Milenio, 08/01/15,
El asalto a la razón/Carlos Marín
“Dígame, Carlos, ¿qué hago
con este hombre?: sale a las seis de la mañana para ir al sauna y regresa a las
doce de la noche… ¡para meterse al sauna!”, me decía jocosa en la casa de
Gabriel Mancera doña Susana Ibarra de su marido, Julio Scherer García, a quien
le habíamos regalado para su hogar lo que tanto le gustaba y que a Froylán,
Vicente y a mí nos divertía suponer una “caja de tormento”.
Don Julio acostumbraba mucho
también irse a nadar todos los días, y las conversaciones intensas o
importantes las prefería en caminatas de una o dos vueltas a la manzana o (y no
había manera de zafarse), dos o tres de Pilares a San Antonio y de regreso
hasta Félix Cuevas para retornar a Fresas 13.
“Camine, camine y camine”,
recomendaba. “No hay nada mejor para la salud y, cuando sienta que no puede dar
un paso más, es que apenas va usted a la mitad”.
En una de ésas me contó de
alguien que le había dicho que todos los hombres debemos tener una afición, una
pasión y una profesión.
“Para mí las tres son lo que
hacemos…”, decía.
Y es que el reporteo de todo
lo llevaba en la piel y la entraña.
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