Un guión para el Rey/Hugo O’Donnell, duque de Tetúan y miembro de la Real Academia de la Historia.
Publicado en ABC | 21 de junio de 2014
Un nuevo guión real se ha
visto ondear desde las 9.30 horas del jueves pasado en el Palacio de la
Zarzuela. Es el que corresponde a Felipe VI, quien ha querido recuperar el
tradicional fondo rojo carmesí –carmesí histórico– de la Monarquía española.
De siempre fueron los
estandartes reales de damasco, tela noble de seda con dibujo, de cuerpo entre
tafetán y raso, que cruje de una manera característica y solemne, y de color,
como decimos, carmesí, purpúreo muy subido, semejante a la rosa castellana, ya
de por sí y desde la antigüedad considerado como color del imperium o poder
soberano y que se institucionaliza a partir de Felipe II, tras una etapa previa
de predominio con alguna indecisión. La seda roja se guarnecía con hilo de
Flandes y con una orla de oro.
Felipe V, el inmediato
predecesor numérico del actual Rey, lo mantuvo, aunque no hiciera lo mismo con
las banderas militares. De Luis I, del que se desconoce otro tipo de
manifestación vexilológica, se sabe sin embargo que por R. O. de 3 de febrero
de 1724 mandó confeccionar su pendón real destinado a la correspondiente
ceremonia de alzarlo en Zaragoza, cuartelado en cruz y en raso carmesí.
Esta situación continuó así
hasta que en 1833 se produjo la proclamación de Isabel II, en la que se
desplegó y alzó, en lugar del pendón tradicional, otro, en el que las armas
reales no se vieron afectadas, pero sí el color del paño, que apareció
claramente morado. No había mediado sin embargo disposición legal alguna, pero
se alteraba un aspecto fundamental en una bandera moderna: el color.
Esta transformación tan brusca
y tan poco justificada (aunque hubiera podido resultar justificable
políticamente) ha dado lugar a que algunos autores hayan llegado a pensar en un
error oficial más que en una innovación consciente, dada la similitud cromática
existente, pues el morado, color compuesto, no es sino rojo mezclado con azul,
y el rojo carmesí real es un rojo oscuro, algo morado, siendo confusa también
la definición del púrpura histórico. La acción del tiempo, como oxidante
natural del color, pudo efectivamente haber tenido que ver, siendo posible que
algún estandarte antiguo, utilizado como modelo en la citada proclamación, se
hubiese oscurecido hasta presentarse con un tinte parecido al morado.
Las sucesivas cortes
isabelinas no se alteraron y probado parece el escaso interés oficial en dar
publicidad dentro y fuera de nuestro país a una medida que pudo muy bien ser
adoptada en su momento por razones políticas; no debemos olvidar la difícil
situación por la que pasaba el Gobierno de la Reina viuda Doña María Cristina,
que pudo aconsejar la adopción de un color que ya tenía intencionalidad
política, ante la necesidad de unión de todas las fuerzas liberales para el
sostenimiento del trono.
Ni el Gobierno provisional, ni
el de Amadeo I ni el de la Primera República se atrevieron a tocar de las
banderas más que lo obligado y accesorio. La Restauración tampoco lo hizo, pues
el estandarte morado tenía ya cierta solera y connotaciones liberales, con las
que el propio Alfonso XII afirmaba comulgar, pasando a ser considerado como una
significativa variante de la emblemática de la Monarquía. El bando carlista se
vio también contagiado por la confusión y la leyenda, y quien para muchos fue
Carlos VII tuvo guión personal morado, idéntico al de Alfonso XII.
Para abril de 1931 el color
morado era algo más que un capricho revolucionario que afectaría a una bandera
nacional que había superado durante más de siglo y medio todos los gobiernos,
todas las vicisitudes y todas las alternativas que la época ofreció. Sin
embargo y paradójicamente, el estandarte presidencial republicano heredó el
color rojo secular de los reyes de España, como también lo hizo el régimen de
Francisco Franco, entre 1940 y 1975.
Cuando por decreto de 22 de
abril de 1971 se dotó de guión al entonces Príncipe de España, el color
tradicional estaba ocupado, aunque con una novedad sorprendente: la Banda Real
de Castilla, olvidada desde tiempo de los Austrias. No convenía confundirlo con
el del Jefe del Estado, ni a la monarquía sucesora con la histórica, ya que se
trataba de una instauración tradicional; por todo ello se decidió que sus armas
se colocasen sobre fondo azul. S. M. el Rey Juan Carlos I mantuvo el color
azul, de tan escasa tradición entre nosotros.
La Monarquía que encarna
Felipe VI, asentada como pocas en hondas raíces que hacen de nuestra nación una
potencia cultural e histórica, reconoce con este gesto en su pasado uno de sus
principales activos. Una Monarquía tan vieja y tan nueva, tan acorde con su
enseña de valor y de coraje heráldicos, con su guión de proyectos y su guión
emblemático.
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