El
País, 20 de junio de 2016.
¿Quién
no está pensando ya en las vacaciones de verano? ¿Playa o montaña? Quien más
quien menos ya tiene los planes preparados para un merecido descanso. Si
todavía no lo ha hecho no debe retrasarlo mucho. Las plazas vuelan. Y si su
destino son las playas europeas del Mediterráneo la cosa se complica aún más.
Recuerde que en los últimos meses las preferencias del viajero han cambiado.
Hasta hace unas semanas las islas griegas eran el lugar más demandado. Pero los
operadores han detectado un cambio en los planes de muchos grupos que ven cómo
se complican los trámites en esa parte de Europa. La mayoría están optando por
realizar un crucero desde las costas africanas de Libia hacia las blancas
playas de Malta, Sicilia o Lampedusa.
La
de Aylan fue la imagen del fracaso de Europa. Y no parece que hayamos aprendido
mucho desde entonces. El álbum de fotos de estas vacaciones no para de crecer.
Desde comienzos de año se han registrado un total de 2.809 muertes en el
Mediterráneo. En todo el 2015 se contabilizaron 3.770. Muchas de ellas eran
niños.
Cuando
termino de escribir este artículo –sí, yo también pensando en mis vacaciones-,
sabemos que en Libia se encuentran 235.000 personas y unas 956.000 en los
países del Sahel con la esperanza de abrirse camino hacia Europa. Para muchos
de ellos ahogarse en el mar es solo uno de los numerosos riesgos a los que
hacen frente durante su viaje. Corren el riesgo de sufrir, secuestros, robos,
violaciones y extorsiones, así como de ser detenidos arbitrariamente,
extorsionados y golpeados por las autoridades o las milicias.
La
situación se complica en el caso de los niños refugiados y migrantes que viajan
solos. En UNICEF calculamos que 9 de cada 10 niñosque han llegado a las costas
italianas lo han hecho sin la compañía de familiares adultos que los protejan.
“Si
tratas de escapar, te disparan y mueres. Si dejas de trabajar, te golpean. Era
igual que la esclavitud”. Son palabras de Aimamo, de 16 años, refiriéndose a la
granja en Libia donde él y su hermano gemelo trabajaron durante dos meses para
poder pagar a los traficantes. Habían llegado allí tras un largo viaje que los
llevó de Gambia a Senegal, Malí, Burkina Faso y Níger.
Historias
como estas se repiten en los relatos de los niños y niñas que llegan a Europa.
Y, sin embargo, decenas de miles siguen realizando un peligroso viaje con la
esperanza de encontrar seguridad o una vida mejor. Huyen de una violencia
brutal, de la pobreza extrema, de la sequía, de indecibles penurias o de la
falta de perspectivas y esperanza en decenas de países de África, Asia y
Oriente Medio. Cuando llegan a la última etapa de su viaje se encuentran con
una terrible travesía y, un poco más allá, con las puertas cerradas, con esa
otra forma de violencia que es la indiferencia y el desamparo.
Frente
a esta situación sin precedentes, la respuesta de Europa está siendo escasa y
descoordinada. Son necesarios más recursos para los niños migrantes y
refugiados, y un respeto escrupuloso a los sistemas de protección y asilo, así
como al principio del interés superior del niño recogido en la Convención de
los Derechos del Niño. A punto de iniciarse el verano, y en plena reactivación
de la ruta migratoria más mortal del mundo (Libia-Italia), es absolutamente
urgente analizar y corregir los fallos que han tenido los sistemas de
identificación y protección de la infancia, así como fortalecer los recursos
dirigidos a la infancia migrante y refugiada.
Si
los factores que impulsan esta migración forzosa no se abordan como una
prioridad mundial darán lugar a un movimiento interminable de niños en busca de
una vida mejor. Invertir en los niños y jóvenes, particularmente los más
vulnerables, debe ser una prioridad para abordar el ciclo de pobreza y
conflicto que está llevando a muchos a abandonar sus hogares.
Uno
tiene la sensación de que, de momento, las preferencias de los responsables
políticos pasan, este verano, por la montaña, la playa por desgracia, parece
que puede esperar… ¿Hasta cuándo?
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