El
celibato sacerdotal, a discusión/Bernardo
Barranco V.
La Jornada, 28 de mayo de 2014:
Las
italianas que tienen una relación sentimental con curas le escriben una carta
al Papa, donde exponen su sufrimiento y le piden cambios en la Iglesia; su
clamor es contundente: Querido Francisco: acaba con el celibato sacerdotal.
En
la sociedad moderna hay una creciente corriente que pide el fin obligatorio del
celibato sacerdotal, porque atenta contra la naturaleza humana. Las 26 mujeres
en la carta imploran al Papa con toda humildad “poner a tus pies nuestro
sufrimiento para que algo cambie no sólo para nosotras, sino para el bien de la
Iglesia… un hombre obligado al celibato es algo que va contra natura. Si se
permitiera que los sacerdotes que así lo deseen puedan casarse se acabaría con
muchos sufrimientos y se haría un gran bien a la Iglesia”.
Este
llamado conmovedor, que circula por Internet en las redes de todo el mundo,
aborda una de las cuestiones más polémicas en la vida de la Iglesia católica
desde el punto de vista histórico: el celibato sacerdotal. También pone de
manifiesto a la Iglesia bajo la era de la globalización, marcada por una amplia
participación femenina en la cultura y en la comunicación.
La
discusión sobre el celibato sacerdotal no es nueva en la vida de la Iglesia. El
último gran debate se dio a raíz de las aperturas conciliares en los años
sesenta del siglo pasado. Hubo ahí un gran quiebre y miles de sacerdotes
optaron, ante la cerrazón de Roma, por la vida de pareja. El último Sínodo
Mundial de Curas Casados, que se celebró en Roma, ofrece cifras. Existen
aproximadamente en el mundo unos 400 mil sacerdotes católicos, y entre ellos
hay unos 70 mil casados. Solo 33 mil curas han conseguido la dispensa papal, la
mayoría durante el pontificado de Pablo VI. En los últimos pontificados, el
Vaticano ha mostrado menor disposición a conceder dispensas, y actualmente hay
cerca de 6 mil sacerdotes a la espera de una decisión.
Hay
que reconocer que una parte significativa de los sacerdotes son activos
sexualmente y llevan una vida de pareja de manera clandestina. No dejan su
ministerio, viven plenamente una vida conyugal, incluso con hijos. Reina el
disimulo, pues muchas veces existe la permisividad del obispo, y la comprensión
de la comunidad les permite seguir con el ministerio, mientras la convivencia
se disfrace con cualquier otro supuesto vínculo familiar. En México se
registraron tensiones en Oaxaca en los años setenta, bajo la tutela de Ernesto
Corripio Ahumada, pues las culturas mixtecozapotecas no confiaban en los
ministros célibes. Algo parecido ocurrió en Chimbote, en Perú, en los años
ochenta, que propició la aparición de una nutrida agrupación de sacerdotes casados.
El
celibato como precepto religioso no sólo está presente históricamente en el
cristianismo latino, sino forma parte del patrimonio de porciones del hinduismo
y del budismo. En el antiguo imperio romano, tan pleno de excesos, la castidad
era concebida como virtud. No así en el judaísmo, pero algunas de sus sectas,
como la de los esenios –a la cual, se conjetura, pertenecía Jesús–, exaltaban
la espiritualidad, la renuncia a los bienes materiales, la humildad y la
castidad. Por tanto, el celibato no es dogma, como tratan de revestirlo los
dogmas católicos, sino un hecho social, que refleja en el tiempo y en el
espacio las diversas concepciones del cuerpo y la sexualidad humana.
La
mayoría de los apóstoles eran casados. La Biblia refiere este hecho. Habla de
la suegra de Pedro (Mateo 8, 7). Pablo señala que varios apóstoles eran
ayudados por sus esposas (1 Corintios 9, 5). Los primeros papas eran casados y
en las primeras generaciones los obispos tenían mujeres e hijos; lo único que
exige San Pablo es que vivieran con moralidad y que tuvieran una sola mujer (1
Timoteo 3, 3). Hay que recordar el contexto patriarcal de los inicios del
cristianismo. Sobre la soltería de Jesús hay dudas razonables que quedan en el
misterio y amparadas en más de 2 mil años de distancia.
Jean
Meyer publicó en 2009 un libro titulado El celibato sacerdotal; su historia en
la Iglesia católica, de Tusquets. Sostiene que en el inicio del cristianismo no
existía el celibato. Algunas leyes empezaron a exigir el celibato sacerdotal,
por las tensiones entre laicos versus clero naciente, entre diócesis de rito
latino en el siglo IV: se hizo manifiesto en el Concilio de Elvira y se reiteró
en el Concilio de Letrán I, en 1123. Aunque no todo el clero asumió
automáticamente la continencia sacerdotal como obligación para la impartición
de los sacramentos, porque en Francia y España obispos, sacerdotes y diáconos
estaban casados y continuaban una vida conyugal y engendraban hijos –incluso se
respetó la orden de mantener el celibato en sacerdotes que fueron ordenados
bajo tal condición–, según el autor, el celibato se impuso como obligación para
todos los niveles clericales de la Iglesia latina en el siglo XII. Se reafirmó
en Trento, a mitad del siglo XVI, en respuesta a la abolición del celibato por
los movimientos protestantes.
A
pesar de lo sugerente, estudios serios muestran que no necesariamente existe
una relación entre celibato, homosexualidad y pederastia. Es un asunto de
sometimiento y poder. La pedofilia se da por igual en otras iglesias cuyos
ministros de culto son casados y heterosexuales.
En
la Iglesia católica, existen sacerdotes casados en iglesias de rito oriental en
comunión con Roma o procedentes del anglicanismo. Es una realidad ya existente,
de la que hay una histórica y vastísima discusión. Roma ha reiterado bajo
diferentes pontificados que el celibato no es una cuestión a debate ni mucho
menos a discusión. Pese al llamado de las 26 mujeres, dudamos mucho que
Francisco acceda a una reforma profunda que revolucionaría la Iglesia. Sin
embargo, queda como una reforma ineludible, si tomamos en cuenta la escasez de
vocaciones sacerdotales y sobre todo el inexorable envejecimiento de la
complexión eclesiástica. Esta crisis en puerta podría llevar a decisiones hoy
insospechadas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario