19 nov 2008

Los mitos de la conspiración

Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Los mitos de la conspiración
Publicado en Excélsior (www.exonline.com.mx), 19/11/2008;
La mejor forma de desviar la verdadera investigación de un caso, de una historia, es realizar una investigación falsa, contradictoria, que apele a teorías que puedan ser descabelladas pero coincidan con lo que por lo menos una parte del inconsciente colectivo reclama o percibe. En este sentido, es notable cómo una multitud de “investigadores” amateurs (aunque algunos de ellos trabajen en los medios) elaboran sus teorías sobre cualquier hecho y presentan suposiciones o inventos personales como datos duros. Es más grave aún cuando eso se realiza desde algún medio influyente o desde un espacio de poder real. En realidad no se trata de ahondar en las teorías conspirativas sino, en ese contexto, colocarlas en su lugar y llamarlas como lo que son: los mitos de la conspiración.

La diferencia está en los datos duros. Si bien la información disponible permite pensar, por ejemplo, que Mario Aburto fue el único que disparó contra Luis Donaldo Colosio en 1994, nadie ha podido explicar, y él se ha negado a hacerlo, por qué lo hizo, por qué mató a un candidato presidencial, quién o qué lo impulsó a hacerlo. Los mitos sobre el involucramiento de Carlos Salinas o de Manuel Camacho pueden explicar el contexto político en el que se cometió aquel crimen, pero de ninguna manera una participación directa de ninguno de esos personajes en el asesinato. En todo caso, existen en el entorno de Aburto una serie de grupos que podrían haber influido mucho más en su decisión, desde los de poder hasta organizaciones radicales, pasando por el narcotráfico. En el caso Colosio la peor desviación de la investigación fue hacer creer en el mito de los dos o tres Aburtos, de los dos o tres tiradores. Esas teorías que alimentó durante casi dos años Pablo Chapa Bezanilla fueron las que terminaron impidiendo investigar las otras relaciones que podían ser menos espectaculares pero mucho más reales para saber por qué había muerto el candidato presidencial. La pregunta básica que se debe responder en cualquier investigación es: ¿por qué? Y para ello tiene que haber datos duros que lo confirmen.
En el caso del accidente de aviación en el que murieron Juan Camilo Mouriño, José Luis Santiago Vasconcelos y otras 13 personas el martes 4 de noviembre, asombra la cantidad de mitos conspirativos que se han construido, que van del intento de eliminación de los funcionarios, con un misil, desde un helicóptero que sobrevolaba la zona, hasta el más insólito que asegura que Juan Camilo en realidad no volaba en ese jet y ya está viviendo en España (seguramente acompañado, buena compañía al fin, de Elvis Presley y John Lennon). Como los datos duros muestran que fue un accidente, los absurdos no desaparecen pero los mitos de la conspiración deben completarse con otros elementos: cómo fue la licitación para contratar el avión y quién la autorizó, cómo se expidieron las licencias de los pilotos, si habían sido empleados o no de Elba Esther Gordillo, y una larga serie de preguntas que pueden servir para explicar otras cuestiones, no el accidente en sí. Uno de éstos se produce por una combinación de factores, que incluyen la suerte y el destino, aunque no nos guste colocarlos en la ecuación, y que van desde las fallas técnicas hasta las humanas, pero tienen la característica esencial de no haber sido intencionales. Por supuesto que el esquema de contrataciones de empresas privadas afecta la seguridad de los funcionarios (y alguien debería recordar que cuando esa medida se implementó fue aplaudida como una señal de austeridad). Desde luego que la regulación de la aviación privada es un tema a debate: aquí en México y, en estos días, en Estados Unidos; por supuesto, no es racional que tengamos un aeropuerto enquistado en el medio de una de las ciudades más grandes del mundo. Y la lista podría continuar. Pero ninguna de esas razones permite suponer que lo que tuvimos el martes 4 no fue un accidente.
Volvamos a por qué se hubiera podido cometer un atentado. El caso de Mouriño: apenas el viernes anterior había estado comiendo en un muy conocido restaurante en la zona Roma-Condesa con un grupo de amigos: si alguien hubiera querido deshacerse del secretario hubiera sido mucho más sencillo lograrlo allí. Mouriño no era precisamente un funcionario encerrado en su oficina, diariamente estaba en lugares públicos, ¿por qué entonces buscar un mecanismo tan bizarro como alterar el equipo de un avión con el fin de asesinarlo? Pero, ¿había alguna razón para eliminar a Mouriño? La verdad, no: se podría discrepar o no con él, incluso los rumores sobre su ida a Campeche como candidato a gobernador o a diputado estaban a la orden del día, ¿cuál hubiera sido el objetivo o el mensaje para eliminarlo?
Sí era mucho más delicada la situación de seguridad de José Luis Santiago Vasconcelos, quien tenía precio entre los cárteles de la droga por la notable labor que desarrolló en contra del crimen organizado a lo largo de casi cuatro lustros. Pero José Luis , un buen amigo que ya había sufrido atentados, era un hombre que tomaba precauciones pero en su nueva responsabilidad tampoco tenía un dispositivo de seguridad mayor que el de cualquier funcionario de su nivel. Un ejemplo: comimos unos días antes de su muerte en un restaurante y nos quedamos platicando muchos minutos en pleno Paseo de la Reforma: cualquiera, decidido a hacerle daño, podría haberlo hecho. Una vez más, ¿por qué hacerlo de una forma tan compleja y bizarra? Porque el avión no explotó en el aire, no recibió ataque alguno: ¿de dónde sacan personajes como José Antonio Sánchez Ortega que fue derribado el avión por un misil?, ¿con base en qué pruebas, qué testimonios técnicos verídicos y confiables? En ocasiones la conspiración no es la que se da para fingir que un atentado se vea como un accidente; a veces la conspiración se da para convertir un accidente en atentado. Y resulta más creíble.

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