay y Honduras, que ya reconocieron a Palestina, pero aún no han votado para darle la condición de “observador” en las Naciones Unidas.
Para ser miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad debe hacer una recomendación a la Asamblea General; pero igualar la categoría de la Autoridad Nacional Palestina a la del Vaticano –que en teoría le permitiría participar en muchos organismos de las Naciones Unidas, incluida la Corte Penal Internacional – requiere solamente dos tercios de los votos de la Asamblea General. En cualquier caso, las consecuencias políticas relegan a segundo plano los asuntos legales o burocráticos. Obligar a los Estados Unidos a usar su veto en el Consejo de Seguridad u obtener el apoyo de más de 150 de los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas en la Asamblea General sería una gran derrota para Israel y los Estados Unidos, por lo que el voto latinoamericano es importante.
Brasil ha señalado que tiene la intención de votar en el Consejo de Seguridad a favor de recomendar la admisión de Palestina a la Asamblea General; Colombia ha dicho que planea abstenerse. La mayoría de los otros países latinoamericanos votarán probablemente a favor de alguna forma de estatus ampliado de la Autoridad Nacional Palestina.
La comunidad judía de los Estados Unidos, y en menor medida la administración del Presidente Barack Obama, han intentado convencer a Chile y a México, que aún no han dado a conocer su postura, que de nada serviría aislar a Israel (o, para ese caso, a los Estados Unidos) en este asunto. En efecto, el que la Autoridad Nacional Palestina fuera un Estado de pleno derecho no cambiaría nada en la práctica si Israel y los Estados Unidos no lo aceptan –y México y Chile podrían perder mucho al distanciarse de un aliado en un asunto de gran importancia para él.
En resumen, como hace más de medio siglo, la región no se ha expresado con una sola voz en estos asuntos cruciales. Ahora como entonces, la mayoría de los países de América Latina no han tomado una posición de principio –a favor o en contra de Israel o de los palestinos. En cambio, han seguido un camino de conveniencia en función de la influencia y fuerza relativa de sus comunidades judías o árabes, y de la insistencia de Washington o del llamado bloque ALBA, compuesto por Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Paraguay.
La falta de convicción de los latinoamericanos en asuntos tan serios como ese –a excepción de los países del ALBA, que tienen ideales equivocados, pero al menos creen en ellos casi religiosamente- ha marginalizado a la región en otros asuntos internacionales importantes, como la reciente crisis en Libia, y la que se desarrolla en Siria. En cuanto a la resolución de las Naciones Unidas que establece una zona de exclusión aérea y la protección de civiles en Libia, Brasil, junto con los otros tres “BRICS” (y aspirantes a potencias mundiales) –Rusia, India y China- se abstuvieron. El cuarto, Sudáfrica, aceptó pero a regañadientes.
Y ahora, en lo que se refiere al intento estadounidense y europeo de imponer sanciones aprobadas por las Naciones Unidas al Presidente de Siria, Bashar al-Assad, los BRICS han ido de mal en peor. Primero, enviaron una misión de tres países (Brasil, India y Sudáfrica) a Damasco para “persuadir” a Assad de que no mate a su pueblo. Huelga decir que no les contestó que, en efecto, había asesinado unos cuantos miles, pero que ahora que lo mencionaban trataría de tener más cuidado.
Hicieron declaración tras declaración argumentando que Siria no era Libia y que no permitirían otra intervención occidental para cambiar el régimen en otro país árabe sólo porque su pueblo parecía molesto con el dictador local. Un alto funcionario de una ONG de derechos humanos dijo que: “Están castigando al pueblo sirio porque no les agradó que la OTAN transformara el mandato de protección a los civiles en Libia en uno para cambiar al régimen.”
Dada su creciente participación en la economía global, es comprensible que los países latinoamericanos más grandes, junto con los demás BRICS, estén buscando un papel mundial de mayor influencia. Esta no es la forma de lograrlo
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