Quién era Qassem Suleimani/Isabel Turrent
en REFORMA
05 Ene. 2020
Qassem Suleimani fue uno de los arquitectos del Medio Oriente de hoy. Un hombre indispensable para la teocracia iraní, que encarnó la última espiral de la eterna lucha entre los dos grandes grupos musulmanes -shiitas y sunitas- y estuvo a punto de ganarla. Suleimani era uno de esos políticos aterradores que logran transformar el mapa de regiones enteras -y a veces, del mundo- porque combinan la crueldad y el amor a la sangre derramada y la violencia, con una inteligencia visionaria, pragmática y paciente para lograr sus fines.
Suleimani cultivó a los líderes y grupos que podían ser aliados útiles de Irán y echó mano de todos los medios -la guerra, atentados, sobornos, amenazas y el asesinato- para debilitar, someter o eliminar a sus adversarios. Su primera escuela fue la guerra entre Iraq e Irán en los años ochenta. Ahí aprendió que la vida de unos cuantos o de cientos de miles, no vale nada. La teocracia iraní detuvo las ofensivas de Saddam Hussein mandando al frente a cientos de miles de jóvenes que emprendían ataques suicidas, armados tan solo con la promesa del paraíso en la mano. Un millón de iraníes perecieron en ocho años. La masacre sobrevivió en la memoria de Suleimani. Pero no como un antídoto contra la violencia sino como el escenario más cercano al supuesto paraíso.
Un largo artículo del New Yorker* relata la visita guiada de Suleimani en 2009 a Paa-Alam, un promontorio rocoso en la frontera con Iraq. Ahí, en 1986, murieron decenas de miles de iraníes sin lograr avanzar un solo paso. Suleimani describió la batalla en términos casi místicos. "El campo de batalla -dijo- es el paraíso perdido de la humanidad. Donde la moralidad y la conducta humana alcanzan su plenitud".
No sorprende que muchos años después, durante la guerra en Siria, cuando pasó de ser indispensable a sentirse invulnerable, se tomara selfies en los campos de batalla junto a las tropas iraníes o a los soldados libaneses de Hezbollah, una de sus obras maestras. Muchas de esas selfies se volvieron virales.
La oportunidad dorada de Suleimani fue la invasión norteamericana de Afganistán en 2001 y de Iraq en 2003. Cooperó con EU en su lucha contra el Talibán -sunitas enemigos del Irán shiita- y luego aprovechó el vacío de poder en Iraq para avanzar las fichas de Irán a través de la mayoría shiita del país y de complicados y astutos lazos con los kurdos iraquíes. Cuando Washington empezó a retirar a sus tropas de Iraq (quedan cerca de 5000 soldados) Suleimani se convirtió en el mandamás del país. Hasta su muerte, nada se decidía en Iraq sin su aprobación. El primer ministro iraquí Mahdi no exageró cuando calificó su muerte como una agresión "al Estado iraquí, a su gobierno y a su gente". Esa era la realidad de facto.
En el camino, Qassem Suleimani tejió una urdimbre política para acorralar a su principal enemigo en el Medio Oriente: Israel. La guerra con Iraq había sido la mejor prueba de que Irán no tenía aún la capacidad de enfrentar frontalmente a sus adversarios en el Medio Oriente. Como comandante de Quds, el cuerpo de élite de la Guardia Revolucionaria, Suleimani se convirtió en un diplomático consumado y desarrolló una estrategia de guerras asimétricas a través de la creación de guerrillas o partidos políticos con un brazo militar financiados por Irán.
Su mayor éxito fue Hezbollah, un partido armado que acabó por dominar la política libanesa. Suleimani construyó Hezbollah con dos objetivos estratégicos en mente: debilitar a Israel y consolidar una nueva geopolítica en Medio Oriente para apuntalar la hegemonía iraní en un amplio arco que se extiende desde Teherán hasta el Mediterráneo. Hezbollah cumplió con creces. Contribuyó a sacar a las tropas israelíes del sur de Líbano y fue fundamental para asegurar la supervivencia del régimen de Assad en Siria y consolidar la esfera de influencia iraní a la que Suleimani dedicó su vida.
Su legado es muy oscuro: apoyó a una teocracia retardataria en Irán y destruyó a sangre y fuego a los manifestantes democráticos que se levantaron más de una vez contra los ayatollas. Iraq está hundido en la peor crisis política desde 2003 y en su afán por extender la influencia iraní dio vida a ISIS y ayudó al régimen sirio de Assad. Se llevó parte de la responsabilidad por la destrucción violenta de un país y el exilio y la muerte de millones de seres humanos. Murió como le gustaba vivir: en medio de un baño de sangre.
* Dexter Filkins, The Shadow...
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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