Putin eligió el camino de la guerra. Occidente debe responder/Richard Haass es presidente del Consejo de Relaciones Exteriores y autor de War of Necessity, War of Choice: A Memoir of Two Iraq wars y The World: A Brief Introduction, entre otros.
El conflicto de Putin es, decididamente, una guerra de elección. Las justificaciones del presidente ruso no se sostienen: no había y no hay ningún consenso sobre la incorporación de Ucrania a la OTAN, sea en la década que viene o más tarde. No había y no hay ninguna amenaza a los rusos étnicos en Ucrania. Y Estados Unidos y la OTAN han expresado su receptividad a tratar acuerdos de seguridad europeos que tengan en cuenta los legítimos intereses rusos.
En cambio, Putin está eligiendo el camino de la guerra. Esto pide una firme y total respuesta de Occidente. La guerra de elección de Putin exige una respuesta de necesidad.
Occidente debería proponerse penalizar a Rusia y disuadirla de nuevas agresiones. La suspensión alemana de la autorización del gasoducto Nord Stream 2 es un comienzo sólido, como lo son las sanciones económicas dirigidas a dos bancos rusos y a la deuda soberana de Rusia anunciadas el martes por el presidente estadounidense, Joe Biden. Deberían seguirles nuevas medidas selectivas y habría que seguir mejorando las capacidades de Ucrania y la OTAN, en particular en los países cercanos a Rusia. Se debe hacer entender a Putin que los pasos que ya ha dado tendrán consecuencias importantes.
Pero si la intervención rusa es un preludio al intento de ejercer el control sobre la totalidad de Ucrania y expulsar a su gobierno, como es probable que sea, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN deben ir mucho más allá. El objetivo debería ser entonces ampliar el apoyo a Ucrania —en materia militar, de información de inteligencia, económica y diplomática— hasta el punto de elevar considerablemente los costos de cualquier ocupación rusa.
Eso debería ser posible, en particular porque es improbable que los aproximadamente 190.000 soldados rusos y las fuerzas separatistas respaldadas por Rusia que ya están en Ucrania o sus cercanías puedan pacificar con facilidad un país del tamaño y la población de Ucrania. Para Rusia, los costos ya serán altos. Aunque distan de ser una panacea, las sanciones contra un conjunto mayor de personas e instituciones financieras próximas a Putin y críticas para la economía rusa pueden elevarlos aún más, ya que aumentarían la producción de petróleo y gas en Estados Unidos y Medio Oriente. Eliminar el colchón del Kremlin derivado de los altos precios de la energía, un dinero llovido para el gobierno desde hace mucho tiempo, sería la mejor sanción.
Estados Unidos también debería seguir divulgando la información de sus servicios de inteligencia que arroje luz sobre las intenciones rusas, para arruinar las sorpresas. Los medios tradicionales y las redes sociales que puedan contactar con periodistas rusos y la sociedad civil deberían contrarrestar el relato del Kremlin. Y las imágenes de lo que sucede en Ucrania deberían llegar a todo el mundo, para que no queden dudas sobre el costo en vidas inocentes que ha supuesto el aventurismo de Putin.
En un ámbito más estratégico, Estados Unidos debería intentar crear cierto distanciamiento entre China y Rusia. Eso no ocurrirá de la noche a la mañana, pero el gobierno de Biden debería reforzar su diplomacia privada con China, y poner de relieve los riesgos económicos y estratégicos —incluidas las penalizaciones económicas y una mayor actitud antichina en Occidente— de mantener una estrecha asociación con una Rusia agresiva. Este sería también un buen momento para reiniciar un diálogo estratégico de alto nivel con China y buscar asuntos —Afganistán o el cambio climático, pongamos— donde los dos gobiernos pudieran cooperar.
A nivel internacional, se debería disuadir a los gobiernos de todas partes de seguir el ejemplo de Rusia en el reconocimiento de la independencia de las dos regiones ucranianas. Y Ucrania y sus amigos deberían llevar su causa no solo al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sino también a la Asamblea General, donde Rusia no tiene derecho de veto. Es más: los gobiernos europeos deberían preparar al público de sus países para un importante aumento de refugiados que huirán de Ucrania y argumentar por qué se debe ayudarlos. Y es necesario advertir a los ciudadanos de Europa y Estados Unidos sobre la posibilidad de ciberataques y de desabastecimiento energético. Enfrentarse a Rusia no será indoloro.
Pero la historia de las guerras de elección nos brinda una perspectiva útil. Aunque muchas empiezan bien, la mayoría —sobre todo las ambiciosas— acaban mal. Los países interventores tienden a subestimar la dificultad de imponerse o de traducir las victorias en el campo de batalla en ganancias duraderas. Poco a poco, la propia población del país empieza a cansarse de asumir los crecientes costos aparejados a la persecución de objetivos escurridizos. La invasión soviética de Afganistán es un buen ejemplo: empezó en 1979, se prolongó durante una década y dañó gravemente la autoridad del país.
Sin embargo, Putin está decidido a subvertir la estabilidad europea. Como otros antes que él, está iniciando una guerra de elección creyendo que los beneficios sobrepasarán a los costos. Les corresponde a Estados Unidos y sus socios demostrar que se equivocó de lleno en sus cálculos.
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