La mañana del viernes 5 de julio en el Aula Juan Pablo II en la Sala de Prensa en el Vaticano se presentó la primera encíclica del Papa Francisco titulada “Lumen Fidei” (La luz de la Fe)
http://www.aciprensa.com/pdf/lumenfidei.pdf, en la que el papa resalta la urgencia de "recuperar el carácter luminoso propio de la fe" que es capaz de "iluminar toda la existencia del hombre".
La encíclica de Francisco es una invitación para comprender que la fe es una
gracia que merece ser compartida en familia. Fue elaborada en vistas a dar un documento que subraye la
importancia del Año de la Fe, que termina el 24 de noviembre de este año, un
tiempo que fue pensado por Benedicto XVI como un nuevo impulso para la Nueva
Evangelización.
CARTA
ENCÍCLICA
LUMEN FIDEI DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO
A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA FE
1.
La luz de la fe: la tradición de la Iglesia ha indicado con esta expresión el gran don traído por Jesucristo,
que en el Evangelio de san Juan se presenta con estas palabras: « Yo he venido
al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas » (Jn
12,46). También san Pablo se expresa en los mismos términos: « Pues el Dios que
dijo: “Brille la luz del seno de las tinieblas”, ha brillado en nuestros
corazones » (2 Co 4,6). En el mundo pagano, hambriento de luz, se había
desarrollado el culto al Sol, al Sol invictus, invocado a su salida. Pero,
aunque renacía cada día, resultaba claro que no podía irradiar su luz sobre
toda la existencia del hombre. Pues el sol no ilumina toda la realidad; sus
rayos no pueden llegar hasta las sombras de la muerte, allí donde los ojos
humanos se cierran a su luz. « No se ve que nadie estuviera dispuesto a morir
por su fe en el sol »[1], decía san Justino mártir. Conscientes del vasto
horizonte que la fe les abría, los cristianos llamaron a Cristo el verdadero
sol, « cuyos rayos dan la vida »[2]. A Marta, que llora la muerte de su hermano
Lázaro, le dice Jesús: « ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?
» (Jn 11,40). Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del
camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana
que no conoce ocaso.
¿Una
luz ilusoria?
2.
Sin embargo, al hablar de la fe como luz, podemos oír la objeción de muchos
contemporáneos nuestros. En la época moderna se ha pensado que esa luz podía
bastar para las sociedades antiguas, pero que ya no sirve para los tiempos
nuevos, para el hombre adulto, ufano de su razón, ávido de explorar el futuro
de una nueva forma. En este sentido, la fe se veía como una luz ilusoria, que
impedía al hombre seguir la audacia del saber. El joven Nietzsche invitaba a su
hermana Elisabeth a arriesgarse, a « emprender nuevos caminos… con la
inseguridad de quien procede autónomamente ». Y añadía: « Aquí se dividen los caminos
del hombre; si quieres alcanzar paz en el alma y felicidad, cree; pero si
quieres ser discípulo de la verdad, indaga »[3]. Con lo que creer sería lo
contrario de buscar. A partir de aquí, Nietzsche critica al cristianismo por
haber rebajado la existencia humana, quitando novedad y aventura a la vida. La
fe sería entonces como un espejismo que nos impide avanzar como hombres libres
hacia el futuro.
3.
De esta manera, la fe ha acabado por ser asociada a la oscuridad. Se ha pensado
poderla conservar, encontrando para ella un ámbito que le permita convivir con
la luz de la razón. El espacio de la fe se crearía allí donde la luz de la
razón no pudiera llegar, allí donde el hombre ya no pudiera tener certezas. La
fe se ha visto así como un salto que damos en el vacío, por falta de luz,
movidos por un sentimiento ciego; o como una luz subjetiva, capaz quizá de
enardecer el corazón, de dar consuelo privado, pero que no se puede proponer a
los demás como luz objetiva y común para alumbrar el camino. Poco a poco, sin
embargo, se ha visto que la luz de la razón autónoma no logra iluminar
suficientemente el futuro; al final, éste queda en la oscuridad, y deja al
hombre con el miedo a lo desconocido. De este modo, el hombre ha renunciado a
la búsqueda de una luz grande, de una verdad grande, y se ha contentado con
pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir
el camino. Cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir
el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar
vueltas y vueltas, sin una dirección fija.
El texto completo.
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