Publicado en la Jornada, 27 de Noviembre de 2012
La elección del cardenal José Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara, como nuevo presidente de la CEM es una clara señal política del episcopado para facilitar la relación, la convivencia y los apoyos entre el próximo gobierno de Enrique Peña Nieto y los obispos mexicanos. Es evidente que la vía política, en la historia reciente del episcopado, le ha otorgado jugosos dividendos y mayores privilegios, que sin empacho se dispone alcanzar nuevos beneficios y concesiones al futuro gobierno. Los mayores logros y posicionamientos del episcopado los ha obtenido negociando con la clase política mexicana. Por tanto, la designación de Robles tiene un destinatario: Enrique Peña Nieto. En la corta trayectoria del mexiquense se ha distinguido por su disposición a negociar con la jerarquía católica, así como consentir al alto clero con delicadezas materiales y atenciones de privilegio. En otras palabras, el próximo presidente de la República desempolva la tesis salinista de la necesaria participación del clero católico como un factor clave para la gobernabilidad.
El cardenal Robles Ortega fue apoyado por el sector más conservador del alto clero, encabezado por los cardenales Norberto Rivera y Sandoval Íñiguez, quienes apuntalan una cadencia política y uso del poder eclesiástico en las políticas públicas frente al aperturismo con estilo concertador que encabezó Carlos Aguiar Retes. Bajo el calificativo de “protagónico” Aguiar Retes, soportó metralla de los halcones del episcopado, quienes encontraron en Robles Ortega una nueva carta que no pudo resistir y se desdibujó la oferta continuista representada por monseñor Rogelio Cabrera López, flamante arzobispo de Monterrey.
El episcopado ha optado una vez más por la línea política y la vía de imbricación con el poder. Opera con estricto apego a los manuales de los grupos de presión de los poderes fácticos. Los mensajes episcopales, de que el regreso del PRI a Los Pinos no supone el retorno del autoritarismo político, así como la apertura de diálogo y cooperación de Robles, nos indican posicionamientos de apoyo institucional y de cimentación de una relación “constructiva” con el nuevo gobierno peñista. Los obispos pasaron a los hechos y colocaron en la presidencia de la CEM a un obispo amigo de la cultura política del grupo Atlacomulco. No debe pasarse por alto que la formación pastoral como obispo de Robles ha transcurrido en la práctica política mexiquense, es decir, el mayor argumento de José Francisco Robles Ortega como candidato a la CEM fue su cercanía con el grupo que gobernará en unos cuantos días el país.
Efectivamente, desde 1990 hasta 2003, Robles Ortega convivió, negoció, se mimetizó y se dejó consentir por el grupo Atlacomulco, encabezado entonces por Arturo Montiel, mentor y maestro político de Peña Nieto. Sin embargo, en la nueva estructura de la CEM, el cheque no es totalmente en blanco, el obispo auxiliar de Puebla, Eugenio Lira Rugarcía, nuevo secretario de la CEM, es un joven prelado –cuyo principal mentor ha sido el actual nuncio en México, el francés, Christophe Pierre–, quien poco a poco y casi de manera silenciosa se está convirtiendo en un nuevo polo de poder en el episcopado mexicano. Muy probablemente el punto intermedio entre la presidencia y la secretaría se juegue bajo la influencia de la actual nunciatura apostólica.
A su vez, Enrique Peña Nieto no ha ocultado sus inclinaciones católicas. Siendo gobernador se mantuvo interesado en cubrir las necesidades y requerimientos de los 14 obispos mexiquenses. Atento a festejar los cumpleaños de los prelados, en especial de Onésimo Cepeda, ir a cada reunión de la CEM durante seis años. Peña Nieto no escatimó recursos para proveer de atenciones y privilegios materiales a los prelados. En 2009 financió la numerosa comitiva clerical, en la que Peña visitó al papa Benedicto XVI para presentarle con grandes reflectores a su futura esposa Angélica Rivera.
La Iglesia católica ha venido ganando agudeza política para posicionarse desde los tiempos del nuncio Girolamo Prigione. Cada vez más astuta, sabrá sacar provecho político con creces, aprovechará coyunturas para ejercer todo su peso simbólico. Usará su lobby para posicionar su visión, misión y acentos políticos propios. Peña Nieto y el PRI, con su apoyo a la reforma del artículo 24 constitucional sobre la libertad religiosa, han abierto la puerta para que la jerarquía católica irrumpa con mayor empuje en la escena política del país; veremos las consecuencias. Ésta se ha beneficiado de un diagnóstico errado formulado por la clase política, que otorga un excesivo peso electoral al clero y, por tanto, la Iglesia goza de una sobredeterminada gravitación en la estabilidad política del país. Sin duda, el próximo presidente parece resignificar las viejas tesis salinistas sobre el papel político de la Iglesia y asignarle un papel de aliada estratégica.
Más allá de los intereses visibles acariciados por la jerarquía desde hace años –medios de comunicación e incidencia en la educación pública, financiamiento público, etcétera–, el tema que está de fondo es el debilitamiento del carácter laico del Estado mexicano, aun con toda la reforma al artículo 40, se corre el riesgo de convertirse con Peña en letra muerta. Una jerarquía posicionada y filosa para incidir en las políticas públicas. El mayor riesgo es que Enrique Peña Nieto privilegie con sus decisiones a la Iglesia católica en detrimento de las demás iglesias y multitud de expresiones religiosas que han venido floreciendo en las últimas décadas. Esto es, que el Estado deje de ser garante de la necesaria equidad y protección de las minorías. La amenaza es real, con una Iglesia en el poder, la intolerancia puede imperar no sólo ante otras confesiones, sino contra los grupos que reivindican derechos de minorías, como los homosexuales. El peligro es latente para que Peña Nieto ceda y se retroceda en las políticas de género y las conquistas, aún insuficientes, que han alcanzado las mujeres. Efectivamente, no sólo estamos ante la elección de un nuevo prelado en la presidencia de la CEM: estamos en la configuración de nuevos entramados políticos y apuestas políticas que determinarán nuestra itinerario inmediato.
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