Al mediodía de este domingo 18 de marzo - IV de Cuaresma-, Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y los peregrinos congregados en la plaza de San Pedro.
Al término del rezo el papa se dirigió en su idioma a los distintos grupos lingüísticos.
A los de habla castellana les dijo: "Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo del Pontificio Colegio Mexicano de Roma, así como a los fieles provenientes de Tarragona, Ferrol y Madrid, y los exhorto a dirigir su mirada a Jesucristo, que levantado como estandarte en medio del mundo, es causa de salvación para el género humano".
Al mismo tiempo pidió que se rece por su próximo viaje: "Suplico oraciones por mi próximo viaje apostólico a México y Cuba, donde tendré la dicha de ir dentro de unos días para confirmar en la fe a los cristianos de esas amadas naciones y de toda Latinoamérica. Invito a todos a acompañarme con su cercanía espiritual, para que en esta visita pastoral se cosechen abundantes frutos de vida cristiana y renovación eclesial, que contribuyan al auténtico progreso de esos pueblos. Encomiendo esta peregrinación a la Santísima Virgen María, que en aquellas benditas tierras recibe los nombres entrañables de Guadalupe y la Caridad".
Palabras del papa
¡Queridos hermanos y hermanas!
En nuestro camino hacia la Pascua, hemos llegado al cuarto domingo de Cuaresma. Es un camino con Jesús a través del "desierto", es decir, un período para escuchar más la voz de Dios y también para desenmascarar a las tentaciones que hablan dentro de nosotros. En el horizonte del desierto se vislumbra la Cruz. Jesús sabe que esa es la culminación de su misión: en efecto, la cruz de Cristo es la cumbre del amor, que nos da la salvación. Él mismo lo dice en el Evangelio de hoy: "Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna" (Jn. 3,14-15). La referencia es al episodio en el que, durante el éxodo de Egipto, los judíos fueron atacados por serpientes venenosas y muchos murieron; entonces Dios ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un asta: si alguno era mordido por las serpientes, mirando la serpiente de bronce, era sanado (cf. Nm. 21,4-9).
Incluso Jesús será levantado sobre la cruz, para
que todo el que se encuentre en peligro de muerte a causa del pecado,
dirigiéndose con fe a Él, que murió por nosotros, sea salvado. "Porque
Dios --escribe san Juan--, no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn. 3,17).
San Agustín comenta: "El médico, por lo que
le concierne, viene a curar al enfermo. Si uno no sigue las prescripciones del
médico, se arruina a sí mismo. El Salvador vino al mundo... Si tú no quieres
ser salvado por él, te juzgarás por ti mismo" (Sul Vangelo di Giovanni,
12, 12: PL 35, 1190). Así pues, si infinito es el amor misericordioso de Dios,
que ha llegado al punto de dar a su Hijo único como rescate de nuestra vida,
grande es también nuestra responsabilidad: cada uno, por tanto, debe reconocer
que está enfermo para poder ser sanado; cada uno debe confesar su propio
pecado, para que el perdón de Dios, ya dado en la Cruz, pueda tener efecto en
su corazón y en su vida. San Agustín escribe: "Dios condena tus pecados; y
si tú los condenas, te unes a Dios... Cuando comienzas a detestar lo que has
hecho, entonces comienzan tus buenas obras, porque condenas tus malas obras.
Las buenas obras comienzan con el reconocimiento de las malas obras"
(ibid., 13: PL 35, 1191).A veces, el hombre ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus pecados. Sin embargo, sólo abriéndose a la luz, y sólo confesando con franqueza las propias culpas a Dios, es que se encuentra la verdadera paz y la verdadera alegría. Es importante, entonces, acercarse al sacramento de la penitencia con regularidad, especialmente en la Cuaresma, para recibir el perdón del Señor y fortalecer nuestro camino de conversión.
Queridos amigos, mañana celebraremos la fiesta de san José. Agradezco sinceramente a todos aquellos que me recordarán en la oración, en el día de mi onomástico. En particular, les pido que oren por el viaje apostólico a México y Cuba, que haré a partir del próximo viernes. Confiémoslo a la intercesión de la bienaventurada Virgen María, tan amada y venerada en estos dos países que visitaré.
Traducción del original italiano por José Antonio Varela V.
Fuente: agencia Zenit
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