3 nov 2017

‘Let it be’, déjalo estar

‘Let it be’, déjalo estar.../ Diego Ramiro Guelar es embajador de la República Argentina en la República Popular Chi
El País, Viernes, 03/Nov/2017
Muchos afirman que el capitalismo occidental y el actual comunismo chino son lo mismo. No es así. El capitalismo occidental se fundamenta en el derecho natural de la propiedad, el cual coincide con el principio cristiano de “dar al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios”.
El miedo al comunismo –a partir de la revolución soviética de 1917– y el activismo social de los sindicatos y partidos socialistas produjeron extraordinarios avances en Europa y América, llegando a sociedades de bienestar tan desarrolladas como las nórdicas o Canadá.
La dirigencia del Partido Comunista Chino aprendió de los errores de la URSS y de los tercermundismos latinoamericanos y africanos. Entendieron que el socialismo no podía ser una forma de distribuir pobreza y, la vieja guardia que había acompañado a Mao en la guerra contra Japón y en la sangrienta guerra civil, apoyó la reforma y apertura planteada por Deng Xiaoping a partir del inicio de la década de los 80.
Pero esa decisión histórica no fue un giro capitalista, sino que fue fundamentada en los dos principios básicos del pensamiento marxista: el materialismo histórico, y el materialismo dialéctico. Según el primero, las grandes modificaciones sociales se producen conforme al desarrollo de la infraestructura productiva –organización de los recursos humanos y materiales–. El propio Marx entendía el socialismo como la “fase final del capitalismo”, y por eso imaginó que la revolución proletaria se produciría en los países del más alto nivel de industrialización.
Por su parte, el pensamiento dialéctico concibe a los extremos –por ejemplo: el frío y el calor– como partes constitutivas de la misma realidad (así, solo se conoce el frío si se conoce el calor) y establece un mecanismo dialéctico para resolver las contradicciones entre los extremos. Las no antagónicas se resuelven por síntesis, esto es, mitigando los efectos extremos (es decir, el frío con un suéter y el calor con un ventilador). En cambio, las antagónicas –la más importante: los trabajadores vs. los capitalistas– solamente se resuelven por la eliminación de uno de los extremos; en términos políticos, el control del Estado por una dictadura del proletariado y la eliminación de la propiedad privada. Durante los primeros 30 años, 1949-1980, se aplicó esta fórmula en la República Popular China.
El PCCh tuvo la lucidez de entender las limitaciones de seguir aplicando esta receta en forma ortodoxa. Fue así como se lanzó el mayor proceso de cambio social y económico de la historia –y el más rápido– que permitió convertir a un país agrícola, pobre y aislado en la superpotencia emergente del siglo XXI.
Siguiendo la doctrina comunista, se asumió que debía liberarse la capacidad emprendedora del pueblo chino con un incentivo central: el lucro personal y familiar y la legitimidad del objetivo de hacerse rico (y ya no solo salir de pobre).
La contradicción entre el capital y el trabajo, según el mismo pensamiento, la resuelve el Partido Comunista como representante del proletariado y garante de sus intereses.
La construcción de un sólido mercado interno y la iniciativa privada se transformaron en virtudes socialistas que se premian con el derecho a una vida confortable, educación y salud de calidad, una dieta más nutritiva y variada, vivienda digna, turismo interno y externo, etc.
Abrir la caja de Pandora produjo los resultados deseados, pero entendiendo los mismos como instrumentales para la construcción del socialismo de mercado con características chinas; es decir, utilizar las contradicciones intra-capitalistas para estimular la creación de riqueza pero sin olvidar el objetivo final de una sociedad inclusiva y, finalmente, igualitaria.
Quizás la solución para entender que los dos caminos –el occidental y el chino– no son paralelos ni se encuentran en las antípodas, radica en recurrir al mensaje que María, madre fallecida de Paul McCartney, le susurrara en sueños a su hijo una noche de febrero de 1970; el Beatle transformó esta revelación en una sencilla canción que tituló “Let it be” (“Déjalo estar”): “Let it be/ Let it be / There will be an answer/ Let it be/ Let it be/ Whisper words of wisdom/ Let it be/ Let it be” (Déjalo estar/ Así encontrarás una respuesta/ Que llegará como un susurro de sabias palabras/ Déjalo estar).
He aquí una sencilla descripción de la propuesta dialéctica: deja que los acontecimientos fluyan, escucha las lecciones que la realidad va brindando y recorre el camino con la sabiduría de comprender que se camina hacia atrás y hacia adelante al mismo tiempo. Luego, mides la distancia y, si avanzaste, es que todo anda bien. Déjalo estar. “Lo que importa no es que el gato sea blanco o negro; lo que importa es que cace ratones”, Deng Xiaoping dixit.
Puede ser China, Estados Unidos, España o Argentina; si desatas las energías creadoras y si vas pa’lante es que has dado en el clavo. Lo demás podemos dejárselo a los ideólogos y a los teóricos. Los buenos han pasado a la historia –Marx o Keynes–, y han sido adoptados por grandes políticos –Mao o Roosevelt– y, finalmente, los resultados están a la vista: los dos países que más avanzaron en la historia fueron la República Popular China y Estados Unidos.
Ambos países adaptaron pensadores europeos que los iluminaron para producir los cambios sociales más espectaculares. La síntesis es posible. La paz es posible. Derrotar el hambre es posible. El progreso es posible.
Sigamos los consejos que, desde el más allá, le hiciera llegar María a su hijo Paul, pues la verdad sale siempre de la boca de los niños y los cantores.


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