El
reñidero audiovisual/Román Gubern es Catedrático Emérico de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona. Su último libro publicado es Cultura audiovisual (Cátedra, 2013).
El
Mundo | 14 de mayo de 2015
Ahora
sabemos que la emoción imbatible del espectáculo en directo no se limita sólo
al fútbol, a la lucha libre y al porno. Cuando un plató de televisión se
convierte en un reñidero de gallos políticos, a poco que los agentes implicados
tengan el perfil adecuado y lo intenten, garantizan la efusión adrenalínica de
su audiencia. Los manuales siempre citan los famosos debates televisivos entre
el apuesto y fotogénico John F. Kennedy y el sudoroso Richard M. Nixon en el
otoño de 1960. Quienes somos más veteranos y crecimos en la era de la radio
recordamos la imprevista derrota en 1948 del republicano Thomas E. Dewey ante
Harry S. Truman, el heredero de Franklin D. Roosevelt. Se cuenta que muchos
diarios de tirada nacional tenían ya compuesta su primera plana con la victoria
del republicano y pasaron apuros para recomponerla en el último minuto. Por
entonces ya Charles Foster Kane, de quien este año conmemoramos su centenario,
demostró en su primer film que en estos casos había que tener dos portadas
alternativas previstas.
Los
debates políticos ante cámaras televisivas han acabado por metamorfosear al
pueblo (sujeto político) en público (sujeto espectacular), no muy distinto al
de las competiciones deportivas de alto voltaje. Aunque hay que añadir
inmediatamente que los actores participantes deben cumplir ciertos requisitos,
no sólo de fotogenia (véase el caso del citado Kennedy), sino de lenguaje
corporal, de combatividad dialéctica, de retórica y de puesta en escena.
Escribo estas líneas consciente de que nuestro actual jefe de Gobierno, Mariano
Rajoy, es, en tan alta función política, tal vez el sujeto menos fotogénico,
glamouroso y mediático de toda nuestra historia democrática. Pero seguramente
la extrema gravedad de la Gran Recesión en España, cuando tomó el timón
político, pedía en su momento la gris eficiencia de un registrador de la
propiedad provinciano, con gafas y con barbita canosa: la imagen sublimada del
contable aplicado y cumplidor. Y creo que su andadura ha respondido, más o
menos, a tales expectativas colectivas, por lo menos, en el ancho campo de la
macroeconomía.
Volviendo
al reñidero mediático, no todos los sujetos políticos ofrecen la misma
cualificación para competir, y menos para sobresalir, en el ring audiovisual
que supone un plató de televisión. Las encuestas nos vienen indicando en los
últimos días que existen dos partidos emergentes que acaparan la curiosidad de
la audiencia y el interés mediático. Nos referimos, claro está, a Podemos y a
Ciudadanos.
Podemos
nació en las calles, en las plazas, en formato asambleario, con vocerío
proletario y hasta efluvios libertarios. A los veteranos de la vida
universitaria nos recordó la etapa del asambleísmo interminable en las aulas,
de la logorrea retórica como sustituta de la organización y de la administración
reglada en la vida académica. Ciertamente, tenían en su origen muy buenos
motivos para quejarse de las penosas disfunciones sociales, económicas y
políticas que la crisis económica -fraguada por la gran banca de aquí y de los
Estados Unidos- ha agravado notoriamente: hay que ser ciego para no
constatarlo. Pero cuando aquel asambleísmo de plaza pública ha querido
vertebrarse en un partido canónico, o más o menos canónico, han surgido las
fricciones. Este es un viejo tema que ya discutieron los libertarios del siglo
XIX: cuando la espontaneidad creativa de las masas quiere encuadrarse en
esquemas reglados, las costuras de su traje empiezan a reventar. Ha habido ya
dimisiones o expulsiones -no se sabe muy bien si lo uno o lo otro-, pero ha
salido siempre a flote su líder más carismático y hasta hoy indiscutido, Pablo
Iglesias, con su aspecto de apóstol social salido de una novela de Gorki. Su
configuración asténica (quijotesca, tal como la describe Cervantes), su barbita
post-leninista, su camisa abierta (resurrección de aquellos descamisados de
Evita Perón), su gestualidad melodramática y su verbo inflamado evocan nuestra
iconografía anarquista decimonónica. Las referencias elogiosas a la Venezuela
chavista parecen haberse puesto en sordina, gracias a los dos economistas
académicos que asesoran en la sombra: Dinamarca resulta un modelo más fiable
(conozco Dinamarca y visité la Venezuela de Chávez y concuerdo con su
valoración). De modo que en Podemos coexisten un alma épica y revolucionaria,
de altavoz y panfleto, y un espacio fuera del campo audiovisual que recoge los
susurros de sus dos economistas académicos: la máscara visible y lo que en la
cultura audiovisual llamamos el fuera de campo o espacio off.
Este
perfil vocinglero -que ni siquiera consiguió Julio Anguita en sus mejores días-
es muy agradecido en la arena televisiva, con vocerío enfático, apoyado en un
lenguaje corporal hiperdinámico, con gestualidad expansiva, con réplicas de
ampulosidad retórica, con descalificaciones urbi et orbi, con énfasis en la
incompatibilidad entre lo viejo y lo nuevo (es decir, nosotros somos lo nuevo,
no contaminado por la vieja politiquería oportunista -suprema descalificación-,
ni por la corrupción: suprema infamia).
Pero
la estructura desestructurada de Podemos augura imprevisibles sorpresas. Las
masas descamisadas son impacientes y la espontaneidad asamblearia un arma
peligrosa. Lo enunció uno de sus líderes: más vale una hora discutiendo con las
bases que un minuto en televisión. McLuhan no estaría de acuerdo con esta
opinión.
En
contraste con el colorismo gesticulante e hiperdinámico de Pablo Iglesias en
los platós, la presencia del pulcro Albert(o) Rivera, hijo de la burguesía
catalana, busca tranquilizar a la audiencia atribulada: encarna al sentido de
la responsabilidad, la centralidad, el equilibrio, la objetividad. Su desnudo
primigenio -un regalo publicitario que su edad y anatomía consentían- ha sido
olvidado por casi todo el mundo. El porno de los platós televisivos es de otra
naturaleza, del griterío y del insulto. Y la catalanidad de Rivera ha sido
eclipsada (recuérdese el fracaso electoral de Roca Junyent en su operación
reformista pilotada desde Barcelona) por su explícito antinacionalismo, que le
otorga un aura de resistente a las pulsiones separatistas de una parte
magmática del electorado catalán, alimentada por clichés de viejos agravios
históricos y nostalgias de un pasado mítico que nunca existió.
pero
si en Podemos todo parece estar claro como el agua, pues tanto los buenos como
los malos están bien identificados, sobre Ciudadanos flota una cultivada
ambigüedad, que podría atraer a votantes desencantados de la derecha tanto como
de la izquierda. Para unos, Ciudadanos es la nueva marca blanca del Partido
Popular; para otros, su programa responde al perfil de una socialdemocracia
moderada y moderna. Y, acorde con este perfil ambivalente, la presencia
televisiva de Rivera es la del estudiante aplicado y cumplidor, enemigo de
estridencia y exabruptos: en pocas palabras, la perfecta contrafigura escénica
de Pablo Iglesias y de Podemos.
De
manera que la lidia electoral escenificada en los platós televisivos aparece
hegemonizada por una izquierda que no oculta su origen y filiación y por un
centro equilibrado que podría tentar a los sectores moderados, tanto de la
socialdemocracia en crisis como de los conservadores. Aquellos por el obvio
declive socialista (recién consumado en el Reino Unido) y estos erosionados por
una corrupción galopante y con leyes controvertidas (como la del aborto). Los
partidos autocalificados de centristas siempre presumen de recoger lo mejor de
la derecha y lo mejor de la izquierda. El pulcro look de Rivera, bien trajeado,
mesurado y alérgico a las subidas de tono, parece ofrecer al electorado la
promesa centrista que quiso encarnar Adolfo Suárez para los españoles en épocas
mucho más turbulentas que la actual. Tanto los socialistas como los
conservadores descontentos con la deriva de sus respectivos partidos pueden
querer explorar la nueva oferta, que procede de la industriosa Cataluña, y está
mostrando ya su rentabilidad en la Andalucía profunda.
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