El "Cristo Redentor" recibió hoy al papa Francisco con los brazos abiertos. Increíble!
Hay que abrirle mayores espacios a los jóvenes. Ellos son el ventanal por el que entra el futuro del mundo: Francisco.
Discurso
del papa en el Palacio gobernativo de Guanabara, Brasil. 22 de julio de 2013:
Señora
Presidente,
Distinguidas
Autoridades,
Hermanos
y amigos:
En
su amorosa providencia, Dios ha querido que el primer viaje internacional de mi
pontificado me ofreciera la oportunidad de volver a la amada América Latina,
concretamente a Brasil, nación que se precia de sus estrechos lazos con la Sede
Apostólica y de sus profundos sentimientos de fe y amistad que siempre la han
mantenido unida de una manera especial al Sucesor de Pedro. Doy gracias por
esta benevolencia divina.
He
aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el
portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa
puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro
ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo.
Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo
corazón; y deseo que llegue a todos y a cada uno mi saludo: «La paz de Cristo
esté con ustedes».
Saludo
con deferencia a la señora Presidenta y a los distinguidos miembros de su
gobierno. Agradezco su generosa acogida y las palabras con las que han querido
manifestar la alegría de los brasileños por mi presencia en su país. Saludo
también al Señor Gobernador de este Estado, que amablemente nos acoge en el
Palacio del Gobierno, y al alcalde de Río de Janeiro, así como a los miembros
del Cuerpo Diplomático acreditados ante el gobierno brasileño, a las demás
autoridades presentes y a todos los que han trabajado para hacer posible esta
visita.
Quisiera
decir unas palabras de afecto a mis hermanos obispos, a quienes incumbe la
tarea de guiar a la grey de Dios en este inmenso país, y a sus queridas
Iglesias particulares. Con esta visita, deseo continuar con la misión pastoral propia del Obispo de Roma de confirmar a sus hermanos en la fe en Cristo, alentarlos a dar testimonio de las razones de la esperanza que brota de él, y animarles a ofrecer a todos las riquezas inagotables de su amor.
Como
es sabido, el principal motivo de mi presencia en Brasil va más allá de sus
fronteras. En efecto, he venido para la Jornada Mundial de la Juventud. Para
encontrarme con jóvenes venidos de todas las partes del mundo, atraídos por los
brazos abiertos de Cristo Redentor. Quieren encontrar un refugio en su abrazo,
justo cerca de su corazón, volver a escuchar su llamada clara y potente: «Vayan
y hagan discípulos a todas las naciones».
Estos
jóvenes provienen de diversos continentes, hablan idiomas diferentes,
pertenecen a distintas culturas y, sin embargo, encuentran en Cristo las
respuestas a sus más altas y comunes aspiraciones, y pueden saciar el hambre de
una verdad clara y de un genuino amor que los una por encima de cualquier
diferencia.
Cristo
les ofrece espacio, sabiendo que no puede haber energía más poderosa que esa
que brota del corazón de los jóvenes cuando son seducidos por la experiencia de
la amistad con él. Cristo tiene confianza en los jóvenes y les confía el futuro
de su propia misión: «Vayan y hagan discípulos»; vayan más allá de las
fronteras de lo humanamente posible, y creen un mundo de hermanos y hermanas.
Pero también los jóvenes tienen confianza en Cristo: no tienen miedo de
arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no serán
defraudados.
Al
comenzar mi visita a Brasil, soy muy consciente de que, dirigiéndome a los
jóvenes, hablo también a sus familias, sus comunidades eclesiales y naciones de
origen, a las sociedades en las que viven, a los hombres y mujeres de los que
depende en gran medida el futuro de estas nuevas generaciones. Es común entre
ustedes oír decir a los padres: «Los hijos son la pupila de nuestros ojos».
¡Qué
hermosa es esta expresión de la sabiduría brasileña, que aplica a los jóvenes
la imagen de la pupila de los ojos, la abertura por la que entra la luz en
nosotros, regalándonos el milagro de la vista! ¿Qué sería de nosotros si no
cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo podríamos avanzar? Mi esperanza es que, en esta
semana, cada uno de nosotros se deje interpelar por esta pregunta provocadora.
La
juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto,
nos impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura de la
promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio; tutelar las
condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo; darle una base
sólida sobre la que pueda construir su vida; garantizarle seguridad y educación
para que llegue a ser lo que puede ser; transmitirle valores duraderos por los
que valga la pena vivir; asegurarle un horizonte trascendente para su sed de
auténtica felicidad y su creatividad en el bien; dejarle en herencia un mundo
que corresponda a la medida de la vida humana; despertar en él las mejores
potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir, y corresponsable
del destino de todos.
Al
concluir, ruego a todos la gentileza de la atención y, si es posible, la
empatía necesaria para establecer un diálogo entre amigos. En este momento, los
brazos del Papa se alargan para abrazar a toda la nación brasileña, en el
complejo de su riqueza humana, cultural y religiosa. Que desde la Amazonia
hasta la pampa, desde las regiones áridas al Pantanal, desde los pequeños
pueblos hasta las metrópolis, nadie se sienta excluido del afecto del Papa.
Pasado mañana, si Dios quiere, tengo la intención de recordar a todos ante
Nuestra Señora de Aparecida, invocando su maternal protección sobre sus hogares
y familias.
Y,
ya desde ahora, los bendigo a todos. Gracias por la bienvenida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario