Agradece
la lucha contra los abusos a menores en el clero, y recuerda que la unidad y
pluriformidad son el sello de una Iglesia movida por el Espíritu Santo
El
Papa a la Congregación para la Doctrina de la Fe
Francisco recibió este viernes por la mañana en el Palacio
Apostólico Vaticano, a los participantes de la Plenaria de la Congregación para
la Doctrina de la Fe, a quienes les agradeció la labor que hacen, velando para
que la fe se refleje en la integridad de las costumbres, en particular en los
casos de abusos de menores.
A
continuación el texto completo ofrecido por la Oficina de Prensa de la Santa
Sede.
Queridos
hermanos y hermanas, tenemos este encuentro como conclusión de los trabajos de
vuestra Sesión Plenaria. Les saludo cordialmente y saludo al cardenal prefecto
por sus amables palabras.
Nos
encontramos en el Año Santo de la Misericordia. Espero que en este Jubileo
todos los miembros de la Iglesia renueven su fe en Jesucristo que es el rostro
de la misericordia del Padre, el camino que une a Dios y al hombre. Por lo
tanto misericordia es el arquitrabe que sostiene la vida de la Iglesia: de
hecho la primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo.
La
fe cristiana, de hecho, no solo es conocimiento para conservar en la memoria,
sino verdad que hay que vivir en el amor. Por lo tanto, junto con la doctrina
de la fe, también hay que custodiar la integridad de las costumbres, sobre todo
en los ámbitos más sensibles de la vida. La adhesión de fe a la persona de
Cristo implica tanto el acto de la razón como la respuesta moral a su don. En
este sentido, doy las gracias por todo el esfuerzo y la responsabilidad con que
son tratados los casos de abuso de menores por parte del clero.
El
cuidado de la integridad de la fe y de las costumbres es una tarea delicada.
Para cumplir bien esa misión es importante un compromiso colegial. Vuestra
Congregación valoriza mucho la contribución de los consultores y de los
comisarios, a quienes deseo agradecerles el trabajo precioso y humilde. Y les
animo a proseguir en la praxis de tratar los temas en el congreso semanal y los
más importantes en las sesiones ordinarias o plenarias. Hace falta promover, en
todos los niveles de la vida eclesial, una correcta sinodalidad. En este
sentido el año pasado habéis organizado una reunión con los representantes de
las Comisiones doctrinales de las Conferencias Episcopales de Europa, para
abordar colegialmente algunos retos doctrinales y pastorales.
De
esta manera se contribuye a suscitar en los fieles un nuevo impulso misionero y
una mayor apertura a la dimensión trascendente de la vida, sin la cual Europa
corre el riesgo de perder el espíritu humanista que, no obstante, ama y
defiende. Les invito también a seguir y a intensificar las colaboraciones con
tales órganos consultivos que ayudan a las Conferencias Episcopales y con cada
uno de los obispos en su solicitud por la sana doctrina en un tiempo de cambios
rápidos y de problemáticas de creciente complejidad.
Otra
aportación significativa a la renovación de la vida eclesial es el estudio
sobre la complementariedad entre los dones jerárquicos y carismáticos. Según la
lógica de la unidad en la legítima diferencia -lógica que caracteriza toda
auténtica forma de comunión en el Pueblo de Dios-, dones jerárquicos y
carismáticos están llamados a colaborar en sinergia por el bien de la Iglesia y
del mundo. El testimonio de esta complementariedad es hoy muy urgente y
representa una expresión elocuente de aquella ordenada pluriformidad que
caracteriza a cada tejido eclesial, como reflejo de la armoniosa comunión que
vive en el corazón de Dios Uno y Trino. La relación entre dones jerárquicos y
carismáticos, de hecho lleva a su raíz Trinitaria, en la relación entre el
Logos divino encarnado y el Espíritu Santo, que es siempre don del Padre y del
Hijo.
Justamente,
si esa raíz es reconocida y aceptada con humildad, permite que la Iglesia se
renueve en cada tiempo como ‘un pueblo que deriva su unidad de la unidad de Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo’, de acuerdo con la expresión de san Cipriano (De
oratione dominica, 23). Unidad y pluriformidad son el sello de una Iglesia que,
movida por el Espíritu, sabe encaminarse con un paso seguro y fiel hacia las
metas que el Señor Resucitado le indica en el curso de la historia.
Aquí
se puede ver cómo la dinámica sinodal, si se entiende correctamente, nace de la
comunión y conduce hacia una comunión, cada vez más efectiva, profunda y
dilatada, al servicio de la vida y de la misión del Pueblo de Dios. Queridos
hermanos y hermanas, les aseguro que les recordaré en las oraciones y confío en
las que harán por mi. El Señor les bendiga y la Virgen les proteja.
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