24 oct 2012

Elecciones americanas: empate técnico/ Rupérez

Elecciones americanas: empate técnico/ Javier Rupérez, embajador de España.
Publicado en ABC | 24 de octubre de 2012.

Muestra la experiencia, rigurosamente analizada y cuantificada en la práctica electoral americana, que los debates entre los candidatos a la presidencia o a la vicepresidencia de los Estados Unidos suelen tener poca influencia sobre el resultado final. Se citan como parciales excepciones el debate entre Kennedy y Nixon, en los albores del uso televisivo para esas contiendas, en 1960, cuando el cuidado de la imagen del primero se impuso al abandono de la del segundo, y uno de los que mantuvieron George W. Bush y Al Gore en 2000, cuando las manifiestas y maleducadas muestras de impaciencia del segundo frente al primero acabaron por pasarle factura al todavía vicepresidente de Bill Clinton. Seguramente a esas pocas y muy contadas excepciones quepa ya añadir, sea cual sea el resultado final, el debate mantenido entre Barack Obama y Mitt Romney el 3 de octubre en la Universidad de Denver que, ante la general sorpresa, otorgó una victoria aplastante al candidato republicano frente a un presidente ausente, desenfocado y huidizo. Allí donde hasta el momento Obama mantenía sobre su contrincante una ventaja de siete puntos, los dos quedaron igualados en expectativa de voto en cuestión de horas. Lo notable es que la celebración de los dos restantes debates presidenciales —y uno entre los candidatos a la vicepresidencia Joe Biden y Paul Ryan— no haya alterado esa tendencia. En cualquiera de las encuestas disponibles Obama y Romney aparecen igualados a puntos —47 o 48 por ciento del total del electorado— en una proyección que sólo hechos extraordinarios podrían alterar a solo dos semanas de la celebración de las elecciones. El último de los debates celebrado ayer mismo, en la Universidad de Lynn, en Florida, y dedicado a la política exterior, ganado ampliamente por Obama, sirvió sin embargo para que Romney apareciera como un líder moderado, capaz de consensuar con la Casa Blanca muchas de sus actuales políticas, y alejado en cualquier caso de cualquier tentación belicista o aventurera.
No deja de producir cierta sorpresa que el mismo candidato que llegara a la Casa Blanca en 2008 en olor de multitud, depositario de un inmenso caudal de esperanza, a la que él mismo con tanto éxito había invocado, se encuentre cuatro años más tarde en la estrechez de unas predicciones que anuncian, en el mejor de los casos, una victoria por escaso margen, y en el peor, una amarga derrota. Tanto más cuanto que pareciera como si los republicanos, desgarrados entre la moderación y el radicalismo, no pudieran ser capaces de encontrar una figura que hiciera contrapeso al mítico habitante de la mansión presidencial. En estos vericuetos imprevistos de toda sociedad democrática, y contra todo pronóstico, Mitt Romney ha sabido encontrar el acento justo para levantar una alternativa creíble a la otrora inexpugnable mayoría presidencial. Tenían razón los que, frente a otros, le consideraron el más «presidenciable» de los candidatos.
Y como cabía esperar, el centro del debate se ha situado en la situación de la economía, donde se están confrontando aspiraciones, realidades y modelos. Insiste Romney, y es la principal línea de fuerza de su argumentación, que las promesas de mejora al amparo de las cuales Obama fue elegido no han tenido materialización práctica, y ahora, cuatro años después, el país es más pobre que entonces. Responde Obama, como le corresponde, que la herencia recibida le había impedido ir más lejos, acuciado como estaba el país por las urgencias de la respuesta a la crisis en los años 2008 y 2009, al tiempo que pide una renovación de la confianza para acabar la política de saneamiento comenzada. Afirma Romney que las políticas demócratas, confiadas en una masiva participación pública en la economía, no son la respuesta a la situación, notablemente empeorada en estos cuatros años por una multiplicación exponencial de deuda y déficit. Responde Obama que las políticas que en nuestros pagos llamaríamos neoliberales solo persiguen la satisfacción de los ricos. En esa confrontación de realidades y de filosofías, una de las más contundentes nunca vistas en la vida americana en las últimas décadas, lleva Romney, según nos dicen las encuestas, una clara ventaja: los ciudadanos le conceden mayor credibilidad por lo que se refiere al manejo de la economía.
En esa situación de relativa desventaja, que efectivamente tiene desconcertados a los analistas y consejeros del entorno presidencial, la respuesta parcial que Obama encuentra es la búsqueda del voto en los sectores que tradicionalmente le han sido más afectos: mujeres, hispanos, afroamericanos. No cabe ninguna duda sobre la respuesta del tercer grupo, que por tantas razones se identifica plenamente con el primer presidente de su raza. Siguen contando también los demócratas con ventaja en el mundo hispano, al que los republicanos de esta hornada —a diferencia de lo que bien hiciera George W. Bush— no han querido o no han sabido acercarse. Entiéndase que al hablar del mundo hispano lo hacemos en referencia al mayoritario mejicano. La realidad cubana de Florida, por ejemplo, con ser significativa, no deja de ser minoritaria en el cómputo global. Y en el mundo femenino Romney no ha dejado de tener avances significativos, en el contexto de un grupo que, en contra de las tesis republicanas, se inclina por las posturas abortistas —eufemísticamente llamado «el derecho a decidir»— de los demócratas. El problema reside en la posible movilización del voto de esos tres sectores, sobre todo el de los dos últimos, hasta ahora conocidos por su escasa participación en los procesos electorales. En la estrechez de las previsiones, cualquier movimiento, por corta que sea su significación porcentual, podría inclinar la balanza de uno o de otro lado. Y lo mismo se podría predicar de otros grupos de interés. ¿Votarán los católicos en contra de Obama por sus imposiciones de control de la natalidad en las actividades de los hospitales católicos? ¿Se inclinará el voto judío a favor de Romney por interpretar que su postura defiende mejor las necesidades de seguridad del Estado de Israel que la del actual presidente?
Obama mantiene una cierta ventaja en el cálculo de los votos del colegio electoral. Como es bien sabido, la elección presidencial americana no es el resultado del cómputo global de los votos emitidos, sino el que resulta de la adscripción, estado por estado, de los recibidos en cada uno y confiados a unos representantes que, según un número previamente acordado en función de la población respectiva, depositan a favor del ganador, de acuerdo con la regla de que el victorioso recibe todos los sufragios. Ello explica la posible discrepancia entre los resultados del colegio electoral y el voto popular. En el cómputo tentativo Obama recibiría ya unos cincuenta votos electorales más que su contrincante, y tendría una mayor facilidad para completar la mayoría —271 votos de los 540 en que está compuesto el colegio electoral—. Pero en realidad, y según demuestran las últimas tendencias, estados hasta ahora considerados como seguros por los demócratas arrojan signos de incertidumbre, con lo que el cálculo se complica al tiempo que mejoran las expectativas de Romney. Cualquier americano medianamente interesado en la cosa pública recitaría de memoria los nombres de los estados cuya inclinación de uno o de otro lado puede significar la victoria o la derrota: Wisconsin, Iowa, Ohio, Virginia, Colorado, Nevada, New Hampshire, Florida, y quizás algún otro que en esta incierta carrera se sume a última hora.
A día de hoy, puede ganar cualquiera. Pero siempre el seguro ganador es el sistema, lleno de pasión participativa, abierto, transparente, en verdad democrático. Para muestra un detalle: los debates presidenciales están organizados por una organización sin ánimo de lucro que responde al nombre de «Presidential Debates Commission», patrocinada conjuntamente por demócratas y republicanos, que bajo la sabia dirección de Janet Brown organiza, planifica, selecciona y realiza los debates entre los candidatos. En esta última tanda, tres presidenciales y uno vicepresidencial. ¿Hay quién dé más? ¿Querría alguien tomar nota? Porque no siempre hablando se entiende la gente, pero al menos se les conoce mejor.

 

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