30 ago 2015

México-EU: la relación pasmada/J. JESÚS ESQUIVEL

Revista Proceso # 2026, 30 de agosto de 2015..
México-EU: la relación pasmada/J. JESÚS ESQUIVEL
La embajada de México en Estados Unidos ha estado acéfala desde hace poco más de cinco meses. La relación bilateral entre ambas naciones apenas tiene espacio en las agendas de Obama o Peña Nieto. Tres son sus temas principales: comercio, migración y lucha antinarco. El primero funciona automáticamente, con el segundo parece que nadie se quiere comprometer y el tercero está cayendo en el olvido, especialmente desde que comenzó el actual sexenio.
WASHINGTON.- Las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos viven una etapa de letargo que se acentuó desde diciembre de 2012, cuando Enrique Peña Nieto asumió la Presidencia y decidió cambiar el enfoque de la agenda bilateral, empezando por la cooperación en materia de seguridad y el combate al narcotráfico.
El gobierno de Barack Obama tampoco se ha destacado por su interés en la relación con México, y si enfatizó el tema de la lucha contra el narcotráfico fue porque heredó la Iniciativa Mérida, establecida en 2008 por su antecesor George W. Bush y el entonces mandatario mexicano Felipe Calderón.
Con Obama en la Casa Blanca la relación con México no es una prioridad en la agenda de política exterior de Estados Unidos. El mandatario estadunidense no tiene en su haber ningún hecho concreto destacable para pensar lo contrario.

A poco más de año y medio de concluir su segundo y último mandato presidencial, los viajes de Obama a México –dos en 2009, a la Ciudad de México y Guadalajara, y en abril de 2013 a Toluca, ya con Peña Nieto como presidente– sólo se recuerdan por el furor que provocaron en la prensa mexicana los despliegues de seguridad del Servicio Secreto para protegerlo, y por la majestuosidad y curiosidad que desató entre la población La Bestia, su limusina blindada.
 Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, la política exterior estadunidense se concentra casi totalmente en la lucha antiterrorista y en la relación con los países del Medio Oriente.
 El tema de los narcóticos, que fomentó Calderón, era el último bastión con el que podría decirse que la agenda bilateral de México tenía eco en Washington.
 El gobierno de Peña Nieto le restó importancia a la Iniciativa Mérida y cambió la cooperación en materia de seguridad, cerrándole las puertas a las agencias de inteligencia y seguridad de Estados Unidos con presencia en México, en especial a la Administración Federal Antidrogas (DEA), la cual en el sexenio anterior tenía acceso hasta a las averiguaciones previas de la Procuraduría General de la Republica.
 El giro en la lucha contra el narcotráfico, con las autoridades mexicanas al frente del combate al crimen organizado en México, se lo notificó el propio Peña Nieto a Obama en noviembre de 2012, aún como presidente electo, cuando se entrevistó con el estadunidense en la Casa Blanca en una reunión que duró poco más de media hora.
 “Fue una reunión cordial en la que hablamos del perfil que tendrá la nueva relación bilateral”, comentó entonces Peña Nieto a Proceso y al periódico El Universal, al salir de una reunión con legisladores en el Capitolio, después de haber estado menos de una hora en la Casa Blanca.
 Los tres pilares
 En la agenda bilateral México-Estados Unidos la lucha contra el narcotráfico, el comercio y la inmigración se consideran los tres pilares y los únicos asuntos con relevancia para ambos gobiernos, pese a la amplia gama de temas que la comprenden.

Las reuniones entre los presidentes de México y Estados Unidos son simplemente las clásicas sesiones de fotografía, donde los mandatarios hacen anuncios de acuerdos en educación, turismo o agricultura, que unos días después pasan al olvido.

Antes de los ataques terroristas de 2001, la relación con México tampoco era prioridad para la política exterior de Estados Unidos. Pero por lo menos, en esos años, hasta el Congreso estadunidense opinaba algo al respecto, sobre todo cuando los casos de corrupción de políticos mexicanos tenían resonancia en los diarios más influyentes de la Unión Americana. Ahora eso se ha diluido con el letargo de la relación bilateral.

En los periodos de Calderón y de Bush, la Iniciativa Mérida obligó a los legisladores del Capitolio –porque el erario estadunidense invirtió 2 mil 300 millones de dólares en el proyecto– a fiscalizar la cooperación en el combate al narcotráfico. Lo mismo ocurrió con Obama, cuando heredó la agenda.

Son históricas las molestias que causaron en el gobierno de Calderón varias aseveraciones de exfuncionarios del gobierno de Obama, como ocurrió cuando la exsecretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, ante la narcoviolencia que azotaba a México en esos años, declaró incluso que algunas regiones del territorio mexicano eran como Estados fallidos.

Desde que Peña Nieto llegó a Los Pinos ya casi nadie en el Congreso estadunidense opina acerca de México. Ni siquiera arrancó comentarios el hecho de que agentes de la DEA y marshalls –disfrazados de marinos mexicanos– capturaran a Joaquín El Chapo Guzmán en febrero del año pasado. (Proceso 2020).

Fueron contados los legisladores que hicieron comentarios al respecto, exigiendo la extradición inmediata del capo.

También hubo pocas voces en el Capitolio que se quejaron luego de que, el 11 de julio pasado, el jefe del Cartel de Sinaloa se fugó del penal de alta seguridad El Altiplano.

Las reacciones de la Casa Blanca y de la DEA se limitaron a expresar su compromiso de cooperar para recapturar a Guzmán Loera, pero nada más.

El tema migratorio en el ámbito bilateral es como un elefante blanco. Esta ahí pero no pasa nada. No, por lo menos, hasta que en el Congreso federal de Estados Unidos se cambien las leyes de inmigración.

Como candidato, Obama había prometido que modificaría las leyes migratorias durante los primeros seis meses de su mandato. Pero incumplió su promesa y dejó que fuera el Congreso el que formulara iniciativas de ley en ese sentido, que sin su apoyo ni cabildeo no pudieron ser aprobadas. El tema quedó entre los pendientes.

Ya en el ocaso de su mandato, el 20 de noviembre de 2014, Obama emitió unas órdenes ejecutivas para regularizar la situación laboral y migratoria de unos 11 millones de inmigrantes indocumentados, la gran mayoría mexicanos.

Sin embargo, tres meses después, cuando se suponía que entrarían en vigor, una corte federal en Texas bloqueó las órdenes ejecutivas, con lo cual Obama quedó inhabilitado para hacer algo en materia migratoria.

Calderón decidió no intervenir en el tema de la reforma migratoria en Estados Unidos. Peña Nieto mantuvo esa posición. Ambos lo asumieron como una lección ante lo contraproducente que fue para los inmigrantes indocumentados mexicanos que viven en territorio estadunidense el que Vicente Fox, en su sexenio, se inmiscuyera en el asunto. Cada vez que Fox hablaba de esa reforma migratoria, en Estados Unidos crecía la oposición legislativa.

México tiene una muy buena red consular en Estados Unidos. Es la que verdaderamente se hace cargo de los problemas migratorios de la relación bilateral, como la violencia hacia migrantes mexicanos de los agentes de la Patrulla Fronteriza, por poner un ejemplo. Para esto ni siquiera hace falta la embajada de México.

En materia comercial, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, suscrito por México, Estados Unidos y Canadá, y que entró en vigor en 1994, no es tema de preocupación.

El intercambio comercial entre México y Estados Unidos arroja un saldo diario de unos mil 200 millones de dólares, y aunque tiene altibajos y algunos problemas, no es una aspecto de preocupación latente en la agenda bilateral. Funciona.

Con México fuera del radar de la política exterior de Obama, su gobierno lo trata como a un vecino al que le tiene que poner atención de vez en cuando. Anthony Wayne, quien acaba de dejar la embajada de Estados Unidos en México, será reemplazado por Roberta Jacobson, todavía subsecretaria de Estado Adjunta para Asuntos del Hemisferio Occidental y diplomática de carrera con mucha experiencia en temas mexicanos. A ella le tocó negociar y concretar los detalles de la Iniciativa Mérida.

En México algunos analistas políticos consideran que la designación de Jacobson es una muestra del gran interés que tiene Obama en la relación con el gobierno mexicano al enviar a una diplomática de la talla y calidad de la aún subsecretaria.

En 2011, cuando el entonces embajador de Estados Unidos, Carlos Pascual, tuvo que dejar el puesto a pedido de Calderón, Jacobson estaba disponible para reemplazarlo, pero Obama ni siquiera la tomó en cuenta. Ahora, cuando le falta poco más de año y medio para terminar su gestión, el estadunidense finalmente la manda a México.

Mutuo desinterés

Peña Nieto ha respondido al desinterés de Estados Unidos en México con la misma moneda. La embajada en Washington está acéfala desde el pasado 10 de marzo, cuando Eduardo Medina Mora se integró como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Habrán pasado seis meses cuando posiblemente Miguel Basáñez, el elegido de Peña Nieto para ser embajador en Washington, asuma el cargo.

Sin embajador de México en Estados Unidos, la relación bilateral ha funcionado como siempre: automáticamente.

Huyó El Chapo del Altiplano y sin embajador mexicano en Washington se contuvo la crisis, que en realidad no hubo, pues la Casa Blanca y la DEA se abstuvieron de hacer juicios sobre el tema.

Basáñez es un académico sin la mínima experiencia diplomática. Con una relación bilateral que funciona en automático, al futuro embajador no le hacen falta colmillo ni astucia. Le tocará observar los últimos meses de la presidencia de Obama.

A partir de enero de 2016 toda la atención de la Casa Blanca, el Capitolio y de la ciudadanía estadunidense se concentrará en la competencia entre los republicanos y los demócratas por ganar las elecciones presidenciales del 1 de noviembre de ese año.

En temporada de elecciones presidenciales México tendrá menos importancia en los intereses de política exterior de Washington. El resultado de los comicios de noviembre del próximo año podría incluso ser factor para que Peña Nieto decida la permanencia o no de Basáñez.

De ganar la presidencia de Estados Unidos un candidato republicano, Jacob­son tendría que ser relevada. El mantra de los conservadores en esta temporada electoral es borrar todo lo que tenga que ver con Obama.

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