Revista Proceso #2111, 16 de abril de 2017
Pensar con el pene/SABINA BERMAN
Marcelino Perelló se parece al poeta Bukowsky. La voz rasposa, el humor socarrón, el don de decir lo indecible –eso que otros piensan y callan–, y su franca enemistad a las mujeres. Lo que le falló a Perelló, y a Bukowsky, no fue el momento histórico, cuando en su programa de Radio UNAM, Sentido contrario, se arrancó con una formidable diatriba en pro de la violación. “No te hagas pendeja, sí les gusta…” “Bueno, a ti tal vez no, pero muchas mujeres conocen el orgasmo sólo cuando las violan… porque las libera del pecado original”.
Viene a cuento un chiste bastante conocido. Un borracho entra con su carro al Periférico en sentido contrario y al ver la marea de carros que se le viene encima a toda velocidad, exclama: ¡Cuánto idiota, por dios!
La reacción a su diatriba fue creciendo en las redes, y la marea se le estrelló encima a Perelló. Se canceló su programa y sus minutos de fama son de infamia. Lo que no le sorprendió. Declaró que sostenía sus opiniones, aunque no fueran políticamente correctas. En lo que se equivocó Perelló es contra cuál consenso él se lanzó a toda velocidad y lo vino a despedazar a él.
No, no es la represión sexual, como sus dichos parecen indicar que supone. No, no es que vivimos en un mundo donde la gente se asusta ante el sexo y lo rehúye. De ese miedo, nos liberó precisamente Perelló y su generación, cuando participaron en la revolución sexual de los años 60 del siglo pasado. El consenso que desafió, es el posterior al del derecho a una sexualidad plena: el consenso de que las mujeres existen, y tienen derechos iguales a los varones, y que su cuerpo es tan suyo como es el cuerpo de ellos.
Sencillamente, en toda su perorata de largos 20 minutos, Perelló habla por su pene y de su pene y no de mucho más. No habla con su corazón empático, no por su cabeza con mapas culturales claros, menos con su humanidad completa. No. Es su pene el que exige sus derechos de libre tránsito y penetración, y en ese pequeño círculo de conciencia no aparece nunca la mujer que es penetrada por el pene. Perelló nunca la imagina concretamente, siempre la nombra con eufemismos degradantes, “la vieja cuero”, “la chava muy buena y metible (sic).” Menos es capaz de imaginarse en su lugar, penetrado con violencia. Y cuando su co-conductora intenta representar los derechos femeninos y dice que las mujeres “no quieren ser violadas”, Perelló desecha el argumento con un “ah, pero hay que ver si ese no es un verdadero no, porque a veces el no no es un no”.
¿En qué planeta un “no” de una mujer es un “sí” oculto? En el diminuto planeta del pene.
Que nos interese el caso Perelló no es por morbo. Es porque explicita el discurso falocéntrico que rige conductas mucho más dañinas que una perorata radiofónica. Piénsese en las razones que el Juez Porky enlistó para exonerar a un joven que con otros tres amigos, secuestraron a una menor de edad, la toquetearon en un coche, y luego la llevaron a una casa donde uno de ellos sí la penetró con el pene. Escribe el Juez Porky en la sentencia, que el muchacho no cometió una violación porque “al introducir dos dedos en la vagina” de la víctima, no sintió “deleite” ni “lascivia”, ni pensó en introducirle el miembro. Si no hay pene, no hay delito, razona el Juez Porky, de idéntica manera que Perelló, que sobre el asunto pontifica “si no hay verga, no hay violación. Con dedos, vibradores o palos de escoba, no hay violación”.
Lo que contradice el código civil vigente, que dicta lo contrario. Si un cuerpo ajeno es penetrado en contra de su voluntad, ya sea con un miembro orgánico o con un objeto, hay violación. Es el “no” de la víctima lo que precisamente importa en las leyes de nuestros tiempos, los de la solidaridad –al menos legal– entre hombres y mujeres.
Piénsese ahora en los feminicidas. De nuevo es la ley del pene, y nada más, lo que conduce al hombre detrás del pene, a forzar a una mujer desconocida y a matarla luego, puro objeto desechable en el falocentrismo.
O piénsese por fin en los piroperos, para apreciar el tema en la faz más amable. Perelló en su emisión evoca el sonado caso de la periodista Tamara de Anda. Según ella misma publicó, un taxista le gritó “guapa”, ella se acercó y le explicó que no se sentía halagada, sino acosada. Se alejó y el taxista volvió a gritarle “guapa”, ahora ya sabiendo el “no” de ella y la tipificación criminal que ella daba al “piropo”. Tamara llamó a un policía y el policía aplicó la ley: el piropero pasó la noche en El Torito, no por galán, sino porque alzó los derechos de su placer propio sobre los de la mujer y sobre el código civil.
Perelló ante esos sucesos piroperos sí se alarma. Dirá a la prensa: “Reivindico el derecho al piropo”. Y en su programa radiofónico exclama, alarmado: “Cuidado. Estamos construyendo un Infierno…”
Y sí, le asiste la razón, en eso están las mujeres y los hombres que las aman, o por lo menos les conceden el respeto genérico que les corresponde como seres humanos. Estamos construyendo un Infierno para los últimos esclavos de la ley salvaje del pene.
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