Contextosdela palabra.com, 28 de junio de 2018
http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/06/28/cons.html
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Homilía del papa Francisco..
«Estaban subiendo por el camino hacia Jerusalén y Jesús iba delante de ellos» (Mc 10,32).[1]
El comienzo de este paradigmático pasaje en Marcos siempre nos ayuda a ver cómo el Señor cuida de su pueblo con una pedagogía sin igual. De camino a Jerusalén, Jesús no deja de primerear a los suyos.
Jerusalén es la hora de las grandes determinaciones y decisiones. Todos sabemos que los momentos importantes y cruciales en la vida dejan hablar al corazón y muestran las intenciones y las tensiones que nos habitan. Tales encrucijadas de la existencia nos interpelan y logran sacar a la luz búsquedas y deseos no siempre transparentes del corazón humano. Así lo revela, con toda simplicidad y realismo, el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar. Frente al tercer y más cruel anuncio de la pasión, el evangelista no teme desvelar ciertos secretos del corazón de los discípulos: búsqueda de los primeros puestos, celos, envidias, intrigas, arreglos y acomodos; una lógica que no solo carcome y corroe desde dentro las relaciones entre ellos, sino que además los encierra y enreda en discusiones inútiles y poco relevantes. Pero Jesús no se detiene en ello, sino que se adelanta, los primerea y enfáticamente les dice: «No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mc 10,43). Con esa actitud, el Señor busca recentrar la mirada y el corazón de sus discípulos, no permitiendo que las discusiones estériles y autorreferenciales ganen espacio en el seno de la comunidad. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se está corroído por dentro? ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se vive atrapado en intrigas asfixiantes que secan y vuelven estéril el corazón y la misión? En esta situación —como alguien hacía notar— se podrían vislumbrar ya las intrigas palaciegas, también en las curias eclesiásticas.
«No será así entre vosotros», respuesta del Señor que, en primer lugar, es una invitación y una apuesta a recuperar lo mejor que hay en los discípulos y así no dejarse derrotar y encerrar por lógicas mundanas que desvían la mirada de lo importante. «No será así entre vosotros» es la voz del Señor que salva a la comunidad de mirarse demasiado a sí misma en lugar de poner la mirada, los recursos, las expectativas y el corazón en lo importante: la misión.
Y así Jesús nos enseña que la conversión, la transformación del corazón y la reforma de la Iglesia siempre es y será en clave misionera, pues supone dejar de ver y velar por los propios intereses para mirar y velar por los intereses del Padre. La conversión de nuestros pecados, de nuestros egoísmos no es ni será nunca un fin en sí misma, sino que apunta principalmente a crecer en fidelidad y disponibilidad para abrazar la misión. Y esto de modo que, a la hora de la verdad, especialmente en los momentos difíciles de nuestros hermanos, estemos bien dispuestos y disponibles para acompañar y recibir a todos y a cada uno, y no nos vayamos convirtiendo en exquisitos expulsivos o por cuestiones de estrechez de miradas[2] o, lo que sería peor, por estar discutiendo y pensando entre nosotros quién será el más importante. Cuando nos olvidamos de la misión, cuando perdemos de vista el rostro concreto de nuestros hermanos, nuestra vida se clausura en la búsqueda de los propios intereses y seguridades. Así comienza a crecer el resentimiento, la tristeza y la desazón. Poco a poco queda menos espacio para los demás, para la comunidad eclesial, para los pobres, para escuchar la voz del Señor. Así se pierde la alegría, y se termina secando el corazón (cf. Exhort. Ap. Evangelii Gaudium, 2).
«No será así entre vosotros —nos dice el Señor—, […] el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,43-44). Es la bienaventuranza y el magníficat que cada día estamos invitados a entonar. Es la invitación que el Señor nos hace para no olvidarnos que la autoridad en la Iglesia crece en esa capacidad de dignificar, de ungir al otro, para sanar sus heridas y su esperanza tantas veces dañada. Es recordar que estamos aquí porque hemos sido enviados a «evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
Queridos hermanos Cardenales y neo-Cardenales:
Mientras vamos de camino a Jerusalén, el Señor se nos adelanta para recordarnos una y otra vez que la única autoridad creíble es la que nace de ponerse a los pies de los otros para servir a Cristo. Es la que surge de no olvidarse que Jesús, antes de inclinar su cabeza en la cruz, no tuvo miedo ni reparo de inclinarse ante sus discípulos y lavarles los pies. Esa es la mayor condecoración que podemos obtener, la mayor promoción que se nos puede otorgar: servir a Cristo en el pueblo fiel de Dios, en el hambriento, en el olvidado, en el encarcelado, en el enfermo, en el tóxico-dependiente, en el abandonado, en personas concretas con sus historias y esperanzas, con sus ilusiones y desilusiones, sus dolores y heridas. Solo así, la autoridad del pastor tendrá sabor a Evangelio, y no será como «un metal que resuena o un címbalo que aturde» (1 Co 13,1). Ninguno de nosotros debe sentirse “superior” a nadie. Ningunos de nosotros debe mirar a los demás por sobre el hombro, desde arriba. Únicamente nos es lícito mirar a una persona desde arriba hacia abajo, cuando la ayudamos a levantarse.
Quisiera recordar con vosotros parte del testamento espiritual de san Juan XXIII que adelantándose en el camino pudo decir: «Nacido pobre, pero de honrada y humilde familia, estoy particularmente contento de morir pobre, habiendo distribuido según las diversas exigencias de mi vida sencilla y modesta, al servicio de los pobres y de la santa Iglesia que me ha alimentado, cuanto he tenido entre las manos —poca cosa por otra parte— durante los años de mi sacerdocio y de mi episcopado. Aparentes opulencias ocultaron con frecuencia espinas escondidas de dolorosa pobreza y me impidieron dar siempre con largueza lo que hubiera deseado. Doy gracias a Dios por esta gracia de la pobreza de la que hice voto en mi juventud, como sacerdote del Sagrado Corazón, pobreza de espíritu y pobreza real; que me ayudó a no pedir nunca nada, ni puestos, ni dinero, ni favores, nunca, ni para mí ni para mis parientes o amigos» (29 junio 1954).
[1] El verbo proago es el mismo con el que Cristo resucitado anuncia a sus discípulos que los “precederá” en Galilea (cf. Mc 16,7).
[2] Cf. Jorge Mario Bergoglio, Ejercicios Espirituales a los obispos españoles, 2006.
- Fue nombrado el mexicano Sergio Obeso Rivera, arzobispo emérito de Xalapa, felicidades a él, un reconocimiento del papa jesuita a quien fuera dos veces presidente de la CEM.
La tarde de este jueves 28 de junio en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco celebró un Consistorio Ordinario Público para la creación de 14 nuevos cardenales, tres de ellos no electores, la imposición de la birreta, la entrega del anillo y la asignación del título o diaconía.
La celebración comenzó con el saludo, la oración y la lectura de un pasaje del evangelio según San Marcos (10, 32-45) y a continuación la homilía papal…
Posteriormente, el Papa leyó la fórmula de creación y proclamó solemnemente los nombres de los nuevos cardenales, anunciando el orden presbiteral o diaconal.
El rito continuó con la profesión de fe de los nuevos cardenales ante el pueblo de Dios y el juramento de fidelidad y obediencia al Papa Francisco y a sus sucesores.
Carlos Aguiar Retes@ArzobispoAguiar Esta tarde he participado del Consistorio Ordinario Público en donde S.S. Francisco ha creado 14 nuevos cardenales, entre ellos un mexicano, Mons. Sergio Obeso Rivera. ¡Bienvenidos al Colegio Cardenalicio!.11:33 - 28 jun. 2018
Los nuevos cardenales, según el orden de creación, se arrodillaron ante el Obispo de Roma que les impuso el solideo y la birreta cardenalicia, les entregó el anillo y les asignó a cada uno una iglesia de Roma como signo de participación en la solicitud pastoral del Papa en la Urbe.
Tras la consigna de la bula de creación cardenalicia y de asignación del título o de la diaconía, el Papa intercambió con cada nuevo cardenal el abrazo de la paz.
De los 14 que recibieron el birrete, tres de ellos son miembros de la curia romana: el actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el jesuita español Luis Ladaria; el nuevo prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, ex sustituto de la Secretaría de Estado y delegado especial ante la Soberana Orden de Malta, el italiano Angelo Becciu, y el limosnero pontificio y prelado famoso por su trabajo con los sin techo de Roma, el polaco Konrad Krajewski.
Los tres se colocan como “papables”.
Notimex✔@Notimex El Papa Francisco consagró cardenal al arzobispo emérito de Xalapa, en el estado mexicano de Veracruz, Sergio Obeso Rivera, durante un Consistorio Ordinario Público que presidió en la Basílica de San Pedro del Vaticano.11:51 - 28 jun. 2018
Control del Colegio Cardenalicio
Con este nuevo consistorio, el Papa Francisco tiene el control de su sucesión. De los 125 cardenales electores que hay actualmente, cinco más del límite, 59 fueron nombrados por el Papa Francisco; 47 por su predecesor, Benedicto XVI, y 19 por Juan Pablo II.
O sea que entre ambos papas tienen el control de la sucesión, que no será pronto. Por eso no es casual que los nuevos cardenales hayan asistido al término de la ceremonia a saludar al Papa Emérito Benedicto XVI.
Los nuevos Cardenales se trasladaron en dos camionetas hasta el interior de los Jardines Vaticanos, donde se encuentra el monasterio Mater Ecclesiae, residencia del Papa Emérito. Allí, en la capilla del monasterio, rezaron juntos el Ave María.
Tras la oración, el Papa Benedicto XVI saludó de forma personal a todos los nuevos cardenales y les impartió su bendición.
Desde la renuncia de Benedicto XVI como Pontífice se convirtió en tradición que los nuevos cardenales acudan junto con el Papa Francisco a visitarlo a su residencia, donde intercambian unas breves palabras y reciben su bendición.
Por cierto, al Consistorio ordinario público acompañaron a los nuevos purpurados delegaciones de 11 países, entre las cuales se destacaron la encabezada por el presidente boliviano, Evo Morales, y su par de Madagascar, Hery Rajaonarimampianina.
Morales pidió audiencia con el Papa, quien lo recibirá el sábado por la mañana, en lo que será su sexta vez en el Vaticano. Nadie como él…
Los nuevos purpurados son:Luis Raphael I Sako, patriarca de Babilonia de los Caldeos, en Irak; Luis Ladaria Ferrer, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; Angelo de Donatis, vicario de Roma; Giovanni Angelo Becciu, sustituto de la Secretaría de Estado; Konrad Krajewski, limosnero pontificio; Joseph Coutts, arzobispo en Paquistán; António dos Santos Marto, obispo de Leiria Fátima y Pedro Ricardo Barreto Jimeno, arzobispo de Huancayo, Perú.
También Désiré Tsarahazana, arzobispo de Toamasina, Madagascar; Giuseppe Petrocchi, arzobispo de L’Aquila, Italia; Thomas Aquino Manyo Maeda, arzobispo de Osaka, Japón.
Además de ellos hay otros tres que tienen más de 80 años: Sergio Obeso Rivera, arzobispo emérito mexicano; Toribio Ticona Porco, prelado emérito de Corocoro, en Bolivia; y el padre español Aquilino Bocos Merino, de los misioneros claretianos, el único que no es obispo.
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Homilía del papa Francisco..
«Estaban subiendo por el camino hacia Jerusalén y Jesús iba delante de ellos» (Mc 10,32).[1]
El comienzo de este paradigmático pasaje en Marcos siempre nos ayuda a ver cómo el Señor cuida de su pueblo con una pedagogía sin igual. De camino a Jerusalén, Jesús no deja de primerear a los suyos.
Jerusalén es la hora de las grandes determinaciones y decisiones. Todos sabemos que los momentos importantes y cruciales en la vida dejan hablar al corazón y muestran las intenciones y las tensiones que nos habitan. Tales encrucijadas de la existencia nos interpelan y logran sacar a la luz búsquedas y deseos no siempre transparentes del corazón humano. Así lo revela, con toda simplicidad y realismo, el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar. Frente al tercer y más cruel anuncio de la pasión, el evangelista no teme desvelar ciertos secretos del corazón de los discípulos: búsqueda de los primeros puestos, celos, envidias, intrigas, arreglos y acomodos; una lógica que no solo carcome y corroe desde dentro las relaciones entre ellos, sino que además los encierra y enreda en discusiones inútiles y poco relevantes. Pero Jesús no se detiene en ello, sino que se adelanta, los primerea y enfáticamente les dice: «No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mc 10,43). Con esa actitud, el Señor busca recentrar la mirada y el corazón de sus discípulos, no permitiendo que las discusiones estériles y autorreferenciales ganen espacio en el seno de la comunidad. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se está corroído por dentro? ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se vive atrapado en intrigas asfixiantes que secan y vuelven estéril el corazón y la misión? En esta situación —como alguien hacía notar— se podrían vislumbrar ya las intrigas palaciegas, también en las curias eclesiásticas.
«No será así entre vosotros», respuesta del Señor que, en primer lugar, es una invitación y una apuesta a recuperar lo mejor que hay en los discípulos y así no dejarse derrotar y encerrar por lógicas mundanas que desvían la mirada de lo importante. «No será así entre vosotros» es la voz del Señor que salva a la comunidad de mirarse demasiado a sí misma en lugar de poner la mirada, los recursos, las expectativas y el corazón en lo importante: la misión.
Y así Jesús nos enseña que la conversión, la transformación del corazón y la reforma de la Iglesia siempre es y será en clave misionera, pues supone dejar de ver y velar por los propios intereses para mirar y velar por los intereses del Padre. La conversión de nuestros pecados, de nuestros egoísmos no es ni será nunca un fin en sí misma, sino que apunta principalmente a crecer en fidelidad y disponibilidad para abrazar la misión. Y esto de modo que, a la hora de la verdad, especialmente en los momentos difíciles de nuestros hermanos, estemos bien dispuestos y disponibles para acompañar y recibir a todos y a cada uno, y no nos vayamos convirtiendo en exquisitos expulsivos o por cuestiones de estrechez de miradas[2] o, lo que sería peor, por estar discutiendo y pensando entre nosotros quién será el más importante. Cuando nos olvidamos de la misión, cuando perdemos de vista el rostro concreto de nuestros hermanos, nuestra vida se clausura en la búsqueda de los propios intereses y seguridades. Así comienza a crecer el resentimiento, la tristeza y la desazón. Poco a poco queda menos espacio para los demás, para la comunidad eclesial, para los pobres, para escuchar la voz del Señor. Así se pierde la alegría, y se termina secando el corazón (cf. Exhort. Ap. Evangelii Gaudium, 2).
«No será así entre vosotros —nos dice el Señor—, […] el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,43-44). Es la bienaventuranza y el magníficat que cada día estamos invitados a entonar. Es la invitación que el Señor nos hace para no olvidarnos que la autoridad en la Iglesia crece en esa capacidad de dignificar, de ungir al otro, para sanar sus heridas y su esperanza tantas veces dañada. Es recordar que estamos aquí porque hemos sido enviados a «evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
Queridos hermanos Cardenales y neo-Cardenales:
Mientras vamos de camino a Jerusalén, el Señor se nos adelanta para recordarnos una y otra vez que la única autoridad creíble es la que nace de ponerse a los pies de los otros para servir a Cristo. Es la que surge de no olvidarse que Jesús, antes de inclinar su cabeza en la cruz, no tuvo miedo ni reparo de inclinarse ante sus discípulos y lavarles los pies. Esa es la mayor condecoración que podemos obtener, la mayor promoción que se nos puede otorgar: servir a Cristo en el pueblo fiel de Dios, en el hambriento, en el olvidado, en el encarcelado, en el enfermo, en el tóxico-dependiente, en el abandonado, en personas concretas con sus historias y esperanzas, con sus ilusiones y desilusiones, sus dolores y heridas. Solo así, la autoridad del pastor tendrá sabor a Evangelio, y no será como «un metal que resuena o un címbalo que aturde» (1 Co 13,1). Ninguno de nosotros debe sentirse “superior” a nadie. Ningunos de nosotros debe mirar a los demás por sobre el hombro, desde arriba. Únicamente nos es lícito mirar a una persona desde arriba hacia abajo, cuando la ayudamos a levantarse.
Quisiera recordar con vosotros parte del testamento espiritual de san Juan XXIII que adelantándose en el camino pudo decir: «Nacido pobre, pero de honrada y humilde familia, estoy particularmente contento de morir pobre, habiendo distribuido según las diversas exigencias de mi vida sencilla y modesta, al servicio de los pobres y de la santa Iglesia que me ha alimentado, cuanto he tenido entre las manos —poca cosa por otra parte— durante los años de mi sacerdocio y de mi episcopado. Aparentes opulencias ocultaron con frecuencia espinas escondidas de dolorosa pobreza y me impidieron dar siempre con largueza lo que hubiera deseado. Doy gracias a Dios por esta gracia de la pobreza de la que hice voto en mi juventud, como sacerdote del Sagrado Corazón, pobreza de espíritu y pobreza real; que me ayudó a no pedir nunca nada, ni puestos, ni dinero, ni favores, nunca, ni para mí ni para mis parientes o amigos» (29 junio 1954).
[1] El verbo proago es el mismo con el que Cristo resucitado anuncia a sus discípulos que los “precederá” en Galilea (cf. Mc 16,7).
[2] Cf. Jorge Mario Bergoglio, Ejercicios Espirituales a los obispos españoles, 2006.
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