El
fútbol como escuela/Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor, teólogo y autor del blog Diario nihilista.
El
Mundo | 27 de noviembre de 2013
El
deporte como tal no educa en valores. En general, el deporte crea hábitos, las
virtudes son los hábitos de la excelencia, que el individuo puede aprovechar
para otros dominios de la vida; estimula a atreverse y resistir, a enfrentarse
con lo duro y difícil para alcanzar el objetivo deseado. El deporte enseña
puntualidad, constancia, sacrificio, disciplina, espíritu de superación; ayuda
a adquirir el dominio de sí mismo y de la ansiedad y del temor, a vencer la
presión, a guardar sangre fría en momentos de riesgo y a valorar las
posibilidades de cualquier objetivo. De vez en cuando, el deporte muestra
ejemplos de superación difíciles de imaginar. Los Juegos Olímpicos de los
minusválidos muestran ejemplos antológicos de superación. La perfección
deportiva no lleva siempre consigo la perfección moral a pesar de la sentencia
de Juvenal, mens sana in corpore sano, ni la perfección moral un desarrollo
armonioso del cuerpo.
Las
escuelas para campeones son duras y exigentes, de disciplina y órdenes
implacables. Nadie puede llegar a ser un campeón sin pisotear la tentación de
lo fácil, la pasividad, la veleidad y el miedo a las dificultades. «Querer es
poder», repiten mil veces a los alumnos. Más que por razones estas escuelas
funcionan por voluntarismo. Las escuelas de deporte han de procurar que «cada
uno sea el mejor pero también la convicción de nunca creerse el mejor», dijo
Fangio. Las escuelas han de enseñar a mejorar, no a ser el mejor. El deporte ayuda
a adaptarse al medio, a competir con uno mismo por mejorar cada día, hacer
sociables a quienes lo practican. Los valores del deporte se trasladan a la
vida de cada día. No se puede hablar de una vocación del futbolista. «La
vocación no resulta nunca, en realidad, ni planeada, ni preparada, ni
deliberadamente hecha por nosotros mismos. Voca algo, sin que se lo espere y
hasta contra la propia voluntad. Por otra parte no viene la vocación, sin duda
alguna, de otro que sea conmigo en el mundo. La vocación viene de mí y sin
embargo sobre mí», escribió Heidegger.
Muchos
niños llegan a ser grandes futbolistas, por su cuenta, en calles llenas de
barro. Hay fundaciones privadas cuya finalidad es crear y mantener escuelas de
fútbol, especialmente en países pobres en las que se admiten también niños
ricos para que hagan posible, pagando, el mantenimiento de niños pobres en las
que se utiliza el fútbol para enseñar valores. Muchos clubes de países ricos
tienen escuelas de fútbol en países pobres. Aunque digan que es para ayudar a
esos niños, se trata de un negocio. Hacer estrellas a un coste mínimo. El
deporte enseña solidaridad y espíritu de superación. El fútbol contribuye a
fomentar la idea de equipo, de compartir, de trabajar todos en favor de un
objetivo común, a desarrollar el valor de la solidaridad, la importancia de
ayudar a los demás, a desarrollar el espíritu de compañerismo y el respeto al
rival. «La vida es mucho más importante que cualquier carrera deportiva», dice
el tenista Nadal. Pocas actividades hay que tengan aficionados de edades,
sexos, culturas y religiones tan distintas y distantes como el fútbol,
instrumento de cohesión social y escuela de valores individuales y colectivos.
«Cuando
un deporte exige tanta inteligencia (como el fútbol), tanta devoción, tantas
cualidades morales y físicas, por parte de quienes lo practican, a la fuerza
tiene que ser un deporte de una gran importancia humana», dijo el cineasta L.
Malle. En El Ejido hubo y hay muchos problemas de convivencia entre los
distintos grupos de inmigrantes y de los inmigrantes con los indígenas, pero
una vez cada 15 días, todos se juntan para animar al equipo de fútbol local.
Como se ve en Invictus de C. Eastwood el deporte, concretamente el rugby, puede
servir para fomentar la integración de blancos y negros en Sudáfrica. Alguien
dijo: «El deporte es el esperanto de las razas». El Suecia United sólo ha
ganado tres partidos en 11 años, su liga es otra. Este equipo se solidariza con
cualquier causa perdida. Juegan chicos con sobrepeso o que fueron discriminados
en el colegio por alguna razón. No hay presión por ganar. «Nuestro propósito es
defender algunos valores, como la protección del medio ambiente, la solidaridad
con cualquier persona que se sienta desfavorecida por razón de sexo, etnia o religión
y, por supuesto, la amistad». Algo parecido a este equipo es el Barcelona
Gaeles, fundado por irlandeses en Barcelona. «El fútbol gaélico es una
prolongación de la familia. Juegas con tus hermanos y con tus primos para
defender el orgullo de tu barrio, pueblo o región».
En
Europa se habla mucho de la explotación infantil a propósito de los niños de la
India, del Brasil, que pasan los días buscando en los basureros o trabajando
ocho horas para comer, pero en países de Europa y América, miles de niños verán
marcado y condicionado su futuro por los años que pasaron entrenando durante
horas que deberían haber dedicado al juego. Esta situación se acentúa cada día
más con las posibilidades de la intervención sobre el genoma humano. «Pues tan
pronto los adultos contemplasen un día la admirable dotación genética de su
descendencia como un producto moldeable para el que elaborar un diseño acorde a
su parecer, ejercerían sobre sus criaturas manipuladas genéticamente una forma
de disposición que afectaría a los fundamentos somáticos de la autoregulación
espontánea y de la libertad ética de otra persona, disposición que hasta ahora
sólo parecía permitido tener sobre cosas, no sobre personas», dice Habermas.
¿El futbolista nace o se hace? Las ciencias biológicas están trabajando a fondo
para mejorar el rendimiento de los deportistas de élite. Una serie de
circunstancias orientan al hombre que muestra ciertas facultades físicas y
mentales para ser eficaz en un campo de fútbol.
«La
derrota enseña más que la victoria», «el fracaso merece aplausos por haberlo
intentado y porque esculpe el carácter», dijo Del Bosque. «Un comportamiento
torpe ante la derrota es negarla, maquillarla, echarle la culpa a otro,
escurrir el bulto, lo que conduce a la agresividad y al autoengaño. El triunfo
también puede encajarse entupidamente». «Hay personas que no superan jamás un
triunfo y los hay que aprenden de un fracaso». En el fútbol, como en todos los
deportes, se gana o se pierde o se empata como en la vida misma. Cualquier
persona que es capaz de terminar una prueba con esfuerzo está entrenada para
cualquier otra meta en la vida pero el ser humano compite buscando el placer
del triunfo. En nuestra sociedad, en la que el individuo y los colectivos
buscan el éxito y la victoria, el fracaso está descartado. Se compite para
ganar y cuando esto no se da, la injusticia o el destino cargan con la
responsabilidad. «El éxito por encima de todo, caiga quien caiga; sólo la
victoria te sube al podio y sólo el podio te lleva a la gloria», me dijo un
entrenador.
Conozco
padres que no han permitido a sus hijos asistir a la catequesis ni a las clases
de religión para poner a salvo su libertad pero los llevan con ellos desde que
saben andar, vestidos con el hábito de su equipo: camiseta, bufanda, gorro, mochila.
Las gradas gritan groserías, porquerías y maldiciones contra el árbitro y sus
antepasados cuando toma decisiones justas contra el equipo local, y contra los
jugadores del equipo visitante cuando hacen una buena jugada con peligro en la
portería del nuestro. Los niños presenciando un partido desde las gradas
pasarán una hora oyendo insultos, improperios y groserías, y en algunos campos
estarán siendo amamantados con la leche nacionalista de uno de los buques
insignia del catalanismo.
Un
amigo me confesó: «Cuando mi hijo tenía ocho años lo llevé conmigo al fútbol.
De vuelta a casa contó lo que había visto y oído a su madre quien me espetó a
bocajarro: ‘Si vuelves a llevar al niño al fútbol te acusaré de ir arrastrando
al niño por antros inmundos y pediré el divorcio’». Hace poco el hijo me dijo:
«Papá, de vez en cuando podré acompañarte al campo pero nunca me haré socio de
un grupo de fanáticos». Muchas personas ecuánimes y justas, cuando están en las
gradas, ignoran lo que es la justicia, vociferan groserías y ensucian todo lo
que no es su equipo.
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