10 feb 2016

Termina el Carnaval, inicia la Cuaresma..,otros tiempos

El papa Francisco en inicio de la Cuaresma.
El inicio de la Cuaresma que dura justamente 40 días –descontando los domingos que es fiesta de guardar o día de descanso,- y termina antes de la Misa de la Cena del Señor, del Jueves Santo.
Este miércoles de Ceniza, millones de feligreses asistirán  los templos católicos donde recibirán  de parte de los sacerdotes una cruz en la frente con las cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas el Domingo de Ramos, previo.
Estos días son para la iglesia católica tiempos del perdón y de la reconciliación fraterna.
 El papa Francisco presidió la tarde de este miércoles en la Basílica de San Pedro la Santa Misa con el rito de bendición e imposición de las Cenizas,  envío de los Misioneros de la Misericordia, dando así inicio a la Cuaresma.

En la celebración el papa  estuvo acompañado de cardenales, obispos y más de 700 Misioneros de la Misericordia que son enviados a todo el mundo con la facultad de absolver algunos pecados reservados a la Sede Apostólica.
Francisco propuso en su homilía tres “medicinas o remedios” que los cristianos pueden abrazar para “curarse del pecado” en esta Cuaresma: la oración, la caridad y el ayuno.
1.- Oración: “Expresión de apertura y de fidelidad en el Señor, es el encuentro personal con Él, que corta las distancias creadas por el pecado”, explicó el Papa. “Orar significa decir: ‘no soy autosuficiente, tengo necesidad de Ti, Tú eres mi vida y mi salvación”.

2.- Caridad: El Papa dijo que “el amor es verdadero, en efecto no es un acto exterior, no es dar cualquier cosa de modo paternalista para acallar la conciencia, sino aceptar quien tiene necesidad de nuestro tiempo, nuestra amistad, de nuestra ayuda”. Es también “vivir el servicio”.
3.- Ayuno: La penitencia, para “liberarnos de las dependencias frente a lo que pasa y entrenarnos para ser más sensibles y misericordiosos”. “Es una invitación a la simplicidad y a compartir”.
Pidió también que “la Cuaresma sea un tiempo de buena ‘podadura’ de la falsedad, de la mundanidad, de la indiferencia”, entre otras cosas “para volver a encontrar la identidad cristiana, es decir, el amor que sirve, no el egoísmo que se sirve”.
 Sobre la necesidad de reconciliarse con Dios, el Santo Padre explicó que “no es simplemente un buen consejo paterno ni una sugerencia, es una verdadera y propia súplica a nombre de Cristo”. “Cristo sabe cómo de frágiles y pecadores somos, conoce la debilidad de nuestro corazón”, recordó.
 Cristo “vence el pecado y nos levanta de las miserias, si confiamos en Él” y este “es el primer paso del camino cristiano, se trata de entrar a través de la puerta abierta que es Cristo, donde nos espera Él mismo, el Salvador, y nos ofrece una vida nueva y alegre”.
 El Santo Padre afirmó que “existe la tentación de blindar las puertas, de convivir con el propio pecado, minimizándolo, justificándolo siempre, pensando en no ser peores que los otros” pero así “se cierran las cerraduras del alma y se permanece cerrado por dentro, prisioneros del mal”.
Otro obstáculo que señaló el Pontífice es “la vergüenza de abrir la puerta secreta del corazón” y también el de “alejarnos de la puerta: sucede cuando nos encerramos en nuestras miserias”. Entonces, “nos desanimamos y somos más débiles frente a las tentaciones”.
“Esto sucede porque permanecemos solos con nosotros mismos, cerrándonos y huyendo de la luz, mientras solamente la gracia del Señor nos libera. Dejémonos por tanto reconciliar, escuchemos a Jesús que dice a quien está cansado y oprimido ‘vengan a mi’”.
Existe otra invitación de parte de Dios que es la de “retornar al Señor con todo el corazón”. “Si se necesita regresar es porque nos hemos alejado. Es el misterio del pecado”, explicó Francisco.
A los Misioneros de la Misericordia les dijo: “ustedes pueden ayudar a abrir las puertas de los corazones, a superar la vergüenza, a no huir de la luz”.
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Homilia del Papa Francisco en la Santa Misa de Miércoles de Ceniza
La palabra de Dios al inicio del camino cuaresmal dirige a la Iglesia y a cada uno de nosotros dos invitaciones. La primera  es aquella de  San Pablo: “Déjense reconciliar con Dios”, no es simplemente un buen consejo paterno y mucho menos una sugerencia. Es una verdadera y propia súplica en nombre de Cristo: “Les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar  con Dios”. ¿Por qué un llamamiento así tan solemne y  apasionado?
Porque Cristo sabe  cuán frágiles y pecadores somos. Conoce la debilidad de nuestro corazón, lo ve herido por el mal que hemos cometido  y sufrido,  sabe cuánta necesidad tenemos del perdón, sabe que es necesario que nos sintamos amados para realizar el bien.  Solos no podemos hacerlo, por esto el apóstol no nos  dice que “hagamos cualquier cosa”,  sino que nos dejemos reconciliar con Dios,  permitirle que nos perdone con confianza porque Dios es más grande que nuestro corazón.  Él  vence el pecado y nos levanta de la miseria si nos confiamos  a él. Está en nosotros reconocernos necesitados  de misericordia: es el primer paso del camino del cristiano; se trata de entrar  a través de la puerta abierta, que es Cristo, donde él nos espera, el salvador y nos ofrece una vida nueva y alegre.
Puede haber  algunos obstáculos que cierran las puertas del corazón: está la tentación de blindar las puertas, o sea de convivir con el propio pecado, minimizándolo, justificándonos  siempre, pensando que no somos peores que los demás, y de esta manera se bloquea  la cerradura del alma y permanecemos encerrados en nosotros mismos, prisioneros del mal. Otro obstáculo es la vergüenza de abrir la puerta  secreta del corazón. La vergüenza, en realidad,  es un buen síntoma porque indica que queremos  cortar con el mal.  Sin embargo, no debe jamás transformarse en temor o miedo.
 Y  existe una tercera insidia: aquella de alejarnos de la puerta. Sucede cuando nos  escondemos en nuestras miserias.  Cuando rumeamos  continuamente relacionando entre ellas las cosas negativas hasta el punto de hundirnos en el sótano más oscuro del alma.  Entonces nos convertimos en familiares de la tristeza que no queremos, nos acobardamos y somos débiles frente a las tentaciones. Esto sucede porque permanecemos solos en nosotros mismos, cerrándonos y huyendo de la luz. Solamente la gracia del Señor nos libera. Dejémonos entonces  reconciliar escuchando a Jesús, que dice a quien está cansado y oprimido: “Vengan a mí”. No permanecer en sí mismo  sino ir hacia él. Ahí existe la Paz y el descanso. En esta celebración están presentes  los Misioneros de  la Misericordia para recibir el mandato de ser signos e instrumentos del perdón de Dios. Queridos  hermanos, puedan ayudar a abrir las puertas del corazón y superar la vergüenza y no huir de la luz.  Que sus manos bendigan y levanten a los hermanos y a las hermanas  con paternidad. Que a través de ustedes la mirada y  las manos del Padre se posen sobre sus hijos  y les curen las heridas.
Hay una segunda invitación de Dios  que dice por medio del profeta Joel: “Vuelvan a mí con todo el corazón”. Es necesario  regresar porque nos hemos alejado. Es el misterio del pecado. Nos hemos alejado  de Dios, de los demás y de nosotros mismos. No es difícil darse cuenta.  Todos  sabemos cómo fatigamos  para  confiar verdaderamente en Dios.  Confiar en él como Padre,  sin miedo. Es arduo amar a los demás, pero no lo es pensar mal de ellos. Cómo nos cuesta hacer el bien verdadero, mientras que somos  atraídos y seducidos por tantas realidades materiales, que finalmente desaparecen  dejándonos pobres.  Junto a esta historia de pecado Jesús ha inaugurado  una historia de Salvación. El Evangelio que abre la Cuaresma nos invita a ser protagonistas abrazando tres remedios, tres medicinas que curan del pecado.
En primer lugar la oración, expresión de apertura y de confianza en el Señor. Es el encuentro  personal con Él,  que reduce las distancias creadas por el pecado. Rezar significa decir: “no soy autosuficiente, tengo necesidad de Ti. Tú eres mi vida y mi salvación”.
En segundo lugar la caridad para superar lo extrañez en relación a los demás. El amor verdadero  de hecho, no es un acto exterior, no es dar algo  en modo paternalista  para calmar  la conciencia, sino aceptar  a quien tiene  necesidad de nuestro tiempo, de nuestra amistad, de nuestra ayuda.  Es vivir  el servicio, venciendo la tentación de complacerse. En tercer lugar, el ayuno la penitencia  para liberarnos de las dependencias en relación  de aquello que pasa  y ejercitarnos para ser más sensibles y misericordiosos.  Es una  invitación a la simplicidad y al compartir, quitar algo de nuestra mesa y de nuestros bienes  para reencontrar  el  bien verdadero de la libertad.
“Regresen a mí, dice el Señor,  con todo el corazón”. No sólo  con un acto externo sino desde lo profundo de nosotros mismos. De hecho Jesús nos llama a vivir la oración, la caridad y la penitencia con coherencia y autenticidad venciendo la hipocresía. La Cuaresma sea un tiempo de auténtica  “podadura” de la falsedad, de la mundanidad, de la indiferencia, para no pensar que todo está bien y  que yo estoy bien, para entender aquello que cuenta no es la aprobación, la búsqueda del éxito o del consenso, sino la limpieza del corazón y de la vida para reencontrar  la identidad  cristiana,  es decir el  amor que sirve, no el egoísmo que se sirve.
Pongámonos en camino juntos como Iglesia, recibiendo las cenizas, también nosotros  nos convertiremos en cenizas, y teniendo fija la mirada en el crucificado. Él amándonos nos invita a dejarnos reconciliar con Dios y a regresar a Él para reencontrarnos con nosotros mismos.


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