El papa Francisco en inicio de la Cuaresma.
El inicio de la Cuaresma que dura justamente 40 días –descontando los domingos que es fiesta de guardar o día de descanso,- y termina antes de la Misa de la Cena del Señor, del Jueves Santo.
Este miércoles de Ceniza, millones de feligreses asistirán los templos católicos donde recibirán de parte de los sacerdotes una cruz en la frente con las cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas el Domingo de Ramos, previo.
Estos días son para la iglesia católica tiempos del perdón y de la reconciliación fraterna.
El inicio de la Cuaresma que dura justamente 40 días –descontando los domingos que es fiesta de guardar o día de descanso,- y termina antes de la Misa de la Cena del Señor, del Jueves Santo.
Este miércoles de Ceniza, millones de feligreses asistirán los templos católicos donde recibirán de parte de los sacerdotes una cruz en la frente con las cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas el Domingo de Ramos, previo.
Estos días son para la iglesia católica tiempos del perdón y de la reconciliación fraterna.
El papa Francisco presidió la tarde de este miércoles en la Basílica de San Pedro la Santa Misa con el rito de
bendición e imposición de las Cenizas, envío de los Misioneros de la Misericordia, dando así inicio a la Cuaresma.
En
la celebración el papa estuvo acompañado de cardenales, obispos y más de
700 Misioneros de la Misericordia que son enviados a todo el mundo con la
facultad de absolver algunos pecados reservados a la Sede Apostólica.
Francisco
propuso en su homilía tres “medicinas o remedios” que los cristianos pueden
abrazar para “curarse del pecado” en esta Cuaresma: la oración, la caridad y el
ayuno.
1.-
Oración: “Expresión de apertura y de fidelidad en el Señor, es el encuentro
personal con Él, que corta las distancias creadas por el pecado”, explicó el
Papa. “Orar significa decir: ‘no soy autosuficiente, tengo necesidad de Ti, Tú
eres mi vida y mi salvación”.
2.-
Caridad: El Papa dijo que “el amor es verdadero, en efecto no es un acto
exterior, no es dar cualquier cosa de modo paternalista para acallar la
conciencia, sino aceptar quien tiene necesidad de nuestro tiempo, nuestra
amistad, de nuestra ayuda”. Es también “vivir el servicio”.
3.-
Ayuno: La penitencia, para “liberarnos de las dependencias frente a lo que pasa
y entrenarnos para ser más sensibles y misericordiosos”. “Es una invitación a
la simplicidad y a compartir”.
Pidió también que “la Cuaresma sea un tiempo de buena ‘podadura’ de la
falsedad, de la mundanidad, de la indiferencia”, entre otras cosas “para volver
a encontrar la identidad cristiana, es decir, el amor que sirve, no el egoísmo
que se sirve”.
Otro
obstáculo que señaló el Pontífice es “la vergüenza de abrir la puerta secreta
del corazón” y también el de “alejarnos de la puerta: sucede cuando nos
encerramos en nuestras miserias”. Entonces, “nos desanimamos y somos más
débiles frente a las tentaciones”.
“Esto
sucede porque permanecemos solos con nosotros mismos, cerrándonos y huyendo de
la luz, mientras solamente la gracia del Señor nos libera. Dejémonos por tanto reconciliar,
escuchemos a Jesús que dice a quien está cansado y oprimido ‘vengan a mi’”.
Existe
otra invitación de parte de Dios que es la de “retornar al Señor con todo el
corazón”. “Si se necesita regresar es porque nos hemos alejado. Es el misterio
del pecado”, explicó Francisco.
A
los Misioneros de la Misericordia les dijo: “ustedes pueden ayudar a abrir las
puertas de los corazones, a superar la vergüenza, a no huir de la luz”.
#
Homilia del Papa Francisco en la Santa Misa de Miércoles de Ceniza
La
palabra de Dios al inicio del camino cuaresmal dirige a la Iglesia y a cada uno
de nosotros dos invitaciones. La primera
es aquella de San Pablo: “Déjense
reconciliar con Dios”, no es simplemente un buen consejo paterno y mucho menos
una sugerencia. Es una verdadera y propia súplica en nombre de Cristo: “Les
suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios”. ¿Por qué un llamamiento así tan
solemne y apasionado?
Porque
Cristo sabe cuán frágiles y pecadores
somos. Conoce la debilidad de nuestro corazón, lo ve herido por el mal que
hemos cometido y sufrido, sabe cuánta necesidad tenemos del perdón,
sabe que es necesario que nos sintamos amados para realizar el bien. Solos no podemos hacerlo, por esto el apóstol
no nos dice que “hagamos cualquier
cosa”, sino que nos dejemos reconciliar
con Dios, permitirle que nos perdone con
confianza porque Dios es más grande que nuestro corazón. Él
vence el pecado y nos levanta de la miseria si nos confiamos a él. Está en nosotros reconocernos
necesitados de misericordia: es el
primer paso del camino del cristiano; se trata de entrar a través de la puerta abierta, que es Cristo,
donde él nos espera, el salvador y nos ofrece una vida nueva y alegre.
Puede
haber algunos obstáculos que cierran las
puertas del corazón: está la tentación de blindar las puertas, o sea de
convivir con el propio pecado, minimizándolo, justificándonos siempre, pensando que no somos peores que los
demás, y de esta manera se bloquea la
cerradura del alma y permanecemos encerrados en nosotros mismos, prisioneros
del mal. Otro obstáculo es la vergüenza de abrir la puerta secreta del corazón. La vergüenza, en
realidad, es un buen síntoma porque
indica que queremos cortar con el
mal. Sin embargo, no debe jamás
transformarse en temor o miedo.
Y
existe una tercera insidia: aquella de alejarnos de la puerta. Sucede
cuando nos escondemos en nuestras
miserias. Cuando rumeamos continuamente relacionando entre ellas las
cosas negativas hasta el punto de hundirnos en el sótano más oscuro del
alma. Entonces nos convertimos en
familiares de la tristeza que no queremos, nos acobardamos y somos débiles
frente a las tentaciones. Esto sucede porque permanecemos solos en nosotros
mismos, cerrándonos y huyendo de la luz. Solamente la gracia del Señor nos
libera. Dejémonos entonces reconciliar
escuchando a Jesús, que dice a quien está cansado y oprimido: “Vengan a mí”. No
permanecer en sí mismo sino ir hacia él.
Ahí existe la Paz y el descanso. En esta celebración están presentes los Misioneros de la Misericordia para recibir el mandato de
ser signos e instrumentos del perdón de Dios. Queridos hermanos, puedan ayudar a abrir las puertas
del corazón y superar la vergüenza y no huir de la luz. Que sus manos bendigan y levanten a los
hermanos y a las hermanas con
paternidad. Que a través de ustedes la mirada y
las manos del Padre se posen sobre sus hijos y les curen las heridas.
Hay
una segunda invitación de Dios que dice
por medio del profeta Joel: “Vuelvan a mí con todo el corazón”. Es
necesario regresar porque nos hemos
alejado. Es el misterio del pecado. Nos hemos alejado de Dios, de los demás y de nosotros mismos.
No es difícil darse cuenta. Todos sabemos cómo fatigamos para
confiar verdaderamente en Dios.
Confiar en él como Padre, sin
miedo. Es arduo amar a los demás, pero no lo es pensar mal de ellos. Cómo nos
cuesta hacer el bien verdadero, mientras que somos atraídos y seducidos por tantas realidades
materiales, que finalmente desaparecen
dejándonos pobres. Junto a esta
historia de pecado Jesús ha inaugurado
una historia de Salvación. El Evangelio que abre la Cuaresma nos invita
a ser protagonistas abrazando tres remedios, tres medicinas que curan del
pecado.
En
primer lugar la oración, expresión de apertura y de confianza en el Señor. Es
el encuentro personal con Él, que reduce las distancias creadas por el
pecado. Rezar significa decir: “no soy autosuficiente, tengo necesidad de Ti.
Tú eres mi vida y mi salvación”.
En
segundo lugar la caridad para superar lo extrañez en relación a los demás. El
amor verdadero de hecho, no es un acto
exterior, no es dar algo en modo
paternalista para calmar la conciencia, sino aceptar a quien tiene
necesidad de nuestro tiempo, de nuestra amistad, de nuestra ayuda. Es vivir
el servicio, venciendo la tentación de complacerse. En tercer lugar, el
ayuno la penitencia para liberarnos de
las dependencias en relación de aquello
que pasa y ejercitarnos para ser más
sensibles y misericordiosos. Es una invitación a la simplicidad y al compartir,
quitar algo de nuestra mesa y de nuestros bienes para reencontrar el
bien verdadero de la libertad.
“Regresen
a mí, dice el Señor, con todo el
corazón”. No sólo con un acto externo
sino desde lo profundo de nosotros mismos. De hecho Jesús nos llama a vivir la
oración, la caridad y la penitencia con coherencia y autenticidad venciendo la
hipocresía. La Cuaresma sea un tiempo de auténtica “podadura” de la falsedad, de la mundanidad,
de la indiferencia, para no pensar que todo está bien y que yo estoy bien, para entender aquello que
cuenta no es la aprobación, la búsqueda del éxito o del consenso, sino la
limpieza del corazón y de la vida para reencontrar la identidad
cristiana, es decir el amor que sirve, no el egoísmo que se sirve.
Pongámonos
en camino juntos como Iglesia, recibiendo las cenizas, también nosotros nos convertiremos en cenizas, y teniendo fija
la mirada en el crucificado. Él amándonos nos invita a dejarnos reconciliar con
Dios y a regresar a Él para reencontrarnos con nosotros mismos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario