El ABC/Isabel Turrent
Reforma 28 Abr. 2019
Desde ahí hay que empezar para explicar por qué el Presidente se equivoca día a día en sus decires matutinos y en muchas de sus políticas. Desde el ABC de la teoría política. LO parece creer genuinamente que todos los problemas que enfrenta son nada más producto de políticas "neoliberales" del pasado reciente; no ve, ni acepta, las consecuencias de los errores que ha cometido desde que tomó el poder y no tiene idea de las tareas fundamentales de un Estado eficaz.
Desde Sun Tzu, pasando por Maquiavelo, Hobbes y Max Weber, y todos los teóricos que han explicado la construcción de un Estado funcional a partir de un contrato social original, están de acuerdo en que el Estado tiene, desde el principio de la historia, tres obligaciones fundamentales: la responsabilidad de proteger a sus gobernados, la de solucionar los conflictos impartiendo justicia de acuerdo con los mandatos de ley, y la capacidad de recolectar impuestos y redistribuir de manera eficaz los recursos para garantizar el bienestar de todos.
Sobre el tema se han escrito bibliotecas. Quien quiera viajar por todo el pensamiento político occidental puede consultar el libro enciclopédico de Alan Ryan (On Politics). Para un excelente recuento, más breve y escrito desde el (vapuleado) centro-izquierda Good and Bad Power de otro escritor inglés, Geoff Mulgan, es inmejorable. Mulgan agrega una cuarta tarea fundamental para un gobierno eficaz, que, paradójicamente, en lugar de perder relevancia, se ha vuelto aún más importante en esta era de la posverdad: la responsabilidad de promover la verdad y el conocimiento.
López Obrador ha fracasado en esas responsabilidades para construir y apuntalar un Estado eficaz, porque no ha asumido que encabeza un Estado débil. Tampoco, que la debilidad del Estado mexicano no es resultado de las políticas de libre mercado de sus antecesores, sino del crecimiento y expansión a lo largo del territorio del país de una constelación de grupos bien organizados de narcotraficantes y delincuentes que roban, toman casetas, extorsionan, secuestran y asesinan con total impunidad.
La verdad lo tiene sin cuidado. Ha inventado, como lo han hecho muchos populistas iliberales que han transitado por el siglo XX y el siglo XXI, a enemigos anónimos, imposibles de identificar y de llevar a la justicia. El perfecto chivo expiatorio. Los "conservadores" de López Obrador -que parecen reflejo de los "peligrosos inmigrantes" con los que Trump ha azuzado el supremacismo blanco en Estados Unidos- no existen.
El presidente López Obrador comparte, de menos con su antecesor inmediato, una imaginación política deficiente, que le ha impedido diseñar una estrategia inteligente y de altos vuelos para cimentar el desarrollo económico (del cual depende el fortalecimiento del Estado benefactor) y para resolver la violencia de narcos y delincuentes con el uso de la violencia legítima.
Es un político de muy cortos plazos. (Por eso no le interesa tampoco el conocimiento ni el futuro de los estudiantes que ha dejado en manos de la CNTE, ni de los que no tendrán oportunidad de estudiar en el extranjero, porque desmanteló Conacyt).
Pero ha olvidado que la seguridad y la protección de sus gobernados no puede ser cortoplacista. El anhelo de paz no es monopolio de un grupo de ciudadanos "conservadores", como dice el Presidente. Es el cimiento del contrato social entre un Estado y la sociedad que gobierna desde el principio de los tiempos: la garantía de seguridad, orden, paz y prosperidad, a cambio de obediencia a las leyes, lealtad al Estado y pago de impuestos.
Como lo hemos comprobado los mexicanos, es difícil exagerar la importancia de un gobierno fuerte, estable y protector para el bienestar de sus ciudadanos. Por eso, para todos los teóricos políticos, es el cimiento de la legitimidad de un Estado. Eso y no su política clientelar debería ser la primera prioridad del gobierno. Encontrar una estrategia eficaz para garantizar la paz.
Si falla, correrá el riesgo de que su legitimidad quede prendida con alfileres de una retórica matutina hecha de ocurrencias.
editorial@reforma.com
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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