Corea,
entre la mentira y la provocación/Abel Veiga Copo es profesor de Derecho en ICADE.
El
País 6 de abril de 2013
El
tacticismo ha comenzado. Tensión de nuevo en la península coreana, tensión en
el paralelo 38 el más militarizado del planeta. Música insonora de una
partitura pentagrameada a la perfección. La escalada verbal y estratégica se ha
instalado en el régimen comunista coreano. Corea del Sur se toma en serio la
amenaza. No tiene por qué no hacerlo. Estados Unidos también. Aguardan el
siguiente movimiento en una ya larga y cansina partida de ajedrez.
Entre
paralelos, cada uno mueve sus peones. Hace sólo unos días norteamericanos y
coreanos del sur llevaban a cabo ejercicios militares conjuntos, incluidos
bombarderos nucleares estadounidenses. En el norte, hundido en el abismo de la
miseria tanto humana como material, las pruebas nucleares y algunos ensayos más
animan in crescendo las pretensiones simplistas de un joven inexperto y aupado
sucesoriamente al poder y que necesita, rehén de la gerontocracia militar y del
partido, afianzar aquel y demostrar al mundo el ímpetu y la bravuconada
belicista como antaño hicieron su padre y su abuelo. Siempre el mismo juego, la
amenaza, la provocación, la disuasión, la escalada verbal en una tensión
permanente. Acusaciones, y tensiones entre simulacros y juegos de guerra en una
región donde el alto el fuego dura seis décadas tras el armisticio que puso fin
a la guerra de Corea y su bipartición.
Pyongyang
amaga, amenaza, angosta y trata de arrastrar. Pero ahora mismo, tanto Moscú
como Pekín, los dos únicos sostenedores del régimen, prefieren mostrar un tono
conciliador y minimalista de lo que entienden como una escalada estratégica,
oportunista y calculada. Saben todos que una guerra es una locura, que un
ataque a Corea del Sur, lejos de reabrir el conflicto de los años cincuenta
sería el hundimiento y colapso total del vecino del Norte. Algo que no interesa
a China, que está cómoda con esta situación y mueve sus hilos e intereses en la
península coreana y aviva un foco inestable hacia Japón e indirectamente,
aunque ya no tanto, hacia Estados Unidos. El juego sigue, continuará. Podrá haber
alguna que otra escaramuza, pero nada más. Corea del Norte quiere obtener algo,
busca algo en una enquistada negociación —por llamar negociación— nuclear que
se atasca y se rompe por momentos. Kim Jong-un necesita reafirmarse, o quien
mueve los hilos entre bastidores y muñe los discursos así lo hace y así lo
quiere. Eligen el momento y los comunicados. Tensan una cuerda que saben única.
La
presión y la ofensiva verbal siempre han sido santo y seña de regímenes
totalitarios y vacíos, deshumanizados y míseros. La historia no se cansa de
repetirnos sus ejemplos, también el final de los mismos. El régimen comunista
juega con lo único que tiene, la presión nuclear y de la guerra, mientras
inflige el castigo del silencio y la miseria moral a todo un pueblo atenazado y
humillado. Acción reacción, estímulo provocación, siempre la sempiterna
estrategia. A cualquier endurecimiento de sanciones de una ONU cada vez más
irrelevante y sin capacidad, una estrategia oportuna y tacticista de presión,
chantaje, miedo y tensión. Siempre lo mismo, cansinamente.
El
régimen norcoreano es una gran farsa, la última aberración de las monarquías
comunistas, perpetuada en tres generaciones distintas y bajo un manto militar
que aplasta la libertad, la pluralidad y la dignidad del hombre. Los
norcoreanos no tienen derechos, no tienen conciencia de libertad ni de
democracia. No les han dejado. El régimen es hermético, implacable,
silenciador.
Nada
nuevo desde la península norcoreana. Es parte de un guion y una partitura vista
demasiadas veces, interpretada monocordemente. Órdagos y tensiones al milímetro
calculadas. Consumo interno para un régimen apocalíptico y cerrado sobre sí
mismo. Todo forma parte del espectáculo de la gerontocracia militar y política
norcoreana. El régimen aguantará hasta que dejen de apuntalarlo rusos y chinos,
los verdaderos muñidores y auxiliadores de un totalitarismo ciego y sin alma. Y
el mundo ni siquiera es capaz de fingir preocupación. Los Estados canallas, o
rogue state en la concepción chomskiana, siguen en su empeño de poner en jaque
un orden internacional cambiante y basculante. Sólo estamos ante un fingido
tono hostil, vacuo y absurdo, pero con la intención de reafirmar un liderato
débil y bisoño.
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