¿Y
si en la tumba de Cristo encontrasen su cuerpo?/Juan Arias, es autor de Jesús, ese gran desconocido y La Biblia y sus secretos, publicados en Brasil por la editorial Objetiva.
Pablo
de Tarso, el apóstol postizo, que no conoció personalmente a Jesús, afirmaba:
“Si Cristo no resucitó, vana es nuestra esperanza”
El País, 31
OCT 2016 -
Obras
de restauración en la tumba. AFP
La
noticia de que un grupo de científicos del National Geographic estén abriendo
de nuevo el supuesto Santo Sepulcro de Jesucristo después de casi quinientos
años ha puesto en alarma a numerosos cristianos. Temen que los científicos
puedan revelar algún misterio, como el de encontrar los restos del cadáver del
Nazareno.
¿Qué
ocurriría si así fuera? En primer lugar, sería imposible demostrar que se trata
de la verdadera tumba de Cristo crucificado. El temor, sin embargo, de
encontrar el cadáver de Jesús ha existido siempre. ¿Se tambalearía, en dicho
caso, la fe de los seguidores del cristianismo, la mayor religión monoteísta
del mundo con más de dos mil años de historia?
Pablo
de Tarso, el apóstol postizo, que no conoció personalmente a Jesús, afirmaba:
“Si Cristo no resucitó, vana es nuestra esperanza”. Pablo fue un judío que
persiguió a los primeros cristianos de casa en casa. Convertido al
cristianismo, es hoy considerado el fundador de la actual Iglesia. Pablo creó
la jerarquía Eclesiástica, formada exclusivamente por varones, y relegó a
segundo plano a las mujeres que habían sido las mayores protagonistas del
cristianismo del primer siglo. La Iglesia oficial y ortodoxa del Vaticano sigue
defendiendo la resurrección de Jesús en “cuerpo y alma”. No habría pues
posibilidad de hallar su cuerpo, que habría ascendido a los cielos
apareciéndosele a los apóstoles atemorizados después de su atroz muerte de
cruz.
Sin
embargo, para los teólogos modernos, la resurrección habría sido más bien
simbólica. Lo que hoy defienden, por ejemplo los perseguidos teólogos de la
Liberación, a los que acaba de recuperar el papa Francisco de sus antiguas
condenas por parte del Vaticano, es que la resurrección de Jesús simboliza que
la vida no acaba con la muerte. Muere la carne, pero sigue vivo el espíritu.
Así, Jesús seguiría vivo y entre los suyos a pesar de haber muerto como todos
nosotros. “Allí donde os reunáis en mi nombre, yo estaré con vosotros”, les
dijo a los apóstoles antes de morir. La muerte nunca es definitiva para los
cristianos y ello poco o nada tiene que ver con la muerte física.
Los
expertos dicen que los cuatro evangelios fueron escritos para narrar sobre todo
la muerte y crucifixión de Jesús. Los cuatro autores de los evangelios narran
con pormenores los últimos días y horas del final de su vida. Curiosamente, se
trata de una narración donde encontramos las mayores contradicciones entre los
cuatro evangelistas, por lo que resulta difícil, si no imposible, conocer la
verdad completa de los hechos.
Es
cierto que los cuatro concuerdan en que la Magdalena y las otras mujeres que
estuvieron a los pies de la cruz vieron a Jesús resucitado, y así lo
comunicaron a los apóstoles que, muertos de miedo, habían desaparecido.
Los
evangelios fueron, sin embargo, escritos casi cien años después de la muerte de
Cristo, y lo que aconteció en aquel sábado de pasión pasó por muchas versiones,
como lo revelan las muchas diferencias entre los cuatro evangelistas. Para
entonces, Jesús ya había sido glorificado, y la leyenda de su resurrección
física había tomado cuerpo. Hoy la nueva teología es más prudente y prefiere
defender la tesis de la resurrección simbólica.
Si
es así, los cristianos no tienen por qué temer si en los trabajos arqueológicos
que se estén realizando en su posible tumba encontrasen los restos mortales del
que, por cierto, nunca se llamó Dios sino simplemente “Hijo del hombre”, una
expresión aramea que significa hombre a secas. Uno como nosotros. Un judío que
provocó a la religión de Moisés al defender que todos somos hijos del mismo
Dios Padre, tanto los judíos como los gentiles. Una osadía que pagó con la
muerte de cruz, usada por los romanos para castigar a los rebeldes políticos.
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