19 jul 2015

Vivir con el acuerdo nuclear iraní/Richard N. Haass,

Vivir con el acuerdo nuclear iraní/Richard N. Haass, President of the Council on Foreign Relations, previously served as Director of Policy Planning for the US State Department (2001-2003), and was President George W. Bush’s special envoy to Northern Ireland and Coordinator for the Future of Afghanistan. His most recent book is Foreign Policy Begins at Home: The Case for Putting America’s House in Order.
Project Syndicate | 17 de julio de 2015
Es probable que después de 60 días de debate intenso en Washington, y posiblemente en Teherán, el “Plan de Acción Integral Conjunto”, firmado el 14 de julio por Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania (el P5+1), entre en vigencia. Pero nadie debería confundir este desenlace con una solución al problema de las ambiciones nucleares de Irán o su aporte a la agitación actual en Oriente Medio. Por el contrario, dependiendo de cómo se lo implemente y ejecute, el acuerdo podría empeorar las cosas.
Esto no quiere decir que el Plan de Acción (JCPOA por su sigla en inglés) no sirva de nada. Pone un techo para los próximos diez años en materia de cantidad y calidad de las centrífugas que Irán tiene permitido operar y autoriza al país a tener solamente una cantidad pequeña de uranio de bajo enriquecimiento durante los próximos 15 años. El acuerdo también establece, según las propias palabras del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, un mecanismo de inspecciones “donde sea necesario, cuando sea necesario”, que permita verificar si Irán está cumpliendo con estos y otros compromisos.

El resultado neto es que el acuerdo debería prolongar el período que le llevaría a Irán producir una o más armas nucleares de algunos meses hasta un año, tornando más factible que un esfuerzo de estas características se descubra a tiempo. La perspectiva de que el JCPOA pueda mantener a Irán sin armas nucleares durante 15 años es su principal atractivo. Las sanciones por sí solas no podrían haberlo logrado y, utilizar la fuerza militar habría implicado un riesgo considerable con resultados inciertos.
Por otro lado, (siempre hay otro lado en la diplomacia), el acuerdo le permite a Irán mantener mucha más capacidad nuclear de la que necesitaría si estuviera interesado exclusivamente en la investigación civil y en demostrar una capacidad simbólica para enriquecer uranio. El acuerdo también le ofrece a Irán un amplio alivio de las sanciones económicas, lo que le brindará más oportunidades al régimen de respaldar a representantes peligrosos en todo Oriente Medio, apoyar a un gobierno sectario en Bagdad y proteger al régimen del presidente sirio, Bashar al-Assad.
Es más, el acuerdo no descarta la investigación en el terreno nuclear y no limita el trabajo con misiles. Las ventas de misiles balísticos y piezas de misiles a Irán están prohibidas sólo por ocho años. Las ventas de armas convencionales a Irán están prohibidas por no más de cinco años.
También existe el peligro de que Irán no cumpla con partes del acuerdo y lleve a cabo un trabajo prohibido. Dados los antecedentes de Irán, esto ha sido, comprensiblemente, motivo de gran preocupación y objeto de críticas respecto del pacto. Lo que importa es que la desobediencia se castigue con sanciones renovadas y, si fuera necesario, fuerza militar.
Un problema mayor ha recibido mucha menos atención: el riesgo de qué sucederá si Irán efectivamente cumple con el acuerdo. Incluso sin violar el pacto, Irán puede prepararse para evadir las limitaciones nucleares una vez que expiren las cláusulas críticas del acuerdo. En ese momento, será poco lo que pueda frenarlo excepto el Tratado de No Proliferación, un acuerdo voluntario que no incluye sanciones por incumplimiento.
Es importante que Estados Unidos (idealmente, junto con otros países) le haga saber a Irán que cualquier acción para colocarse en posición de desplegar armas nucleares después de 15 años, aunque no esté explícitamente descartada en el acuerdo, no será tolerada. Deberían introducirse sanciones severas ante la primera señal de que Irán está preparando una ruptura post-JCPOA. Esto tampoco está impedido por el acuerdo.
De la misma manera, debería informársele a Irán que Estados Unidos y sus aliados emprenderían un ataque militar preventivo si pareciera que intenta presentarle al mundo un fait accompli. El mundo se equivocó al permitirle a Corea del Norte traspasar el umbral de las armas nucleares; no debería volver a cometer el mismo error.
Mientras tanto, debería lanzarse un esfuerzo importante para aliviar los temores de los vecinos de Irán que, en varios casos, se verán tentados de resguardarse contra una potencial ruptura de Irán luego de 15 años implementando sus propios programas nucleares. La situación en Oriente Medio ya es bastante alarmante sin los riesgos adicionales planteados por una cantidad de posibles potencias nucleares. La afirmación de Obama de que el acuerdo “ha frenado la propagación de armas nucleares en la región”, en el mejor de los casos, es prematura.
También será esencial reconstruir una confianza estratégica entre Estados Unidos e Israel; por cierto, esto tendrá que ser una alta prioridad para quien suceda a Obama. Y Estados Unidos debería oponer resistencia, como está garantizado, a la política exterior de Irán o el tratamiento de su propio pueblo.
Nada de esto descarta una cooperación selectiva con Irán, ya sea en Afganistán, Siria o Irak, si los intereses se superponen. Pero aquí también debería prevalecer el realismo. Nadie debería dar por sentada la noción de que el acuerdo nuclear llevará a Irán a moderar su radicalismo y refrenar sus ambiciones estratégicas. De hecho, el surgimiento de un Irán con más capacidades, no de un Irán transformado, probablemente sea uno de los principales desafíos que enfrenta Oriente Medio, si no el mundo, en los próximos años.

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