La elección de Donald Trump/Ian Bremmer es presidente de Eurasia Group y autor de Superpower: Three Choices for America’s Role in the World. Se le puede seguir en Twitter @ianbremmer.
Traducción de Jesús Cuéllar Meneo.
El País, Sábado, 22/Oct/2016
La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos sigue siendo muy improbable. Sin embargo, como Hillary Clinton no suscita ni admiración ni confianza, la victoria de Trump el 8 de noviembre no puede descartarse. Merece la pena ponderar los riesgos que supondría su presidencia, para los estadounidenses y para el mundo. Los principales problemas no atañen a Rusia o Irán, ni siquiera a China, su principal competidor en la esfera geopolítica. Son más bien otras cuatro las áreas en las que Trump podría crear problemas de relevancia.
En primer lugar, están las crisis inesperadas. Los candidatos a la presidencia de EE UU se pasan 18 meses intentando convencer a los votantes de que sus planes son los mejores. Sin embargo, la historia demuestra que los acontecimientos que escapan al control directo del presidente provocan crisis que hay que afrontar. Barack Obama heredó un colapso económico. A George W. Bush le pillaron por sorpresa los atentados terroristas del 11 de septiembre. La falta de experiencia de Donald Trump —sería el primer presidente de EE UU que nunca haya tenido cargos de gobierno ni militares—, su errático temperamento y su susceptibilidad le convertirían en el candidato presidencial menos preparado de la historia reciente para enfrentarse a una emergencia. Su tendencia a sobrerreaccionar ante cualquier supuesto insulto personal indica que podría llegar a empeorar situaciones ya de por sí difíciles.
En segundo lugar, Trump dañaría las relaciones de EE UU con sus aliados. La antipatía que suscita entre la población de nuestros socios dificultaría el apoyo a las acciones de EE UU por parte de líderes que aspiren a la reelección. Su afirmación de que los socios de la OTAN no están contribuyendo lo que deben al mantenimiento de la Alianza perjudicará las relaciones con los Gobiernos y votantes europeos. La amenaza de imponer aranceles a México y Japón nos granjeará la antipatía de esos países, y la pretensión de expulsar de EE UU a 11 millones de trabajadores sin papeles y levantar un muro en la frontera irritará a los latinoamericanos.
La “sugerencia” de prohibir la entrada en Estados Unidos a musulmanes de países con antecedentes terroristas provocará a los musulmanes de otros países y a sus Gobiernos. La negativa de Trump a explicitar qué compromisos tradicionales cumplirá y cuáles no privará a Gobiernos aliados de apoyo interno para aceptar el aumento de costes y riesgos que conlleva asumir una mayor responsabilidad en la gestión de su propia seguridad.
En tercer lugar, para los políticos, el mundo siempre se divide entre amigos y enemigos. Pero Trump es un caso extremo y no debería sorprendernos que fuera más allá que la mayoría de los líderes elegidos democráticamente en sus recompensas a los primeros y sus castigos a los segundos. Esto no solo afectaría a Gobiernos y dirigentes extranjeros, sino a empresas, periodistas, ONG y ciudadanos.
Un Trump presidente convertiría a todos los ciudadanos estadounidenses en símbolos del poder de EE UU y al país en el objetivo preferido de Al Qaeda, ISIS y otros radicales islámicos. Nada tiene de novedoso que haya objetivos estadounidenses que sufran atentados. Pero el carácter especialmente antimusulmán de la retórica de Trump animará a muchos radicales a apuntar a la “pieza principal”; es decir, a lanzar un ataque letal contra Estados Unidos. Su retórica favorecerá que estas organizaciones recluten y reúnan dinero con más facilidad.
La principal preocupación que suscitan una presidencia y una política exterior de Trump emana de la incertidumbre que crearía. En Washington se dice que “el personal es la política”; para pronosticar cómo actuará un presidente no hay que fijarse en lo que diga, sino en sus nombramientos para puestos clave. Gran parte del establishment de EE UU en relaciones exteriores, que incluye a muchos de los republicanos a los que Trump representará en noviembre, han advertido públicamente de los riesgos de su candidatura. Trump los ha tachado de fracasados amargados.
Si conjugamos la disposición de Trump a ir en contra de las expectativas en el uso del poder de EE UU con la presencia de un reparto de secundarios casi desconocido resulta fácil comprender por qué gran parte del mundo contendrá la respiración durante las próximas cinco semanas.
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