Reforma al sistema de inmigración, legislación para el control de armas, implementación de la reforma al sistema sanitario, Siria......YA!
Retos
de Obama: cambio y consenso/Diego Beas, investigador invitado de la Universidad de Oxford y autor de “La “reinvención de la política”.
“Gané
capital en esta elección, capital político; y ahora, pienso utilizarlo”. Las
palabras son de George W. Bush. Las dijo al día siguiente de su reelección en
noviembre del 2004.
Pocos
meses después, el Katrina, el devastador huracán, golpeaba las costas del Golfo
de México y el principio del fin de su presidencia se comenzaba a escribir. Un
año después perdía la mayoría tanto en el Senado como en la Cámara de
Representantes; las aspiraciones políticas del presidente quedaban sepultadas.
A lo largo de su segundo mandato, Bush no conseguiría aprobar ninguna reforma
legislativa de calado.
El
calendario político en Estados Unidos es más caprichoso de lo que parece. Sí,
en principio, un triunfo en las urnas garantizan a un presidente 48 meses de
estabilidad parlamentaria para ejecutar su agenda y trabajar con el Congreso.
En la práctica, sin embargo, la ventana de acción es mucho más corta.
Especialmente cuando la crispación y división política son tan profundas. Como
ahora.
La
llegada del nuevo Congreso y el comienzo del segundo mandato de Obama el lunes
pondrán a prueba como en pocas otras ocasiones las instituciones del país. Los
dos retos fundamentales a los que se enfrenta el presidente durante los
próximos cuatro años giran en torno a la administración de los tiempos
políticos y en demostrar que las criticadas instituciones del país todavía
valen para gobernarlo.
Comencemos
por la gestión de los tiempos. Aunque Obama no entregará el poder hasta el 20
de enero de 2017, su verdadera ventana de oportunidad política es sólo de entre
12 y 18 meses. Es decir, el verano del año que viene como límite. Después,
comienzan las campañas de medio mandato al Congreso y, a partir de entonces, el
futuro será todo menos cierto. Históricamente, un presidente en su segundo
mandato pierde en las elecciones al Congreso un promedio de 30 miembros de su
partido en la Cámara de Representantes y siete en el Senado.
Por
tanto, la clave para Obama radica en moverse con rapidez. En saber gestionar el
capital ganado en la elección y utilizar los cambios en los puestos políticos
clave (en, al menos hasta ahora, tres ministerios de máximo peso: Estado,
Defensa y Tesoro) para coger impulso y reorientar prioridades. La agenda de los
segundos cuatro años no podría estar más cargada: reforma al sistema de
inmigración, legislación para el control de armas, implementación de la reforma
al sistema sanitario, Siria, el conflicto de Oriente Próximo, la relación con
China y, quizá el tema más controvertido, el diseño de un plan de reducción del
déficit público de largo plazo (que implica tanto reorientación de la política
fiscal como recortes en la seguridad social).
Lo
que nos lleva al segundo gran desafío: las instituciones y la crisis de
gobernabilidad. La negociación in extremis a finales de año sobre un acuerdo
para evitar la caída en el llamado abismo fiscal fue sólo el último episodio en
una larga lista de instancias en las que las instituciones políticas no han
estado a la altura de las circunstancias (el acuerdo alcanzado sólo aplazó dos
meses el conflicto). The Economist lo llama “el preocupante patrón de
disfunción de Washington”. La tendencia, en otras palabras, a poner por encima
los intereses ideológicos, de partido o de grupos privados (lobbies) sobre los
intereses públicos y los grandes temas estructurales que comienzan a acumularse
y amenazar la solvencia del sistema político en su conjunto.
El
reto último de Obama –y su legado– será demostrar que las instituciones de
gobierno en Estados Unidos siguen garantizando la gobernabilidad eficaz. Más
aún, que los complejos –y delicados– mecanismos de checks and balances
consagrados en la Constitución (1789) continúan teniendo validez en una
democracia mucho más compleja de la que diseñaron los padres fundadores. La
modélica división de poderes y el eficiente engranaje institucional por el que
se conoce a Estados Unidos han dado paso en la última década a un sistema
dividido y atomizado que simplemente no logra cerrar los pactos necesarios.
Se
trate de la desigualdad social, los excesos financieros, la tenencia de armas o
la arquitectura fiscal, Obama tendrá pronto que demostrar que las instituciones
de gobierno están dotadas de mecanismos que de manera simultánea permitan el
cambio y el consenso. De lo contrario, bajo su tutela se enterrarán las
esperanzas en un sistema de gobierno radical e innovador que ha sido la
referencia durante al menos el último siglo.
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