La
negra noche de París/MATHIEU
TOURLIERE
Revista Proceso # 2037, 15 de septiembre de 2015
La
Agencia France Presse difundió el pasado 2 de octubre una nota con una
advertencia inequívoca: Islamistas radicales preparaban atentados terroristas
de gran envergadura contra Francia y era muy probable que la policía no pudiera
desactivarlos. La nota se apoyaba en entrevistas con funcionarios de los
servicios de inteligencia galos. Los atentados “pronto van a llegar”, dijo uno
de ellos… Y llegaron. El viernes 13, yihadistas armados mataron a unas 150
personas en seis acciones realizadas de manera simultánea en lugares públicos
de París. De golpe, la guerra en Irak y Siria contra esta organización –en la
que participa el ejército francés– se trasladó a las calles de la Ciudad Luz.
El
concierto de los cuatro músicos californianos del grupo Eagles of Death Metal
empezó de manera extraña, en la sala Le Bataclan: El vocalista clavó un
cuchillo en una bocina. El recinto ubicado en el número 50 del bulevar Voltaire
–un escenario, una sala, un balcón y un pequeño restaurante– estaba lleno el
viernes 13.
Poco
menos de una hora después del arranque de la tocada, el caos se apoderó del
lugar. Según los reportes, cuatro hombres armados con rifles de alto calibre
asesinaron a los guardias de seguridad, ingresaron al recinto –algunos
sobrevivientes aseveran que gritaron “¡Allahu akbar!” (¡Dios es grande!)– y
abrieron fuego de manera indiscriminada contra las centenas de personas que
asistían al concierto. Entre la oscuridad y el elevado volumen de la música, los
asistentes tardaron en reaccionar.
“En
un inicio pensamos que era parte del show, pero rápidamente entendimos”,
recordó un testigo. “Disparaban hacia la masa. Estaban armados con rifles
pesados, me imagino que eran kaláshnikov, hacían un ruido infernal. Había
sangre por todos lados, cadáveres por todos lados. Se oían gritos. Todos
intentaron huir. La gente se aplastaba. Era un infierno”.
Julien
Pearce, periodista de la radio Europe 1, se encontraba en la sala y recordó:
“Escuchamos detonaciones en la parte trasera de la sala. Me di la vuelta y
observé a dos hombres con rifles en bandolera. No llevaban máscaras. Eran muy
jóvenes: tendrían unos 20 años. Iban vestidos todos de negro, con una pequeña
barba”.
El
reportero explicó que los atacantes –pertenecientes al Estado Islámico, según
confirmó el gobierno francés– “dispararon al azar sobre la multitud”, vaciaron
sus cargadores una y otra vez contra el público y los caídos. En el piso se
amasaban personas agonizantes, y los asaltantes abrían fuego con ráfagas “de
tres o cuatro segundos”.
Tres
asistentes del concierto, consultados por el diario Libération, vieron desde el
balcón cómo los agresores masacraron primero a los clientes de la barra. “Luego
vimos un movimiento en la pista. Era como el paso del viento en el trigo: todos
caían –muertos, heridos y vivos–. Aunque no tengamos experiencia de la guerra,
entendimos de inmediato lo que ocurría”, relataron.
Un
vigilante les indicó una salida de emergencia; dos de ellos subieron hasta la
azotea y otro se refugió en una sala.
Una
mujer subió al escenario y alcanzó la sala, donde permaneció con otras 25
personas durante más de dos horas. “Teníamos una probabilidad sobre dos de
recibir una bala al subirnos. Escuchamos a la gente que gritaba, los rehenes
sobre todo, y las amenazas de los atacantes: ‘¡Mírame!’, decían.
“Después
de 10 minutos interminables, todavía no era una toma de rehenes sino una
carnicería. Mucha gente estaba en el piso, herida o convulsionando.
Desafortunadamente no podían hacer nada, por temor”, abundó Pearce.
Junto
con un grupo de aproximadamente diez personas, el periodista logró escapar del
recinto y salir hacia la calle Charonne, en la cual encontraron una situación
“apocalíptica”: cuerpos y personas gritando de dolor en las banquetas.
Afuera
los esperaban paramédicos y periodistas. “(Cuando iba saliendo) caí al suelo,
pero alguien me levantó y logré escapar. Pero todos mis amigos se quedaron
adentro. Es terrible, es una carnicería”, explicó Eduard Veilly.
Daniel
Psenny, un periodista de Le Monde, vive atrás de Le Bataclan. Grabó la huida de
decenas de personas por las dos puertas traseras. En el video se observa un
torrente de gente salir del edificio y correr a toda velocidad en la calle. Una
y otra vez se oyen los ruidos secos de disparos. Algunas personas arrastran a
otras, inertes. Un hombre grita, desesperado: “¡Oscar! ¡Oscar!”…
Se
observa a tres personas que han salido por las ventanas del tercer piso y se
agarran a los marcos, colgando en el vacío. “¡Por favor, le ruego: voy a
soltarme, estoy embarazada, le ruego”!, suplica una mujer.
“¿Qué
pasa?”, pregunta el reportero. “¡Nos disparan!”, le contesta una voz femenina.
Más
tarde en la noche, entre la vorágine de noticias y rumores, se dio a conocer que
los asaltantes se habían encerrado en una sala del primer piso con un centenar
de rehenes.
Un
testigo, al que entrevistó posteriormente la AFP, se refugió en los baños del
segundo nivel durante el tiroteo. Escuchó que los asaltantes hablaron con los
rehenes sobre las intervenciones militares francesas en Siria y en Irak: “Es
culpa de (el presidente François) Hollande… no tiene por qué intervenir en
Siria”…
“Todavía
estoy en Le Bataclan. 1er piso. ¡Herida grave! Que empiecen el asalto lo más
rápido. Hay sobrevivientes adentro. Están abatiendo a todo el mundo. Uno tras
otro. 1er piso rápido!!!”, escribió a medianoche Benjamin Cazenoves –un
asistente al concierto– en su cuenta de Facebook.
Se
aproximaba la una de la madrugada cuando un grupo policiaco de élite ingresó a
la sala. El testigo escuchó más disparos y cuatro deflagraciones: De acuerdo
con el fiscal parisino Michel Cadot, tres de los agresores activaron sus
cinturones explosivos ante la llegada de los policías. Éstos abatieron al
cuarto, cuya bomba detonó al chocar contra el suelo.
Al
cierre de esta edición (viernes 13) el balance provisional de la masacre en Le
Bataclan se elevaba a más de 82 asesinados, pero las autoridades advirtieron
que probablemente la cifra aumentará los próximos días, ya que decenas de
clientes se encontraban en estado crítico.
Dos
ráfagas prolongadas
La
noche del viernes corría de manera normal en la terraza del restaurante Le
Petit Cambodge, donde muchos consideran que se sirve la mejor comida camboyana
de París. Frente al restaurante –ubicado en la esquina de las calles Bichat y
Alibert, a una cuadra del canal Saint Martin– parisinos y turistas bebían
tranquilamente en el bar Carrillon.
La
periodista holandesa Suzan Yucel y la estudiante Agathe Moreaux platicaban en una
terraza, a la espera de que una mesa se liberara en Le Petit Cambodge. Frente
al establecimiento se estacionaron dos autos de color negro. Un hombre alto y
de cabello oscuro descendió de uno de los vehículos. Y disparó dos ráfagas
prolongadas: la primera contra el Carrillon y, tras recargar, sobre los
clientes de Le Petit Cambodge.
“Escuchamos
algo muy ruidoso que parecían fuegos artificiales, como 20 o 30 disparos”,
recordó Moreaux en entrevista con Globalnews.
Desde
su departamento en la calle Bichat, una mujer escuchó los tiros y se asomó por
su ventana. “Vi gente corriendo, dos carros estacionados. Otra vez disparos, y
gente tirada en el piso, frente al Carillon. Luego vi a uno de los carros salir
de delante de mi casa. Sobre todo vi al pasajero de adelante, que me pareció
muy joven, de 18 o 20 años. Se fueron rápidamente”, contó a Le Monde.
A
media cuadra, un pequeño carro estaba acribillado. Una moto estaba tirada a
media calle y dos personas yacían con lesiones graves.
Una
testigo describió a Libération el ambiente después de la masacre: “Era surreal.
Nadie se movía en el restaurante y todos estaban en el piso en el bar
Carrillon. El ambiente estaba muy calmado, la gente no entendía lo que ocurría.
Un hombre llevaba a una chica en sus brazos. Se veía muerta”.
Según
los reportes oficiales, a altas horas de la noche del viernes 14 personas
habían fallecido en el ataque de la calle Bichat y otras 10 se encontraban
heridas, en “emergencia absoluta”.
En
el mismo momento, escenas similares ocurrían en cuatro puntos de los distritos
10 y 11, a corta distancia del río Sena y en uno de los corazones de la noche
parisina.
Así,
a tres cuadras del Petit Cambodge, en la calle Fontaine-au-Roi, un hombre llegó
caminando, sacó un arma y disparó sobre la veintena de clientes de la pizzería
La Casa Nostra, que estaban sentados en la terraza.
“La
escena duró un minuto. Entró en el bar de al lado y, cuando salió, vi cuerpos
en el piso. Dos pasajeros de un auto fueron heridos también”, relató un
empleado de McDonald’s a Le Figaro. La agresión dejó cinco muertos y ocho
heridos graves.
A
las nueve y media, un auto negro se detuvo enfrente del café La Belle Équipe,
ubicado en el número 92 de la calle Charonne, distrito 11.
Dos
hombres, con los rostros descubiertos, descendieron del vehículo. “Tenían
rifles. Escuché disparos. Muchos disparos. Tenía la impresión de que estallaban
cohetes al mismo tiempo. Duraron al menos tres minutos. Había pánico. Luego,
los hombres volvieron al auto y se fueron”, relató una vecina a Libération.
“Hubo
dos ráfagas, quizá 100 balas fueron disparadas. Los tiros volaban hacia todos
los sentidos”, recordó otra testigo.
Una
vecina relató a France Info que, después de la balacera, vio a un hombre
gritando a su prometida que no se durmiera. “Ella estaba en una camilla, la
llevaron”.
En
el número 253 de la avenida Voltaire, un terrorista suicida se hizo estallar
con su bomba, pero no cobró más vidas que la suya.
Otros
tres suicidas
A
las 9:20 de la noche, en el Estadio de Francia –ubicado en el barrio de
Saint-Denis, al norte de París–, la selección gala se enfrentaba a la alemana
en un partido amistoso. Transcurría el primer tiempo cuando se escuchó una
explosión.
“Fue
un ruido enorme. Pensaba que algún cohete había estallado en el estadio”,
recuerda Damien Bettinelli, quien se encontraba en la tribuna F con su hermano.
En
entrevista con Proceso, explica que el público no reaccionó: algunos miraron
hacia atrás, pero el partido siguió y volvió a captar su atención. Afuera del
recinto, detrás de la tribuna, un suicida acababa de detonar la bomba que tenía
colgada en el cuerpo. Agentes de seguridad evacuaron de manera discreta al
presidente Hollande, quien asistía al cotejo.
Narra:
“Cinco o 10 minutos después hubo una segunda explosión, tan fuerte como la
primera. Ahí empezamos a pensar que algo no era normal. Mi hermana trabaja en
el servicio de seguridad de la federación de futbol. Le pregunté pero tampoco
sabía de dónde venía el ruido. Pensaban que era un tanque de gas”. En realidad,
otro suicida había activado su cinturón cerca de un restaurante.
Durante
la pausa del medio tiempo, Bettinelli y su hermano notaron que las puertas
estaban cerradas y que los vigilantes no podían explicarles por qué. De pronto
sus celulares se inundaron de notificaciones y mensajes con noticias sobre los
tiroteos del centro de París. Sin embargo, el partido de futbol siguió.
A
las 9:53 ocurrió una tercera explosión, ahora del otro lado del estadio.
Tampoco generó mayores reacciones. A unos 15 minutos de que terminara el juego,
los guardias abrieron algunas rejas –las que no desembocaban a los lugares de
las explosiones–, y la gente “salió en masa” pero “sin pánico”, precisa
Bettinelli. Afuera, helicópteros surcaban el cielo.
Cuando
acabó el partido, cientos de aficionados se reunieron en la cancha. Desde las
bocinas una voz los urgía a mantener la calma. Poco a poco, el recinto se vació
y los 80 mil asistentes regresaron a sus casas.
“El
metro estaba lleno. Toda la gente se miraba con desconfianza”, recuerda
Bettinelli, y añade: “Fue peor que (el atentado contra la revista satírica)
Charlie Hebdo (perpetrado en enero pasado, con saldo de 12 muertos), porque
ahora mataron a toda clase de personas”.
Además
de los tres suicidas, una persona falleció en las explosiones.
En
total, unas 150 personas murieron en la noche más trágica que haya vivido París
en las últimas seis décadas. Al cierre de esta edición, aproximadamente un
centenar de personas se encontraban graves, y alrededor de 200 tenían heridas
menos graves. Ocho terroristas murieron en el atentado múltiple; siete de ellos
estallaron junto con sus bombas. l
#
Estado de shock/ANNE
MARIE MERGIER
PARÍS.-
Los sobrevivientes del sangriento ataque contra Le Bataclan a duras penas
logran contar lo que vivieron en esa mítica sala de conciertos donde se
presentaba el grupo rockero Eagles of Death Metal, de California.
Algunos
lograron esconderse en los baños del inmueble. Otros alcanzaron el ático. Los
más pasaron horas tirados en el piso a la espera de la muerte.
Se
habla de cuatro hombres con rostros descubiertos y metralletas kaláshnikov
disparando por doquier y gritando ¡Allahu akbar! (¡Dios es grande!).
Millones
de franceses pegados a las pantallas de sus televisores escucharon el viernes
13 por la noche los testimonios de estos ciudadanos trastornados, sus voces
quebrantadas, sus palabras confusas, su terror.
Una
vez más, los yihadistas atacaron Francia. Y ahora le asestaron golpes de una
violencia jamás alcanzada.
En
pocas horas, la Ciudad Luz cambió de rostro. El viernes 13 era muy festivo. No
llovía ni hacía frío. Las terrazas de los cafés y de los restaurantes de los
distritos 10 y 11, en el muy movido este parisino, estaban llenas.
De
repente un individuo empezó a disparar contra los clientes de un restaurante
camboyano; otros abrieron fuego en una calle también llena de restaurantes, al
tiempo que otro grupo asaltaba Le Bataclan y varios kamikazes explotaban con
sus bombas cerca del Estadio de Francia, en el que la selección gala disputaba
un partido amistoso con la de Alemania.
Policías
y militares se desplegaron de inmediato en toda la ciudad concentrándose en los
barrios afectados. Las autoridades ordenaron a los parisinos quedarse en sus
casas, y a quienes estaban en la calle los urgieron a regresar de inmediato. Y
todos obedecieron.
Cinco
líneas de metro dejaron de circular; lo mismo pasó con los autobuses. Los
uniformados cuidaron las salidas de teatros, clubes nocturnos y salas de cine.
Exigieron a los parisinos apurar su retorno a casa. No tuvieron que insistir
mucho: las redes sociales habían difundido noticias del caos y el miedo ya se
había apoderado de la ciudad.
Las
personas que se encontraban en los cafés y los restaurantes cercanos al lugar
de los atentados tuvieron que esperar durante varias horas la autorización para
salir de los establecimientos. Y cuando por fin lo hicieron, no encontraron
transporte para regresar a sus hogares. Las redes sociales entraron de nuevo en
juego y organizaron algo inédito: ofrecieron hospedaje a los náufragos de esa
noche de terror.
La
suerte de los asistentes al Bataclan fue distinta. Las fuerzas especiales de la
Policía Nacional lanzaron el asalto contra el establecimiento a la media noche
y liberaron a centenares de rehenes cuya identidad fue sistemáticamente
checada. Muchos hombres tuvieron que salir en camiseta o con el torso desnudo,
ya que la policía buscaba posibles cómplices de los terroristas.
Empezó
muy pronto una siniestra ronda de ambulancias que trasladaron a la morgue 80
cuerpos como mínimo, mientras que decenas de heridos fueron internados en
distintos hospitales. Al cierre de esta edición se hablaba de más de 120 muertos.
Nadie se arriesgó a dar cifras oficiales de los heridos.
En
los alrededores del Bataclan, equipos de psicólogos atendieron a espectadores
que entraron en shock. Los más afectados fueron también hospitalizados,
mientras que autobuses llevaron a quienes lo deseaban a sus respectivos
domicilios.
Poco
tiempo antes de dar la orden de tomar el Bataclan por asalto, el presidente
François Hollande pronunció un breve discurso que fue transmitido por la
televisión. Anunció que Francia cerraba sus fronteras, declaró el estado de
emergencia en todo el país y pidió firmeza y solidaridad ante el horror. Horas
después confirmó que los ataques fueron perpetrados por el Estado Islámico.
A
las cuatro de la mañana del sábado 14 los periodistas que reporteaban en las
calles de la Ciudad Luz comentaron que jamás habían visto a París tan vacío,
tan lúgubre, tan oscuro, tan tenso.
París
duerme muy poco. Y los fines de semana menos. Siempre hay noctámbulos que
vagabundean felices o ebrios en busca de una café abierto para una última copa
o un triple expreso.
En
esa noche del viernes 13 al sábado 14 París tampoco durmió. La ciudad veló sus
muertos en silencio. Y sin duda, muy pronto se levantará una vez más para
vencer el terror que busca inspirarle el Estado Islámico. L
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