Reflexiones
de Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas
San
Cristóbal de las Casas, 11 de diciembre de 2013
Escribo
desde Roma, a donde he venido para una entrevista personal con el Papa
Francisco. La solicité para tratarle algunos asuntos pendientes de la diócesis,
como la situación de los indígenas, las traducciones al tseltal y tsotsil de
varios textos de la Misa y la posible ordenación de nuevos diáconos permanentes.
El decidió concedernos la audiencia el 12 de diciembre, en una fecha muy
significativa.
Estando
aquí, me doy cuenta del entusiasmo y la esperanza que ha despertado este Papa
de origen latinoamericano, así como de algunas desconfianzas hacia lo que dice
y se propone.
Su
cercanía a la gente y su especial preocupación por los pobres, ha generado
cariño y simpatía, no sólo hacia su persona, sino hacia la Iglesia. En Roma
están sorprendidos por las enormes multitudes que acuden a escucharlo, a verlo
y a estar cerca de él. En la audiencia general de este miércoles, de la cual
soy testigo, hay que llegar con tiempo a la plaza de San Pedro, para poder
entrar y tener un lugar. Y a pesar de ser invierno, la gente llega, espera,
escucha y ora.
El
Papa actual tiene un estilo que es muy propio de nuestros rumbos, pero que no
entra en competencia con los modos de ser y de actuar del Papa Benedicto y de
los anteriores; cada cual es reflejo de su cultura, de su historia, de su
origen geográfico. Benedicto respondió a su ubicación cultural y lo hizo con
gran acierto y profundidad. Su servicio era el que la Iglesia y el mundo
requerían, y el tiempo se lo reconocerá más aún. Juan Pablo II fue otro modo
muy pastoral, muy misionero y de grandes multitudes, sin desconocer su densidad
teológica y bíblica, su cristología y su eclesiología.
Sin
embargo, ya hay reacciones de quienes condenan al Papa Francisco como marxista;
lo ven con desconfianza, e incluso lo condenan como poco ortodoxo. Son los
juicios de quienes nada quieren que cambie en el mundo y en la Iglesia, porque
peligran sus intereses. Cuando habla del lugar de los pobres, con una postura
muy bíblica, profética y, por tanto, plenamente evangélica y cristiana, dicen
que está abogando por una liberación extremista y peligrosa. Lo mismo tendrían
que decir de Jesucristo y de los papas anteriores, pues desde León XIII, a
fines del siglo XIX, todos han condenado la idolatría del dinero, las
injusticias del capital, la anestesia que trae el consumismo. Si el Papa exige
una reforma y una conversión, ellos no quieren cambiar, porque eso significaría
tener que llevar otro estilo de vida, más sobrio, austero y justo.
ILUMINACION
El
Papa Francisco, sin embargo, no sólo insiste en la conversión de los demás,
sino también de su servicio al frente de la Iglesia: “Dado que estoy llamado a
vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del
papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias
que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al
sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la
evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar «una
forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial
de su misión, se abra a una situación nueva». Hemos avanzado poco en ese
sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal
necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano
II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las
Conferencias episcopales pueden «desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin
de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta». Pero este deseo no se
realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un
estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de
atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad
doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la
Iglesia y su dinámica misionera” (Evangelii gaudium 32).
COMPROMISOS
Estemos
abiertos a lo que nos pida el Espíritu Santo por medio de este Papa, dispuestos
a renovarnos en todo aquello en que seamos menos fieles al Evangelio.
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