El papel de Turquía en la guerra de Ucrania: entre la aliada OTAN y el amigo Putin/ Antonio Alonso Marcos
The Conversation, Domingo, 20/Mar/2022
En el antiguo Oriente era práctica habitual que los gobernantes anunciaran desde la puerta principal de sus palacios las decisiones que tomaban, dando así publicidad a los edictos que se fraguaban en el interior. Así, el término “Gran Puerta” pasó a ser una sinécdoque del Palacio y, por extensión, de las decisiones del Gobierno, en este caso del sultán. La expresión “Sublime Puerta” se difundió entre las cortes europeas tras la alianza franco-otomana alcanzada en 1536 entre el rey Francisco I de Francia, odiado enemigo de Carlos I de España y V de Alemania, y el sultán Solimán el Magnífico.
Ahora, las decisiones de Erdogan quedan ya desprovistas de tanta figura retórica y son más bien pragmáticas, lo que le permite en ocasiones conjugar actitudes que a simple vista parecerían contradictorias o incluso excluyentes.
Por un lado, se le acusa de autócrata y de violador de derechos humanos (no solo con los kurdos), y por otro fue socio de la Comunidad Económica Europea (desde 1963) y se le mantiene como el candidato a ser miembro de la UE más longevo (desde 1999). Por un lado es miembro de la Alianza Atlántica (desde febrero de 1952), mientras que por otro es un firme aliado de Putin.
En las últimas décadas, prácticamente coincidiendo con la llegada de Putin al poder, Turquía cambió de rumbo en su política exterior. La presidencia de Abdullah Gül (2007-2014) y la de Recep Tayyip Erdoğan (primer ministro entre 2003 y 2014 y presidente de la República desde 2014) transitó desde una postura claramente proeuropea y prooccidental a otra menos entusiasta con los valores promovidos por la UE, quizás por el hastío de esperar Como queda reflejado en el Tratado de Lisboa, Bruselas está ahora empeñada en el esfuerzo por crear una unión política y Erdogan ha dado pasos en los últimos años en la dirección opuesta a los susodichos valores europeos. No solo por liderar un partido islamista (opuesto a los valores laicos y seculares de la Unión), sino que además protagonizó un autogolpe de Estado en 2016, a lo que siguió una feroz represión de miles de jueces, periodistas, abogados… Además de su siempre comentado trato hacia los kurdos.
La guerra de Siria, iniciada en 2011, tampoco ayudó a esclarecer su papel en la seguridad regional, sino que más bien estuvo enfangado en acusaciones de compra de petróleo al Estado Islámico.
Las guerras son, entre otras muchas cosas, ocasiones propicias para que se pongan de manifiesto las verdaderas intenciones, las auténticas alianzas, para que los actores tomen partido por uno u otro bando. Rara vez los estados pueden permanecer alejados de esa toma de decisiones, exentos de tan tremendo dilema.
Turquía posee el segundo ejército más numeroso de la OTAN, después del de EE. UU., con cerca de medio millón de soldados, pero su apuesta no parece ser la de entrar en clara confrontación bélica con Rusia. Ni siquiera la de atizar el ataque verbal contra Putin, ni la de cerrar el cerco diplomáticamente contra él y su entorno a través de sanciones económicas o bloqueos varios.
Diplomacia discreta
Entre los días 11 y 13 de marzo pasados se celebró en la ciudad turca de Antalya un foro diplomático de muy alto nivel en el que participaron, entre otros, el presidente Zelensky y el secretario general de la OTAN. De momento, esta es la gran aportación turca: la diplomacia discreta y la pública para que los adversarios acerquen posturas. Es obvio que esta guerra solo acabará gracias al diálogo entre las partes y Turquía puede desempeñar un papel esencial.
La guerra a la que estamos asistiendo no es una simple pelea por un pedazo más de tierra. Rusia es el país más grande del mundo, no necesita más territorio. Además, incorporar a Ucrania dentro de sus fronteras supondría asumir todos los problemas internos que venía arrastrando prácticamente desde su independencia, a lo que habría que sumarle la disidencia interna frente al invasor.
Esta guerra se trata más bien de un episodio más –uno muy elocuente y ruidoso, eso sí, además de costoso en todos los términos– de la reconfiguración del sistema internacional. Según la narrativa rusa, el sistema internacional nacido de la Segunda Guerra Mundial se rompió con la hegemonía estadounidense tras el derrumbamiento de la URSS y, ahora que parece que EE. UU. está en decadencia o al menos en retirada de los escenarios mundiales, es hora de establecer nuevas reglas de juego.
No es hora, según el Kremlin, de repartir las cartas para seguir el mismo juego, sino que es momento de cambiar de juego. En esta nueva etapa China será la principal potencia y Rusia su principal aliado.
¿Y Turquía? ¿De qué lado caerá?
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