Europa
sin Havel/ Belén Becerril Atienza, profesora de Derecho Comunitario de la Universidad San Pablo.
ABC
|17 de diciembre de 2013
HACE
dos años Europa perdió a Václav Havel, un hombre excepcional, líder de la
disidencia checoslovaca y firme promotor de la unidad del continente. El propio
Havel diría en sus últimos años que parecía haberse convertido, a su pesar, en
un personaje salido de un cuento, alguien en quien él mismo no se reconocía.
Ciertamente su vida fue extraordinaria: el joven dramaturgo de éxito
internacional, el disidente y el prisionero político, el líder pacífico de la
revolución de terciopelo y el primer presidente de la nueva Checoslovaquia. El
intelectual dedicado a la política que diría: «Estando en el poder, sospecho de
mí permanentemente».
Tan
relevante como su trayectoria personal fue su obra escrita, en la que ocupa un lugar
especial El poder de los sin poder, recién reeditado en España. Este audaz
escrito clandestino, que se convirtió en un manifiesto de la disidencia,
constituyó un verdadero grito de libertad en los años setenta. Pero quizás, lo
más sorprendente sea la sensación de actualidad que hoy se desprende de cada
una de sus páginas. ¿A qué se debe, si precisamente sus esfuerzos contribuyeron
a socavar un régimen que forma ya parte de la historia?
Este
ensayo se abre con esa inolvidable parábola del tendero que pone en su
escaparate, entre cebollas y zanahorias, un cartel que dice: «Proletarios del
mundo, ¡uníos!». Trasmite así un mensaje secreto: «Estoy aquí y sé lo que tengo
que hacer; obedezco y tengo derecho a una vida tranquila», o incluso algo que
su dignidad no le permitiría admitir: «Tengo miedo y obedezco sin rechistar».
Su profesión de lealtad, nos dice, toma la forma de un signo que permite
ocultar los fundamentos ínfimos de su obediencia, detrás de él está la fachada
de algo elevado, que da al individuo la ilusión de ser una persona con una
identidad digna y moral y así le hace más fácil no serlo. La ideología actúa
pues como un velo que oculta la realidad, una mentira que el tendero acepta,
convirtiéndose así no sólo en víctima, sino también en sostén e instrumento del
sistema.
Por
eso, cuando un buen día se rebela y retira el cartel, «sale de la vida en la
mentira y viola las reglas del juego, reencuentra su identidad y su dignidad
reprimida; realiza su libertad», y al hacerlo, desbarata la fachada de lo
elevado y revela los fundamentos ínfimos del poder. Dice que el Emperador está
desnudo.
La
obra de Havel es un grito de libertad, pero es también, o es aún en mayor
medida, una llamada a la vida en la verdad, al despertar de la conciencia y a
la responsabilidad individual. Havel decía que una palabra verdadera,
pronunciada por un solo hombre, puede ser más poderosa que todo un ejército:
«La palabra ilumina, despierta, libera. Tiene también un poder. Ese es el poder
de los intelectuales». Su vida sería el mejor testimonio del poder de la
palabra de un hombre que –como aquel tendero que imaginó– no se resignó a
mentir, y al escuchar la llamada de su conciencia se convirtió en un elemento
de transformación de la historia de Europa. En sus años al frente de la
República Checa, Havel contribuyó valiosamente a la reconciliación y la unidad
europea. Pero sobre todo, como diría su amigo Timothy Garton Ash, con su vida y
con su obra Havel nos recordó las dimensiones históricas y morales del proyecto
europeo, y lo hizo con la elocuencia de un dramaturgo profesional y la
autoridad del prisionero político que escribió estas palabras desde la cárcel:
«No callar ante todo lo que pasa, decir, de vez en cuando en voz alta lo que
uno piensa y comportarse de acuerdo con su sentido de la responsabilidad no
significa ser un idealista. Significa únicamente que uno intenta actuar de una
manera normal, o sea digna y libre, de acuerdo consigo mismo, que su estado de
ánimo fundamental es el de creer y su necesidad vital básica es la búsqueda de
sentido».
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