¿Qué es ser
ético?/ Adela Cortina, es catedrática
de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, miembro de la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas y directora de la Fundación ETNOR.
El
País |15 de diciembre de 2013-12-13
Cuenta
Vargas Llosa en su última novela El héroe
discreto que cuando Felícito Yanaqué preguntó al doctor Castro Pozo qué
opinaba de él, este le contestó: que es usted un hombre ético, don Felícito.
Ético hasta las uñas de los pies. Uno de los pocos que he conocido, la verdad.
Y
sigue contando el autor que, intrigado ante la respuesta, don Felícito se
preguntó qué querría decir eso de “un hombre ético”, y se prometió a sí mismo
comprarse un diccionario un día de estos.
Haría
bien el señor Yanaqué buscando la palabra en el diccionario, porque, aunque
bien poca cosa podría aportarle, peor sería recurrir a la LOMCE, que ha
eliminado aquella asignatura llamada “Ética”, con la que todos los grupos
sociales estaban de acuerdo. Y lo estaban porque se proponía dar a conocer a todos
los alumnos, con luz y taquígrafos, las propuestas y principios éticos que una
sociedad democrática comparte, de modo que fuera posible en las clases
estudiar, debatir sobre ellos y aprender a ejercitarse en la autonomía y la
solidaridad, que les serán indispensables como personas y como ciudadanos.
Ciertamente,
podría decirse que las gentes pueden ser morales con tal de tener una buena
influencia familiar, como le ocurrió a don Felícito. Pero en sociedades
pluralistas y complejas como las nuestras, las fuentes morales de inspiración
para niños y jóvenes son las familias, los amigos, las escuelas, las redes, los
medios de comunicación; y, como es evidente, nada asegura que todas las
familias enseñen lo mejor moralmente, ni tampoco los demás agentes sociales.
Por eso resulta indispensable en la educación formal una materia con el nombre
de “Ética”, que ayude a reflexionar sobre los contenidos éticos compartidos a
los que no podemos renunciar.
La
cuestión no es menor. Y se extiende a la inmensa mayoría de planes de estudio
de las carreras, en las que se prepara a los alumnos para ser profesionales,
sea en las universidades, sea en las escuelas de diverso tipo. En bien pocas
figura alguna asignatura que abra un espacio para aprender, reflexionar y
debatir sobre la ética de la profesión.
Si
alguien, intrigado, pregunta por qué es así, puede encontrarse con dos
respuestas. Una es “no sabe, no contesta”. Otra, que la ética es tan importante
para esa carrera que la han convertido en transversal, que todos los profesores
enfocan sus materias desde una perspectiva ética. Evidentemente, esto no se lo
cree nadie. En la vida cotidiana los profesores dan sus programas, si es que el
tiempo les llega; y si en alguna ocasión se proponen un enfoque común, las más
de las veces se demuestra que lo que es de todos no es de nadie, al menos en
este país. Con lo cual la materia en cuestión se escapa entre los dedos de la
presunta transversalidad.
Y
esto es un sobrentendido, porque las matemáticas o la estructura financiera,
por poner dos ejemplos, no desaparecen de los programas de estudios,
convirtiéndose en transversales. Cosa que debería ocurrir si el grado de
importancia de una materia es la que le permite el honor de convertirse en
transversal, tanto en el caso de las dos materias mencionadas como en el de una
infinidad más de las que componen los currículums en las instituciones
académicas. Pero no es así, sino que, con toda lógica, cada una se estudia por
separado y goza de un horario propio, aunque todas estén vinculadas entre sí,
porque todos los saberes humanos lo están.
Por
otra parte, como le oí decir a un colega, una sociedad demuestra que una
materia le parece indispensable para la formación de un profesional cuando la
incluye explícitamente en su plan de estudios.
Y
si damos por bueno, como creo que así es, que un profesional no es solo un
técnico, sino aquel que pone los conocimientos y las técnicas propias de su
campo al servicio de los fines que dan sentido a su profesión, en el periodo de
formación necesita aprender cuáles son esos fines, qué propuestas éticas son
las más relevantes, qué excelencias del carácter es preciso desarrollar, y
analizar en el aula casos concretos del ejercicio profesional, en diálogo con
profesores y compañeros. Aprender todo esto requiere estudio, claro está, pero
sin ese saber ético no puede haber profesionales de cuerpo entero.
Recuerdo
las palabras de un querido compañero de una universidad politécnica: en muchas
ocasiones, al leer el periódico y ver los desastres que se producen en puentes,
bancos o empresas me pregunto qué profesionales estamos formando. Por su empeño
decidido y por el de otros profesionales que se han batido el cobre en esta
brega, en algunos ámbitos politécnicos se han incorporado la ética de la
ingeniería, de la arquitectura o de la empresa; en el campo sanitario, la
bioética y la ética de la enfermería; y las escuelas de negocios abren también
espacios para la ética.
¿Esto
garantiza que de estos estudios se sigan necesariamente buenas prácticas? Claro
que no. Pero eso ocurre en todos los estudios, que los buenos conocimientos no
se convierten en buenas prácticas si los profesionales no tienen la voluntad
decidida de hacerlo.
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