25 jun 2017

El secuestro de las redes sociales

En la Casa Blanca, un hombre pone a su país y al mundo al borde del abismo con cada tuit que escribe.... 
El secuestro de las redes sociales/Yoani Sánchez es periodista cubana y directora del diario digital 14ymedio.
El País, 25 de junio de 2017
Hace más de un lustro las redes sociales hervían por la primavera árabe y los rostros de aquellos jóvenes manifestantes se iluminaban con las pantallas de sus teléfonos móviles. Eran años en que Twitter se veía como un camino hacia la libertad, pero poco después los represores también aprendieron a publicar en 140 caracteres.
Con cierta suspicacia primero y con mucho oportunismo más tarde, los populistas han encontrado en Internet un espacio para difundir sus promesas y captar adeptos. Se valen del increíble altavoz que brinda el mundo virtual y colocan las trampas de su demagogia, en la que quedan atrapados miles de internautas.
Las herramientas que una vez dieron voz a los ciudadanos se han ido transformando en un canal para que los autoritarismos entronicen sus discursos. Asimilaron que en estos tiempos de posverdad, un tuit repetido hasta el cansancio resulta más efectivo que colocar vallas en la carretera o pagar por espacios publicitarios.

Los regímenes totalitarios han pasado a la ofensiva en la web. Les tomó algo de tiempo darse cuenta de que podían usar las mismas redes que sus opositores, pero ahora lanzan a los policías informáticos contra sus críticos. Lo hacen con la misma metódica precisión con que han vigilado por años a sus disidentes y controlado la sociedad civil de sus naciones.
Desde hackeos de sitios digitales hasta la creación de falsos perfiles de usuarios, los Gobiernos antidemocráticos están probando todo aquello que les ayude a imponer matrices de opiniones favorables a su gestión. Cuentan a su favor con la irresponsable ingenuidad con que muchas veces se comparte contenido en el ciberespacio.
Uno de estos giros radicales lo ha dado el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Durante las protestas de 2013, cuando era primer ministro, quiso promulgar varias leyes para restringir el uso de Facebook y Twitter. A la red del pájaro azul la llegó a catalogar como “una fuente permanente de problemas” y “una amenaza para la sociedad”.
Sin embargo, cuando se produjo el intento de golpe de Estado en Turquía el año pasado, Erdogan echó mano de estas herramientas para convocar al pueblo hacia las plazas e informar de su situación personal. Desde entonces se ha dedicado a expandir su poder también a golpe de tuits, reafirmando en el mundo virtual la deriva dictatorial de su régimen.
En marzo pasado, los administradores de Twitter tuvieron que admitir que varias de sus cuentas, algunas vinculadas a instituciones, organizaciones y personalidades en todo el mundo, habían sido hackeadas con mensajes de apoyo a Erdogan. El sultán azuzó a sus huestes cibernéticas para dejar claro que tampoco en Internet se anda con juegos.
En América Latina varios casos refuerzan el proceso de apropiación que los autoritarismos vienen haciendo con las nuevas tecnologías. Nicolás Maduro ha abierto en Twitter uno de los tantos frentes de batalla con los que pretende mantenerse en el poder y acallar las revueltas populares que estallaron desde inicios de abril.
Los venezolanos no solo deben lidiar con la inestabilidad económica y la violencia de las fuerzas policiales, sino que Internet se ha vuelto para muchos de ellos un territorio hostil donde los chavistas gritan y amenazan con total impunidad. Desvirtúan sucesos, convierten a victimarios en víctimas e imponen etiquetas como quien lanza golpes.
Las imágenes de los manifestantes asesinados por la Guardia Nacional Bolivariana las enfrenta el Palacio de Miraflores lanzando bulos sobre una supuesta conspiración internacional para destruir el chavismo. Contra la fiscal general, Luisa Ortega Díaz, la batida ha sido encarnizada en las redes sociales, donde los simpatizantes de Maduro la han tildado, como mínimo, de loca.
De tanto intentar manipular tendencias y adulterar estados de opinión en la web, el oficialismo venezolano ha terminado por pillarse los dedos con la puerta. Recientemente fueron suspendidas más de 180 cuentas de Twitter que repetían cual ventrílocuos consignas gubernamentales. La penalización podría extenderse a otras tantas vinculadas a instituciones y medios acólitos.
El ministro de Comunicación venezolano, Ernesto Villegas, definió esta suspensión de cuentas como una operación de “limpieza étnica” y Maduro amenazó a los administradores de la red de microblogging con una frase cargada de desfasado triunfalismo: “Si ellos apagaron 1.000 cuentas, vamos a abrir 1.000 más”.
Con su conocida incontinencia verbal, el sucesor de Hugo Chávez estaba revelando la estrategia que su régimen ha seguido en los últimos años en Internet. La de plantar usuarios que confundan, mientan y, sobre todo, desvirtúen lo que está ocurriendo en el país. Un cercano aliado les enseñó esa estrategia.
En Cuba, los soldados del ciberespacio tienen una larga experiencia en el fusilamiento de la reputación digital de los opositores, el bloqueo de sitios críticos y el entrenamiento de trolls para inundar la zona de comentarios de cualquier texto que les resulte especialmente molesto. Pero su principal arma es dosificar el acceso a Internet entre los más confiables o mantenerlo a precios prohibitivos para la mayoría.
“Tenemos que domar el potro salvaje de las nuevas tecnologías”, sentenció Ramiro Valdés, uno de los comandantes históricos de la Revolución, cuando en la isla comenzaron a aflorar los primeros blogs independientes y las cuentas de Twitter gestionadas por opositores.
Desde entonces, mucho ha llovido y el castrismo se ha lanzado a la conquista de esos espacios con la misma intensidad que vocifera en los organismos internacionales. Su objetivo es recuperar el espacio que perdió mientras miraba con suspicacia las nuevas tecnologías. Su meta: acallar las voces disidentes con su algarabía.
Hasta en las democracias de más larga data las tecnologías están siendo secuestradas para propinar golpes mortales a las instituciones.
En la Casa Blanca, un hombre pone a su país y al mundo al borde del abismo con cada tuit que escribe. Todas las noches en que Donald Trump se va a la cama sin publicar en esa red social, millones de seres humanos respiran aliviados. Ha encontrado en los 140 caracteres una manera de gobernar en paralelo, sin limitaciones.
No son los tiempos ya de aquella red liberadora que enlazaba inconformidades y servía de infraestructura para la rebeldía ciudadana. Vivimos días en que los populismos y los autoritarismos han comprendido que las nuevas tecnologías se pueden convertir en un instrumento de control.

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