Las horas
bajas de Hollande/Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.
La
Vanguardia, 2 de junio de 2013
El cielo
sigue oscureciéndose para el presidente francés François Hollande en su
vertiente económica y social un año después de su llegada al Elíseo. En el
terreno del desempleo se ha batido un nuevo récord: ya hay 3.260.000 parados en
Francia, lo que supone un incremento del 12% en un año. Los más afectados por
el paro son los menores de 25 años, cuando François Hollande había hecho de la
juventud una prioridad. Muchos de los que tienen un trabajo lo tienen en
precario y con serios problemas para proyectarse hacia un futuro mejor.
François Hollande ve comprometida su promesa de invertir la curva del paro
antes de que acabe el 2013, especialmente porque no se ha conseguido
crecimiento económico, principal motor del empleo.
El
porcentaje de crecimiento para este año será nulo. El déficit comercial de
Francia está cercano a los 80.000 millones de euros. El déficit presupuestario
no bajará del 3%, como exigen las reglas europeas, antes del 2015. Existe una
diferencia de deducciones obligatorias respecto al PIB: 46% en Alemania, 57% en
Francia. En estas condiciones la Comisión Europea ha enviado un cierto número
de recomendaciones a los dirigentes franceses. Reducir el déficit
presupuestario, reformar la organización territorial para economizar, reformar
el sistema de jubilaciones, reducir el coste del trabajo, rebajar el coste de
los gastos en sanidad, abrir las profesiones regladas a la competencia,
reformar la prestación de desempleo, etcétera.
François
Hollande reaccionó enérgicamente declarando que la Comisión “no tiene que
dictarnos lo que tenemos que hacer”. Juega sobre el sensible filo de la defensa
de la soberanía de Francia respecto al poder de Bruselas. Es hábil en la medida
en que incluso en Francia, país en el origen de la construcción europea y donde
el sentimiento preeuropeo siempre ha sido muy fuerte, existe una desconfianza
cada vez mayor respecto de las instituciones europeas. Europa ya no es vista
como un motor de crecimiento o de protección social sino como una empresa de
desregulación que quiere anular los derechos sociales adquiridos.
De hecho
Bruselas no hace más que imponer el respeto a las reglas fijadas por los
propios estados miembros. Pero cuanto más Bruselas da la sensación de que dicta
la marcha a seguir, tanto más los gobiernos se ven debilitados respecto a sus
propias opiniones públicas.
Pese a un
ligero repunte este pasado mes de mayo, François Hollande ha batido récords de
impopularidad. Los franceses le votaron bajo el eslogan “El cambio es ahora”
pero no han visto ningún cambio en los asuntos más importantes: el empleo y la
capacidad adquisitiva. Las reformas sociales como el “matrimonio para todos”
han dividido profundamente al país entre los que están a favor y en contra y
sólo responden a las aspiraciones de una parte del electorado de Hollande.
El
presidente, sin embargo, no quiere esconder la cabeza. Opina que está llevando
a cabo reformas difíciles que permitirán que Francia reencuentre la
competitividad. Más que a las encuestas, mira el calendario. Las elecciones
municipales y europeas no deberían ser un fracaso en el 2014 para el Partido
Socialista en el poder. Pero Hollande tiene su cita marcada en el 2017, fecha
de la próxima elección presidencial. Espera que la situación económica de
Francia empiece a mejorar a partir del 2015 y obtener los beneficios en la cita
electoral. Sus seguidores recuerdan que cuando llegaron al poder existía una
gran inestabilidad en la zona euro, que se ha fortalecido una nueva forma de
solidaridad y que, si no todo está arreglado, la zona euro se ha estabilizado.
Mientras que Alemania ve en la zona euro un centro y una periferia en la que
sitúa a los países mediterráneos, Francia aboga por una integración solidaria.
Se trata de que Francia sea un Estado tampón entre Alemania y los países del
sur para lograr la convergencia de quienes están en la periferia. Los
partidarios de Hollande opinan que Sarkozy cometió un gran error eximiéndose de
las reglas presupuestarias en el 2007-2008, incluso antes del estallido de la
crisis financiera, lo que afectó a la credibilidad de Francia respecto a
Alemania.
François
Hollande y Angela Merkel, tras un comienzo difícil, cooperan mejor juntos.
Alemania, que no puede dar la imagen de imponer su hegemonía a Europa, necesita
para ello a Francia. Pero si Francia es demasiado débil no puede hacer de
contrapeso de Alemania. Es necesario, por tanto, restaurar las capacidades
presupuestarias de Francia.
“Nicolas
Sarkozy era hipervisible pero reformó poco”, dicen los seguidores de Hollande,
quien es presentado como un reformador púdico que piensa que Francia no se
reforma mediante el miedo ni los grandes discursos. La integración solidaria
aparece como la única vía posible. Si las distancias se agrandan y la juventud
de los países del sur cree que tiene menos oportunidades que antes, Europa
estallará y ello irá en detrimento de Alemania.
Uno de
los triunfos de Hollande es también la gran división del partido de la derecha,
la UMP, tetanizado por el hecho de saber si Sarkozy volverá o no, dividido por
la batalla entre sus jefes y por el debate de saber si serán o no necesarias
alianzas con la extrema derecha.
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