Justo
a las 15:43 hora local de Brasil, el avión de Alitalia con el papa y su séquito
aterrizó en el Aeropuerto Internacional de “Galeão/Antonio Carlos Jobim” de Río
de Janeiro; en doce horas el Airbus 330 de Alitalia, con el código AZ4000, que
se destina a los vuelos papales, cruzó
el Mediterráneo, sobrevoló Argelia, Mauritania y Senegal antes de
alcanzar el Atlántico con destino a Brasil.
Se
trata del primer viaje apostólico internacional que realiza el Papa.
Dijo
al llegar...
"He
aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el
portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa
puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro
ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo.
Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo
corazón; y deseo que llegue a todos y a cada uno mi saludo: «La paz de Cristo
esté con ustedes». Francisco.
Bergoglio
rechazó el papamóvil blindado y eligió uno de los coches más pequeños del
mercado —un Fiat Idea— y una escolta reducida al mínimo para hacer su trayecto
hacia el palacio de Gobierno.
La
gendarmería tuvo problemas; leamos la nota de Pablo Ordaz y Juan Arias del periódico El País.
El
Papa lanza la cruzada por la igualdad
El
primer viaje de Francisco a Latinoamérica busca la imagen de una Iglesia que
vuelve a sus orígenes austeros
Los
fallos de seguridad crean tensión a su llegada a Río
Em
português: Brasil vive a chegada do papa Francisco como uma visita histórica
La
llegada del papa Francisco a Río de Janeiro ha estado marcada por la confusión
y los problemas de seguridad. Bergoglio no solo había rechazado el papamóvil
blindado, sino que además eligió uno de los coches más pequeños del mercado —un
Fiat Idea— y una escolta reducida al mínimo para hacer su trayecto hacia el
palacio de Gobierno. Eso, unido a que el chófer se equivocó de camino y se
metió de bruces en un atasco, provocó momentos de alarma, con una multitud
rodeando el utilitario. Los agentes de la gendarmería vaticana —a pie junto al
coche del Papa— tuvieron verdaderos problemas para mantener el orden. Al final,
la comitiva papal logró llegar al palacio de Guanabara, sede del Gobierno del
Estado de Río de Janeiro, en helicóptero y con 50 minutos de retraso.
Ya
en la sede del Gobierno, y ante la presidenta Dilma Rousseff y las autoridades
locales, Jorge Mario Bergoglio reivindicó más atención hacia los graves
problemas que sufre la juventud: “Ustedes suelen decir: los hijos son la pupila
de nuestros ojos. ¡Qué hermosa es esta expresión de la sabiduría brasileña, que
compara a los jóvenes con la abertura por la que entra la luz en nosotros,
regalándonos el milagro de la vista! Por eso, mi esperanza es que, en esta
semana, cada uno de nosotros se deje interpelar por una pregunta provocadora:
¿qué sería de nosotros si no cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo podríamos
avanzar?”.
Esa
pregunta, formulada en la sede del poder, significaba el primer puente entre el
papa argentino, de 76 años, y los cientos de miles de jóvenes que durante las
últimas semanas han salido a las calles de Brasil preguntándose lo mismo de mil
formas diferentes. Dijo también Francisco —en la línea de lo adelantado durante
el vuelo— que, además de a los muchachos reunidos en las Jornadas Mundiales de
la Juventud (JMJ), su intención era dirigirse a la sociedad entera que sufre
con ellos la crisis y la incertidumbre: “Hablo también a sus familias, a sus
comunidades eclesiales y nacionales de origen, a las sociedades en las que
viven, a los hombres y mujeres de los que depende en gran medida el futuro de
estas nuevas generaciones”.
Algunos
equiparan la importancia de su viaje al de Wojtyla a Polonia en 1979
Pero
la carga de profundidad vino después: “La juventud es el ventanal por el que
entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos impone grandes retos. Nuestra
generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando
sepa ofrecerle espacio; tutelar las condiciones materiales y espirituales para
su pleno desarrollo; darle una base sólida sobre la que pueda construir su
vida; garantizarle seguridad y educación para que llegue a ser lo que puede ser;
transmitirle valores duraderos por los que valga la pena vivir; asegurarle un
horizonte trascendente para su sed de auténtica felicidad y su creatividad en
el bien; dejarle en herencia un mundo que corresponda a la medida de la vida
humana; despertar en él las mejores potencialidades para ser protagonista de su
propio porvenir y corresponsable del destino de todos”.
La
visita del papa Francisco en Brasil se considera más que un viaje religioso. Y
más que un viaje simplemente histórico. Se ha llegado a decir que puede incluso
cambiar la historia. La importancia de la visita radica no solo en que es el
primer papa latinoamericano que visita el continente desde donde lo llamaron
para dirigir a la Iglesia de Roma. Ni tampoco en que se trata de una visita al
país con mayor número de católicos del mundo, con sus 130 millones de
creyentes. O porque llega a un continente de mayoría aún católica, pero cuyos
fieles están perdiendo terreno día a día a favor de los evangélicos o de los
agnósticos. Ni siquiera es histórico solo porque el Papa, considerado portador
de un evangelio social, llega a un continente en el que millones de personas
han salido de la pobreza en las últimas décadas, pero sigue siendo aún uno de
los lugares del planeta con mayores desigualdades sociales, donde aún una
minoría acapara el 90% de la riqueza.
La
importancia del viaje a Brasil es que desde el gigante sudamericano, potencia
emergente, Francisco pretende pergeñar una nueva visión no solo de una Iglesia
que vuelve a sus orígenes de pobreza, sino de una sociedad que está viviendo
bajo las garras de un modelo económico que ensancha la exclusión. No en vano,
el viaje a Río está siendo parangonado con la histórica visita en 1979 de Karol
Wojtyla, el primer papa polaco de la historia, a la Varsovia comunista. En
aquel momento se dijo que Juan Pablo II había sido escogido pontífice para
luchar contra un comunismo que impedía las libertades y boicoteaba los derechos
fundamentales imponiendo una dictadura atea de izquierdas. En aquel primer viaje
a Polonia, Wojtyla gritó contra el comunismo que pretendía “excluir a Cristo de
la historia”. Y más tarde sería Mijaíl Gorbachov quien agradecería al papa
polaco “su ayuda para hacer caer el muro de Berlín”.
El
Pontífice tiene la ambición de influir en un cambio social en el mundo
Francisco
llega a un continente, el suyo, para gritar no contra los que pretenden excluir
a Cristo de la historia. Aquí no hay dictaduras que encarcelan a los
cristianos, ni comunismos estalinistas que impiden las libertades fundamentales
de los ciudadanos. Lo que existe son las políticas neoliberales o populistas
teñidas de socialismo que siguen creando pobres. Lo que puede hacer que este
viaje cambie la historia, como lo hizo Wojtyla en Polonia, es que ayude a
convertir esta realidad en políticas de inclusión y de igualdad de
oportunidades.
Quien
lo conoce de cerca afirma que el papa argentino es sencillo en su vida y
humilde religiosamente, pero sutil y con ambiciones de cambiar no solo a la
Iglesia sino de influir en un cambio de sociedad a escala mundial.
Lo
mismo que suele decirse que el hombre religioso no puede dejar de ser un animal
político, pero sin entrar en la política de partidos e ideologías, Francisco
piensa que el católico —el cristiano en general—, así como el judío o el
musulmán o el budista, sin dejar su fe, debe bajar al infierno de las
desigualdades y colocarse al lado de los que la sociedad de la opulencia y del
consumo deja abandonados a su suerte. Es significativo que él insiste en que
cuando encuentra a una persona no le pregunta cuál es su credo, sino “si hace o
no algo por los demás”, si se preocupa por el prójimo.
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