25 nov 2018

Clamor entre priistas Que rinda cuentas el enterrador del PRI

Revista Proceso #2195, 25 de noviembre de 2018..
Clamor entre priistas Que rinda cuentas el enterrador del PRI/
JOSÉ GIL OLMOS
Enrique Peña Nieto y su partido dejan el poder en medio­ de las críticas internas que lo culpan de la estrepitosa caída del PRI por la corrupción imperante en su círculo­ de privilegiados y por las fallidas reformas estructurales. En entrevista con Proceso, la diputada­ Dulce María Riancho admite que lo más frustrante para un priista es no entregar un mandato a un correligionario, aunque también le reconoce a Peña Nieto haber respetado la decisión del pueblo.

El sexenio de Enrique Peña Nieto ha sido la etapa más crítica para el PRI. Durante su gestión, el mandatario llevó a su partido a una catástrofe electoral que lo alejó de Los Pinos, lo redujo a tercera fuerza política, lo dejó fracturado y a merced de varios grupos que se lo disputan como una franquicia, aun cuando ésta siga siendo identificada con la corrupción.
En 2012, cuando ganó la elección en alianza con otros partidos, Peña Nieto obtuvo poco más de 19 millones de votos, de los cuales 17 millones los consiguió el PRI. Seis años más tarde, el partido perdió 8.7 millones de votos, para quedar con la cifra más baja en sus 89 años de historia. 

En los comicios presidenciales del pasado 1 de julio, el candidato del PRI, José Antonio Meade, alcanzó 9 millones en alianza con los partidos Nueva Alianza y Verde Ecologista de México, pues en solitario el priismo alcanzó 7.6 millones de votos.
Tras conocerse los resultados, Peña Nieto intentó justificarse. Dijo que no fue su baja popularidad lo que llevó a su partido y a su candidato a la peor debacle de su historia, sino un desgaste del ejercicio de gobierno y “un clima antisistémico en el mundo, donde los partidos tradicionales han dejado de tener respaldo”. 
Sin embargo, algunos cuadros priistas mencionan el impacto negativo de la gestión peñanietista y sus reformas estructurales como las principales causas del fracaso electoral. Así lo dio a conocer la Comisión de Diagnóstico a cargo de Samuel Palma, quien por órdenes del Comité Ejecutivo Nacional recogió en un documento el sentir de militantes y simpatizantes del PRI y lo entregará a la Asamblea Nacional prevista para noviembre de 2019 como parte de su renovación.
Según el texto, clasificado como confidencial pero al que tuvo acceso este semanario, la sociedad les “cobró factura” a los priistas. Y puntualiza: “Las reformas estructurales peñistas trajeron resultados negativos que sólo afectaron el bolsillo de las familias de México”.
Para la Comisión de Diagnóstico, “el gobierno no pudo y no puede dar una explicación del porqué no funcionaron (las reformas); tampoco el PRI”. Esto generó “la mayor desconfianza en la sociedad y las nuevas generaciones dudan que sepamos ser un gobierno de resultados”.
 La militancia de base del PRI expresa su sentir en este amplio documento –que no se ha dado a conocer en su totalidad– y desaprueba totalmente las iniciativas del gobierno peñista porque “no tuvieron resultado y porque su mayoría se vieron relacionadas con temas de corrupción”.
Admite también que los priistas no supieron comportarse como partido durante el sexenio de Peña Nieto, sino que se convirtieron en “replicadores de la gestión gubernamental federal” y creyeron falsamente que el discurso de defensa de las reformas les daría oxígeno.
Pero, añaden, “no fue así. El discurso se agotó ante la ausencia de beneficios de las mismas (reformas) y el discurso de la oposición fue avasallador contra nosotros. No pudimos contener ni frenar los escándalos de corrupción y la inseguridad. En el partido nos autoasumimos voceros del gobierno, dejamos de tener un discurso propio y mucho menos tuvimos posicionamientos”.
 Los priistas dicen que aspiraban a tener una voz crítica en algunas decisiones, pero reconocen que nadie se atrevió a hacerlo. “La disciplina autoritaria superó nuestro espíritu revolucionario”, dicen; de ahí su disposición a retomar ese espíritu para ser nuevamente una opción para las clases populares y medias.
Los desatinos
Cuando Enrique Peña Nieto ganó la Presidencia, el PRI obtuvo 52 de los 128 senadores y 212 de los 500 diputados federales, 21 gobernadores, con casi igual número de congresos locales, y mil 510 alcaldes, de los 2 mil 440 municipios del país.
Hoy, además de perder la Presidencia de la República, el partido se quedó con 12 gubernaturas, 14 escaños en el Senado y otros tantos en la Cámara de Diputados, mientras que en los Congresos estatales únicamente tendrá 188 de los mil 113 diputados y 536 alcaldes de los 2 mil 41 ayuntamientos.
A una semana de que Peña Nieto deje Los Pinos, la exdirigente nacional del PRI Dulce María Sauri reitera: los dos temas que más afectaron al partido fueron la percepción ciudadana de corrupción e inseguridad del gobierno peñista.
“El PRI queda reducido a su esencia más pequeña desde que fue fundado como Partido Nacional Revolucionario en 1929. Me refiero tanto a la representación en la Cámara de Diputados y en el Senado, como a la representación territorial de los gobiernos de los estados y en los congresos estatales. 
“Esta es una realidad política inédita, distinta a la situación que tuvimos la primera vez que perdimos la Presidencia de la República en el año 2000. Esta es la condición con la que inicia ahora el PRI por tercera ocasión en este siglo como partido en la oposición; primero en el 2000, luego en 2006 y ahora en 2018”, señala Sauri Riancho, quien forma parte de la bancada del PRI en San Lázaro.
Hace 18 años, cuando el PRI perdió la elección presidencial por primera vez, Sauri estuvo al frente de éste. Ernesto Zedillo tomó entonces “una sana distancia” de esa organización política, pero Sauri asegura que fue gracias a la cercanía que tuvo con el PRI como Zedillo salvó la crisis financiera y económica de finales de 1994 y principios de 1995, la peor en la historia del país.
Con base en esa experiencia, se le inquiere sobre la responsabilidad que le toca al presidente Peña Nieto en el descalabro que supuso desbarrancar al PRI hasta la mínima representación política desde su fundación. Responde:
–El papel de Peña Nieto fue ser presidente y estar pensando en términos del Ejecutivo federal, en hacer lo que consideró conveniente para el país pero que no lo era para el PRI. Si hubiese pensado en lo que era mejor para el partido, una serie de medidas, como el gasolinazo, no se hubieran tomado; tampoco se hubiese mantenido el déficit fiscal.
“Lo ideal es que hubieran cambiado las cosas en forma positiva en la percepción de la gente para que el PRI hubiera ganado la elección, pero no se dio. Muchas veces quienes hacen lo que tienen que hacer sobre cualquier otra cosa no tienen buenos resultados en la política partidista.”
–¿Al PRI le tocó ahora pagar los platos rotos?
–Sería la segunda ocasión; la primera fue en 1995, con la mayor crisis económica del país. Nos tocó pagar los platos rotos de una situación que si no hubiese sido por la fuerza del partido, no se hubiera podido sacar adelante. Esa es la diferencia entre un partido que está formado en instituciones y un proyecto político donde una corriente política sólo quiere ganar una elección.
¿El legado de Peña Nieto para el PRI es dejarlo en esta crisis? 
–Para un presidente de la República surgido de las filas del PRI el hecho, no lograr entregar el mandato a alguien de su mismo partido es algo que debe ser enormemente frustrante para él como persona. Pero sigo pensando que, como jefe de las instituciones del Estado, está entregando al país un proceso electoral que hizo posible que ganara una fuerza política distinta.
Sauri precisa que, aun cuando no compartió muchas de las decisiones que se tomaron en la administración saliente, lo más valioso de Peña Nieto es haber respetado la decisión del pueblo.
El descalabro de 2016
Nunca en la historia el PRI se habían dado tantos cambios de líderes como en el sexenio de Peña Nieto. Desde que era candidato hasta el final de su administración hubo 10 dirigentes, lo cual generó una inestabilidad interna que afectó la continuidad del trabajo partidista.
“La militancia expresó que los constantes cambios en la dirigencia nacional fueron un factor clave en la pérdida de identidad y de ruta en las elecciones federales y locales… La militancia habló y fue muy clara: que la dirigencia nacional se debe sólo a la militancia y no a las decisiones del gobierno federal”, según uno de los resolutivos de la Comisión de Diagnóstico.
Sauri explica que se pueden distinguir dos momentos en estos cambios: el primero, que a la llegada de Peña Nieto a la Presidencia de la República el relevo en la dirigencia nacional del PRI se dio porque Pedro Joaquín Coldwell fue nombrado secretario de Energía y luego César Camacho e Ivonne Ortega fueron elegidos como dipu­tados federales. 
“Ese fue un periodo de estabilidad en el partido, pero en 2016, después de que Manlio Fabio Beltrones entró a la presidencia del PRI, empezaron los problemas severos del partido. No funcionó la idea de que, con Enrique Ochoa Reza al frente, se acabarían los problemas. Esto no resultó.”
Los priistas se reprochan no haber realizado la lectura adecuada acerca de lo que pasó en la elección intermedia de 2015, cuando el PRI sacó la mayoría de los distritos electorales y la mayoría relativa en la Cámara de Diputados. “Esto nubló lo que estaba pasando, en la base militante, simpatizantes y ciudadanía general, que el voto del PRI se estaba erosionando”.
–¿Pero no fue a partir de 2016 cuando también se refleja la crisis del gobierno de Peña Nieto y se traslada al PRI?
–El gobierno había registrado un desgaste severo ante las reformas de gran calado que impulsó, pero no sólo fue eso. Atribuir el mal resultado electoral de 2016 a las reformas de gran calado de Peña Nieto no es explicación suficiente ni cómoda; ya se venía una serie de situaciones en las que el propio partido tuvo responsabilidad.
“Esa relación entre el Ejecutivo federal y su partido no podría replicar modelos de épocas anteriores; además, tuvimos problemas en las postulaciones de candidatos y candidatas. No eran los mejores perfiles; se dejó a la determinación de los gobernadores quiénes iban a ser los candidatos a relevarlos.” 
–¿Ese justo medio entre partido y gobierno se perdió después de 2016, cuando empieza esta crisis dentro del PRI por los casos de corrupción de los gobernadores Javier y César Duarte, además de Roberto Borge, a quienes Peña Nieto calificó como “el nuevo PRI”?
–Desde luego que sí. Las acusaciones de corrupción contra gobernadores son una pesadísima carga sobre el priismo nacional porque en esta época de comunicación no podemos pensar que lo que afecta a un estado no afecta a los otros. Sin embargo, la ironía es que los gobernadores acusados de corrupción fueron postulados por el PRI dos años antes de que empezara el gobierno de Peña y los que llegaron en esta administración han sacado su gestión razonablemente bien, como fueron Rolando Zapata y Aristóteles Sandoval. 
–La mala imagen del presidente Peña Nieto que se midió en varias encuestas tuvo un impacto severo en el PRI. 
–Sí porque, como dijo Colosio, un mal gobierno quita votos y un buen gobierno da votos. Pero a veces aun con un mal gobierno es posible ganar, y al revés. En el caso de Peña la percepción ciudadana estuvo sustentada en dos grandes coordenadas: la corrupción y la inseguridad.
–Retomando la frase de Colosio, ¿el de Peña fue un buen gobierno que no dio votos? 
–Creo que ha sido un gobierno cuya percepción popular negativa ha pesado más que lo positivo. 
Se le pide su opinión sobre la exigencia de militantes de llamar a Peña Nieto a rendir cuentas, al considerarlo como responsable de la debacle.
“Responsabilidad claro que la hay, de él y de todos los que formamos parte de la dirigencia en el Consejo Político Nacional. Pero si no hablamos en el momento, si no dijimos lo que pensábamos en el momento, si ahora que ya se va el presidente se está pidiendo que rinda cuentas, ¡pues qué fácil! ¿Por qué no lo dijeron el año pasado?” 

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