20 sept 2014

El ‘no’ silencioso se impone sobre el Yes en Escocia

  • Se inscribió el 97% de la población con derecho a voto!
  • Fue a votar el 80% de la población, un porcentaje altísimo,
  • The United Kingdom sigue  unido.

El ‘no’ silencioso se impone en Escocia/Enric Juliana
La Vanguardia | 19 de septiembre de 2014
A las cuatro y media de la mañana, el resultado de la ciudad de Aberdeen, el núcleo económico más dinámico de Escocia, capital del petróleo, ha marcado tendencia. A esa hora, el No ha consolidado unos ocho puntos de ventaja. El No gana el referéndum de Escocia , con clara ventaja. El Sí ha obtenido una notable victoria política y moral en Glasgow, la ciudad más poblada del país, una de las grandes capitales de la Revolución Industrial. .
A las seis de la mañana el resultado podía darse por confirmado. El No gana con mayor ventaja que la señalada por casi todos los sondeos, que pueden haber movilizado a una ‘mayoría silenciosa’. En Edimburgo también ha ganado el No. El diferencial será de unos diez puntos.

Ha votado el 80% de la población con derecho al sufragio. Se podía votar a partir de los 16 años. El 97% se inscribió para votar. Una mobilización electoral sin precedentes. El Sí ha ganado en la calle, el Sí ha sido el vector político más dinámico y el que ha propagado mayor entusiasmo. El sí ganaba en ventanas y balcones, pero como recordaba ayer el diario francés ‘Le Figaro’, “las ventanas no votan”.
Ayer por la noche, un sondeo efectuado con una muestra de Internet, daba una ventaja de ocho puntos de al No sobre el Sí. La votación masiva, con un 80% de participación, ha sido decisiva. Los abstencionistas crónicos, la gente menos politizada, seguramente han decidido el referéndum que ha puesto en juego al Reino Unido. Un ejercicio democrático impecable.
Este era el paisaje de Edimburgo antes de un recuento largo, antiguo y ajeno a toda presión mediática.
A las seis de la tarde, la iglesia de Barclay Viewforth, en el sur de Edimburgo, recibía a los electores con un mantel a cuadros en las mesas de votación. Sólo faltaban el té y las pastas. En la puerta, los activistas del sí y del no departían educadamente, sin furor en la mirada. La parroquia de Barclay, gótica como una aventura de Harry Potter, pertenece a la presbiteriana Iglesia de Escocia, rama principal del protestantismo en este país. La Iglesia de Escocia está adscrita a la Comunión anglicana, pero es totalmente independiente del Estado, a diferencia de la Iglesia de Inglaterra. También en el reclinatorio, ingleses y escoceses son distintos. Cuando la reina viaja a las tierras altas es un miembro más de la Iglesia de Escocia, no su jefe espiritual.
La parroquia de Barclay ofrece servicios sociales, acoge una comunidad cristiana china, imparte clases de taichi y es colegio electoral. Frente a la iglesia, un tapiz verde, ayer envuelto por la bruma: el parque de Brunstfield Links, uno de los primeros campos de golf de Escocia, abierto a todos los ciudadanos. Un lugar de paseo y de juego. El campo tiene cinco hoyos y el sexto está en una cercana taberna donde aún son leyenda las cervezas a dos peniques.
Una parroquia gótica; la niebla que desciende del castillo y envuelve todos los torreones de Edimburgo; un parque en el que Michelangelo Antonioni podría haber rodado una nueva versión de ‘Blow up’ –película sobre los misterios que puede contener una fotografía ampliada–; la lejana melodía de unas gaitas y la mirada tranquila de los activistas del sí y del no, una vez agotados todos los argumentos. Un paisaje entrañable. Una manera de vivir el mundo.
Un inédito ejercicio democrático, ante la perplejidad de medio continente y el más que evidente enojo del grupo dirigente español. Madrid se ha puesto de los nervios, muy de los nervios, y su mirada ceñuda ha llegado hasta el castillo de Edimburgo. Vista desde los torreones de la Castellana, la realidad es siempre una fortaleza asediada. Y la ‘línea correcta’ se halla en el Aranzadi. No hay llamada al orden sin invocación severa al Estado de Derecho. Una concepción vertical de la política. Una manera de vivir el mundo y de ejercer el poder.
Edimburgo se levantó ayer vestida de fantasma escocés. Cielo cerrado, niebla y una noche electoral en forma de lago Ness: larga y misteriosa. La pasión iba por dentro. El ajetreo y el colorido estaban en la Royal Mile, con más banderas ‘estelades’ que enseñas de Escocia. La fe de los soberanistas catalanes que han viajado estos días a Edimburgo ha sorprendido a los activistas del ‘Yes’, apasionados, abnegados, tenaces, pero, al final del día, socios de la flema británica. La pasión va por dentro y cuentan que esta última semana las conversaciones familiares han subido de voltaje en toda Escocia. La flema barniza la tensión. Es una manera de amar la realidad, Una manera de vivir el mundo. Las portadas de los diarios británicos, ayer. La Unión en juego y nadie perdió la compostura. Ningún insulto en portada. Ninguna diatriba excesiva. “El día del destino”. Una manera de estar en el mundo.
Los catalanes, sean ilergetas o layetanos, también necesitan una mayor expansión de las emociones. A media mañana, unos jóvenes venidos de Lleida, mirada viva, Twitter ágil, se enfundaron unas camisetas azules con el lema ‘Catalans for yes’ y le dieron marcha al Grassmarket, una de las plazas más céntricas de Edimburgo. Los escoceses sonreían. Más arriba de Grassmarket, subiendo hacía el castillo, un apunte del humor popular escocés, de un calibre algo más grueso que el inglés: unas bragas de talla grande colgadas de un tendedero, junto a una sábana con el lema “Vota con las bragas limpias”. Última munición de la campaña del ‘yes’, después de unas cuantas pintas de cerveza
Durante toda la noche, vigilia popular en la colina de Carlton Hill, esperando el amanecer y los resultados del escrutinio oficial, lento, antiguo y sin concesiones a la compulsión mediática. El sol sale en Escocia a las 6 horas y 52 minutos y los resultados definitivos llegarán con las luces del alba. Alba es el nombre de Escocia en gaélico.
La clave sociológica de la jornada: la participación electoral. Se ha inscrito el 97% de la población con derecho a voto, un porcentaje nunca visto. Ha ido a votar el 80%. La apuesta es alta, altísima, y no deja indiferente a nadie. Han ido a votar muchos abstencionistas crónicos; gentes que hace tiempo desconectaron. Ese voto habrá decidido el referéndum. En Catalunya ya se tuvo cierta noticia de este fenómeno en las elecciones de noviembre del 2012. Cuando dices que nos vamos, la gente va.
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El dilema escocés/José María Carrascal, periodista.

ABC | 19/09/14
Estamos en uno de esos «momentos estelares de la humanidad» que Stefan Zweig describió tan bellamente? Lo sabremos mañana, al conocer si los escoceses han decidido separarse o no de Inglaterra, y The United Kingdom haya dejado de estar unido. Desde su segunda residencia, la Costa Azul, el rey Faruk de Egipto decía allá por los años cincuenta del pasado siglo: «En el año 2000, solo habrá cinco reyes en el mundo, el de Inglaterra y los cuatro de la baraja». Quedan, como ven, bastantes más, pero Isabel II podría dejar de ser reina de Gran Bretaña. Todo un acontecimiento.
Hacer predicciones sobre lo que ocurrirá hoy en Escocia son ganas de equivocarse, así que vamos a dejarnos de adivinanzas y analizar cómo hemos llegado a esta situación. Si los ríos nacen en un hontanar, el primer error de Cameron fue no aceptar una tercera pregunta en el referéndum para ampliar la autonomía de Escocia, como pedía Salmond. El premier inglés exigió un sí o no categórico, separarse o quedarse. Fue una muestra de la arrogancia inglesa, con un fondo de displicencia. Arrogancia que no hizo más que aumentar cuando, al crecer el «sí» en las encuestas, no se le ocurrió otra cosa que advertir a los escoceses de lo mal que iban a pasarlo si se separaban. Algo así como decirles que no eran capaces de valerse por sí mismos. Y cometió el último y mayor de los errores cuando, al ver que podía perder, les prometió mayor autonomía, admitiendo que la merecen. Con el estrambote de confesar con los ojos humedecidos que «se le rompería el corazón» si Escocia se separase.
Los escoceses han compartido con los ingleses más de 300 años, muriendo en sus guerras y participando en sus avatares. Pero mientras Inglaterra iba hacia arriba hasta convertirse en la primera potencia militar e industrial, reclamando como suyos a los importantes científicos, economistas, escritores, deportistas que ha dado Escocia, las fuentes de riqueza de esta, la ganadería y la agricultura, iban hacia abajo. Solo el descubrimiento de petróleo en las islas cercanas trajo un boom económico y, con él, un renacer del nacionalismo, hasta entonces velado. Que los expertos adviertan que el petróleo submarino se agotará en unas décadas y que las islas cercanas lo reclamen para sí, no importa. El nacionalismo no entiende de razones económicas. Se le ha comparado con un enamoramiento o con una borrachera, un sentimiento más que un razonamiento, por lo que los argumentos no sirven frente a él. Váyanle ustedes a un enamorado –y no digo nada a un borracho– con que vivirá peor con su amada, y verán lo que les contesta. El dicho popular lo resume: «Contigo, pan y cebolla».
¿Han llegado los escoceses a ese estado de ánimo en el que las emociones dominan a las reflexiones? Llevo una semana intentando averiguarlo a base de leer y escuchar cuanto allí dicen, sin llegar a una conclusión definitiva, entre otras cosas porque hablan y escriben los famosos, los poderosos, las personalidades, mientras el pueblo escocés solo se manifiesta en las encuestas, poco de fiar al ser la foto fija de un momento y estar sometidas a todo tipo de manipulaciones. Aparte de no ser claras, con variaciones mínimas en un sentido u otro.
Del pueblo escocés, en cambio, conocemos bastante. Los ingleses les han caracterizado como penny-pinchers, como agarrados, tal vez para disimular lo roñosos que son ellos. Cuando los escoceses son callados, orgullosos, trabajadores, como demuestra que siguen vistiendo esas faldas que los pilluelos napolitanos levantaban a sus soldados cuando liberaron su ciudad en la Segunda Guerra Mundial. Me cuesta, por tanto, creer que tomen una decisión tan trascendental por un arrebato, que se dejen arrastrar por uno solo de los factores en liza, cuando hay tanto en juego. Este no es un caso puramente emocional, político o económico, sino de todos ellos a la vez y no me extrañaría que vengan meditándolo desde hace tiempo para decidir la mejor de las opciones, o la menos mala. 
Las encuestas, acusaban un aumento paulatino pero continuo del «sí» desde mediados de agosto, paralelo a la bajada de los indecisos. Lo que indica que son estos, como siempre, los que decidirán el resultado final. Esa marcha ascendente a favor de la independencia logró imponerse hace dos semanas. Desde entonces, sin embargo, tras echar la gran banca, la gran empresa y la alta política toda la carne en el asador a favor del «no», este ha vuelto a imponerse, aunque por la mínima, lo que no basta para estar seguro de nada. El resultado es un cara o cruz.
Los escoceses habrán tenido que decidir esta noche qué prefieren: ser más pequeños, más pobres, más modestos, pero siendo ellos y solo ellos, o seguir unidos a una ex gran potencia, aún poderosa. No es una decisión fácil de tomar, ¿verdad? Más, teniendo en cuenta otro importante factor: que el mundo camina hacia los grandes bloques multinacionales, y, de elegir tener su propia nación, se encontrarían de golpe y porrazo fuera no solo del Reino Unido, sino también de la Unión Europea y de la libra esterlina, sin estar en el euro, lo que no es un problema, sino una docena de ellos. Eso sí, podrán exclamar: «¡Al fin solos! Sin esos petulantes ingleses». Que también cuenta. Y mucho.
Hay un detalle importante que no conviene olvidar: Me refiero a que el escocés es el único nacionalismo independentista que se da en la región retrasada del Estado al que pertenece. Todos los demás, el catalán, el vasco, el de la Italia Norte, surgen en las regiones ricas, que no quieren compartir su riqueza con las pobres. Es como si Andalucía o Galicia quisieran separarse. Ya sé que hay andaluces y gallegos que lo quieren. Pero no la mayoría. La mayoría quiere seguir con el resto, conscientes de que separados les iría peor. Algo que seguro ha tenido que pesar en las reflexiones escocesas de esta noche. Cuánto es la gran incógnita.
A mi memoria ha acudido una definición de los escoceses, no recuerdo de quién, pero que me cautivó. Los consideraba «unos rigurosos moralistas, que aman mucho a su patria, pero aman aún más la verdad», es decir, la realidad (algo que no puede decirse de los españoles, catalanes incluidos, que no somos rigurosos, ni moralistas, ni más amantes de la verdad que de nuestro terruño, pero esa es otra historia). Los escoceses, en cambio, prefieren la realidad. Y su realidad es que llevan 300 años aguantando los esnobismos ingleses sin perder su identidad. ¿A qué cambiar ahora, cuando el mundo se configura en grandes bloques y la independencia les traería todo tipo de problemas? Mejor mantenerse en el Reino Unido, eso sí, en otras condiciones que las actuales. Que, a fin de cuentas, era la propuesta inicial de Salmond. Una realidad que solo puede ser sobrepasada si a la pasión nacionalista se une la inquina política: los escoceses son en su mayoría de izquierdas y les fastidia doblemente ser gobernados por los tories ingleses.
Como ven, lo único seguro es que todos nos jugamos algo en sus elecciones.
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 Cuando sólo era un cartel/José Antich
La Vanguardia | 19 de septiembre de 2014
Lo primero que llama la atención al cabo de unas horas de aterrizar en Edimburgo, la capital política, cultural y administrativa de Escocia, es la discreción con que la ciudad celebra las últimas horas de la campaña electoral del referéndum de independencia. Con esta misma reserva, que no es ni mucho menos apatía como puede comprobarse hablando con la gente, se vivía ayer la trascendental jornada electoral. Para unos, era la peligrosa votación que hoy, con los resultados en la mano, puede poner punto final a la unión de más de 300 años entre Inglaterra y Escocia; para otros, la ilusionante cita con las urnas y la posibilidad de disponer en este inicio de milenio de un Estado propio.
Un paseante despreocupado por lo que aquí sucede tendría muy pocos elementos a lo largo de las calles más céntricas y concurridas de Edimburgo -empezando por la Royal Mile, el punto neurálgico de la ciudad medieval y donde se encuentran la mayoría de los edificios históricos- para tomar el pulso de estas horas en que se está decidiendo el futuro del Reino Unido. Y el futuro de Europa. A diferencia de lo que ocurre en las calles de Barcelona, en el corazón comercial de la capital escocesa prácticamente no hay banderas colgando de ventanas y balcones de los edificios y, de hecho, cuesta encontrar carteles, apenas unos pocos y casi siempre pequeños, bien sea a favor del sí o del no. La situación varía sustancialmente si uno se desplaza a otras zonas de la capital, sobre todo los barrios más populares, donde visualmente el sí es muy mayoritario. Las encuestas han repetido que el referéndum está muy igualado, con ligera ventaja para el no; las casas de apuestas -a estas alturas un termómetro comparable a los sondeos de opinión- cerraron la jornada otorgando también la victoria al no. Cuando usted lea este artículo, ya conocerá el resultado.
Escocia ha hecho un largo recorrido desde que el malogrado arquitecto catalán Enric Miralles ganara en 1998 un concurso internacional para construir el nuevo Parlamento de Holyrood. La ley de Escocia, que no era otra cosa que la devolución de algunas competencias, había sido aprobada hacía apenas unos meses por Tony Blair. Londres daba así respuesta política a los resultados del referéndum celebrado el año anterior que pedía mayor autonomía. Los escoceses habían aprobado finalmente dotarse de un régimen autonómico, después que en una convocatoria previa, en 1979, la votación no alcanzara el resultado suficiente. El acuerdo contemplaba la reinstauración de un gobierno y una Cámara legislativa, con competencia única sobre diversas áreas, aunque globalmente el poder que se transfería desde Inglaterra era inferior al que poseía Catalunya.
El moderno y funcional Parlamento proyectado por Miralles iba a dejar relegado al papel de simple edificio turístico la antigua sede histórica ubicada en la Royal Mile. Pues bien, el 7 de octubre de 1998 era el día señalado para oficializar el inicio de las obras que deberían quedar concluidas en un plazo de dos años. De hecho, algunas máquinas ya habían trabajado intensamente preparando la enorme extensión de terreno que antes había ocupado la fábrica de cerveza Scottish and New Castle. Unos cuantos periodistas catalanes asistimos a aquel acto simbólico de la obra colosal que iniciaría Miralles y que, tras su repentina muerte, se encargaría de terminar su esposa, la también arquitecta Benedetta Tagliabue. Presidían el acto el secretario de Estado para Escocia (en realidad, el ministro para Escocia) Donald Dewar y el president de la Generalitat Jordi Pujol. Fue una ceremonia relativamente breve en que se descubrió un cartel, visible desde la distancia, anunciando que allí se ubicaría el nuevo Parlamento escocés y se realizaron varios discursos. La autonomía de Escocia era en aquel momento eso, un cartel, ya que aún no se habían celebrado las primeras elecciones.
Figuran en mis papeles de aquel viaje algunas anotaciones significativas que con los años adquieren una perspectiva curiosa. En primer lugar, la constatación in situ de la admiración y respeto de los escoceses hacia la evolución de la autonomía catalana. Fue, por cierto, un viaje en el que se subrayaron las facilidades -todas- de la Administración Aznar y del ministro Abel Matutes (Exteriores) para colaborar en el éxito de la visita. Quizás también influyó que el embajador español en el Reino Unido fuera Alberto Aza, que apuraba el final de su destino londinense. Ciertamente, eran otros tiempos. Habían pasado sólo dos años de los tan discutidos pactos del Majestic.
Conservo también entre mis apuntes el recuerdo de una conversación con Dewar, estrecho colaborador de Blair y a quien las quinielas otorgaban gran proyección política en las filas laboristas. De hecho, no tardarían mucho en confirmarse estos augurios. En 1999 se convertiría en el presidente del primer gobierno autónomo de Escocia. El prestigio que se ganó entre sus conciudadanos le hizo merecedor del apelativo de padre de la patria. Si un derrame cerebral no hubiera acabado con su vida al año siguiente, la evolución autonómica quizás hubiera sido diferente. Evocado hoy, al cabo de dieciséis años, el diálogo que se produjo aquel día en la entonces inmensa explanada del barrio de Holyrood adquiere un tono surrealista. Hay que situarse en el marco político de aquellos días. Pujol acababa de hacer unas polémicas declaraciones en Madrid afirmando que Catalunya era una nación y que España no lo era. El Parlament había aprobado una resolución a favor de la autodeterminación de Catalunya, la tercera. Pasqual Maragall, desde Roma -con las maletas a punto para regresar de su retiro en el Trastévere y afrontar el asalto a la presidencia de la Generalitat-, aseguraba que en el debate sobre el modelo de Estado no había límites imposibles al diálogo. Y, José María Aznar, en Bilbao, avanzaba el argumentario que años más tarde utilizaría en Catalunya: “No se romperá Euskadi; ningún vasco tendrá que hacer las maletas”. Era, repito, octubre de 1998. Dewar le acababa de preguntar a Pujol si su partido, Convergència i Unió, quería la independencia de Catalunya. “No, ni nosotros (CiU), ni los catalanes somos secesionistas”, contestó Pujol. La respuesta pareció tranquilizar al laborista Dewar, que formuló lo más parecido a un deseo: “Ustedes tienen un poder importante. Nosotros vamos a empezar con algunas competencias. Quizás dentro de 25 años lleguemos a igualarles”. El Scottish National Party (SNP), el partido independentista, hoy mayoritario en el Parlamento escocés, era al final del siglo pasado un partido minoritario y a su líder, Alex Salmond, aún le faltaban siete años para presidir Escocia.
Han pasado casi 16 años desde aquella conversación de apariencia intrascendente. En Catalunya hoy se aprobará la ley de consultas, el marco jurídico que ha de permitir convocar la consulta del 9-N, y los escoceses, después de un intenso y apasionante debate, acaban de votar en referéndum un salto político. Que nadie se equivoque. La globalización, lejos de contener las reivindicaciones territoriales que están surgiendo, las acentúa. De repente, la política vuelve a acaparar el máximo interés de los ciudadanos.
…Y Escocia ya no es tan sólo un cartel plantado en Holyrood, sino lo que sus ciudadanos han decidido ser.

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