Perfil
del Pontífice que vendrá/ANDREA
TORNIELLI
Vatican Insider, 27 de febrero de 2013
«Que
se necesita un Papa no demasiado anciano y con buen vigor físico, nos lo indicó
Benedicto XVI en su discurso de renuncia. Que no sea demasiado joven lo repiten
muchos de mis confratelos, para evitar un Pontificado de treinta años. Que se
necesita un Pontífice capaz de reformar la Curia lo piensan muchos. Que los
fieles esperan a un Papa pastor capaz de proponer el mensaje positivo, lo
sabemos muy bien todos...». El cardenal que se prepara para entrar en Cónclave
atormenta con las manos una antigua estilográfica de plata. Sabe bien que no es
“papable”. También él, como ya han hecho otros purpurados electores en diálogos
privados o entrevistas públicas, resume en pocos trazos el perfil del sucesor
ideal de Benedicto XVI.
La
edad y la fuerza física, esta vez, están destinadas a ser importantes. Como lo
fueron en el segundo Cónclave de 1978, que se desarrolló después de la muerte
repentina e inesperada del Papa Luciani: los electores eligieron como sucesor a
un cardenal de 58 años. Benedicto XVI, al renunciar, dijo: «en el mundo de hoy,
sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve
para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el
Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu».
Aunque la posibilidad de la renuncia, después del precedente de Ratzinger,
podría abrir la puerta incluso a un sucesor muy joven, muchos cardenales
parecen juzgar más probable «una edad alrededor de los 65-70 años».
Sesenta y
cinco años es la edad a la que fue elegido Pablo VI, el Papa que había trabajado
décadas en la Secretaría de Estado y la conocía tan bien como la palma de su
mano. Una cierta práctica de los mecanismos curiales se exige del candidato
ideal, porque ya muchos purpurados han indicado como una de las prioridades del
próximo Pontificado la reforma de la Curia romana, una redimensión de la
Secretaría de Estado y una mayor colegialidad.
Entonces,
el próximo Papa tendría que tener, según estas indicaciones, las cualidades de
un reformador y la determinación demostradas por Pío X al empezar el siglo XX.
Si el elegido no tuviera evidentes dotes de gobierno, inmediatamente tendría
que ser apoyado por un Secretario de Estado capaz de ayudarlo adecuadamente:
también por este motivo muchos consideran indispensable que el nuevo elegido no
confirme a los actuales colaboradores curiales hasta el plazo del lustro del
nombramiento, pero que pida a todos la disponibilidad para ser sustituidos a lo
largo de los primeros meses para poder formar un nuevo equipo.
Otro
aspecto que se tendrá en consideración en el perfil es el de ser un hombre
espiritual y un verdadero pastor. Un Papa que sea capaz de hablar al mundo,
anunciando positiva y propositivamente el mensaje evangélico, y que intente
superar límites y obstáculos para alcanzar también a los que están lejos de la
fe, como había hecho con su sonrisa Juan XXIII, el “Papa bueno”. Tendrá que
parecer más un pastor que un jefe de Estado, y es por eso que, no obstante las
razones de seguridad, ya muchos cardenales verían de buen grado una redimensión
de los guardaespaldas que rodean al Papa, así como una mayor sobriedad en los
ritos que celebra.
Luego,
el perfil ideal prevé que también tenga trazos carismáticos, capaz de expresar
el rostro de una Iglesia comunicativa, como supo hacer Juan Pablo II. Y que sea
capaz de hacer oír la voz del Papado a nivel internacional, sobre los grandes
temas de la paz, del choque y del encuentro entre civilizaciones, en la
relación con otras religiones, como hizo el mismo Wojtyla. Lo que más faltará a
la Iglesia, a partir de las 20.00 del jueves, cuando Benedicto XVI, libre del
peso del Pontificado (será un obispo vestido de blanco y “Papa emérito”), serán
sus catequesis y sus homilías, así como sus diálogos y sus improvisaciones. Es
difícil imaginar quién pueda aspirar a retomar la herencia de un magisterio tan
profundo y esencial, cuya riqueza seguirá a disposición de su sucesor, sea
quien sea.
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