Con motivo de la fiesta del patrono de los periodistas, San Francisco de Sales, el Presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Mons. Claudio María Celli, lo recordó como el primer “tuitero” de la historia.
“San Francisco de Sales mandaba pequeños papelitos con mensajes muy concretos, por lo que podemos decir que era un hombre que tuiteaba antes de nuestros tiempos. Yo a veces pienso que hoy son los tuits”, afirmó Mons. Celli en una entrevista concedida a ACI Prensa.
La autoridad vaticana explicó que su dicasterio celebrará al Santo francés en su fiesta, el 24 de enero, con una Misa que él mismo presidirá en la Iglesia de la Traspontina de Roma, a escasos pasos de la Basílica de San Pedro del Vaticano.
Francisco ha destacado el “papel de gran responsabilidad” que corresponde a los medios de comunicación social para “desenmascarar estereotipos y ofrecer informaciones correctas” referidas a la inmigración.
El Papa y los periodistas/Manuel María Bru Alonso, sacerdote, periodista y presidente de la Fundación Crónica Blanca.
Publicado en ABC |24 de enero de 2014
San Francisco de
Sales (1567-1622), evidentemente, no fue periodista. Si es el patrono de los
periodistas no fue por su buen ejercicio del ministerio episcopal, o por
fundar, junto a Santa Juana Francisca de Chantal, la Orden de la Visitación.
Sino más bien porque este doctor de la Iglesia, en el contexto de la
contra-reforma, ideó todo tipo de medios –como las octavillas que repartía de
noche por las casas– para la divulgativa respuesta apologética a las
controversias de la fe. De tal suerte que, cuando en 1923 Pío XI le otorgó este
patronazgo, vio en él un ejemplo a seguir por parte de los escritores y
periodistas, en el contexto del apoyo a la llamada «buena prensa». A partir de
esta designación la Iglesia vio en el periodismo una valiosísima vocación.
Pablo VI, hijo
de periodista, les decía en 1963: «Lo mismo que el sacerdote, vosotros estáis
al servicio de la verdad; como él, sois para los demás, no para vosotros
mismos. Vocación de servicio, con todo lo que lleva consigo de sacrificio, de
fecundidad también, de grandeza y de belleza». Al periodista se le pide, decía
en 1967, amor y simpatía por el pueblo, «no el amor de su aplauso (que puede
envanecer); no el amor de su favor (que puede envilecer), sino el amor de su
bien». No en balde, «cuando vosotros, escritores y artistas, sabéis sacar de
las vicisitudes humanas, por humildes y tristes que sean, un acento de bondad,
súbitamente un rayo de belleza inunda vuestra obra. No se os pide que os
convirtáis en moralistas de una tesis fija, sino que se pone confianza en
vuestra habilidad de hacer entrever el campo de luz que hay tras el misterio de
la vida humana».
En el único
discurso a los periodistas de su brevísimo pontificado, Juan Pablo I recordó
que no hay comunicación sin comunicabilidad, y no hay comunicabilidad sin
empatía. Si la primera es una capacidad a desarrollar, la segunda es un valor a
implementar en la vida del periodista.
Para el beato
Juan Pablo II este «impulso fuertemente interior, que podríamos llamar
vocación», se canaliza en la corriente de un ministerium, de un servicio –como
se dice en el argot también de algunas prestaciones periodísticas–
constantemente anclado en los criterios de la veracidad, objetividad y
claridad» (1983). Ratificado por él, el documento de la Santa Sede «Ética en
las comunicaciones sociales» (2000) dice que el periodista está llamado a
«clamar contra los falsos dioses e ídolos de nuestro tiempo –el materialismo,
el hedonismo, el consumismo, el nacionalismo extremo y otros–, ofreciendo a
todos un cuerpo de verdades morales basadas en la dignidad y los derechos
humanos, la opción preferencial por los pobres, el destino universal de los
bienes, el amor a los enemigos y el respeto incondicional a toda vida humana».
Benedicto XVI, consciente de que «es necesario una info-ética, así como existe
la bio-ética en el campo de la medicina y de la investigación científica», proponía
en el año 2008 «la búsqueda y la presentación de la verdad sobre el hombre»
como «la vocación más alta de la comunicación social», tarea confiada no sólo a
los profesionales de la comunicación, sino a todos, «porque en esta época de
globalización todos somos usuarios y a la vez operadores de comunicaciones
sociales».
Y el Papa
Francisco, en su primer discurso ante los medios, apuntó que al periodista se
le pide «estudio, sensibilidad y experiencia, como en tantas otras profesiones,
pero implica una atención especial respecto a la verdad, la bondad y la
belleza». En una conferencia bajo el sugestivo título «Comunicador: ¿quién es
tu prójimo?» (2002) ya había explicado Jorge Mario Bergoglio que «así como a
nivel ético, aproximarse bien es aproximarse para ayudar y no para lastimar, y
a nivel de la verdad, aproximarse bien implica transmitir información veraz, a
nivel estético, aproximarse bien es comunicar la integridad de una realidad, de
manera armónica y con claridad».
Un legado
inmenso, el de los Papas de la «sociedad de la información», que nos recuerda
que, como nos enseña San Francisco de Sales, el pan de la verdad, aunque
escrita en una arrugada octavilla, merece el mismo beso sagrado que el pan de
los pobres.
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