Retrospectiva:
Las mentiras de
Calderón/Antonio Jáquez,
reportero
Revista Proceso, no
1639, 30/03/2008;
En su embate contra
el crimen organizado, el gobierno federal no acierta ni a dar –cuando se le
requiere– una cifra precisa sobre el número de detenidos, lo que puede verse
como una muestra más del desorden y la falta de coordinación entre las
dependencias involucradas.
La Presidencia de la
República pregona un número, la Procuraduría General de la República (PGR) y la
Secretaría de Seguridad Pública (SSP) aseguran que desconocen el dato y la
Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) aporta sus propias cifras. Los
civiles coinciden en el escamoteo de información para que no se sepa dónde
quedó la bolita: yo no sé nada, el que sabe es otro, no somos competentes, se
sinceran en jerga burocrática.
Proceso le siguió la pista a
ese juego, a partir de los números que el presidente Felipe Calderón presumió
en la Universidad de Harvard el 11 de febrero. Ahí se ufanó del cambio
prácticamente milagroso que ocurrió en México a partir de su llegada el poder,
especialmente en el ámbito del crimen organizado:
“Cuando tomé posesión
hace poco más de un año la situación era completamente diferente y demasiado
complicada… El crimen organizado parecía más poderoso y amenazante que nunca
antes, pues tenía control de varias partes del territorio mexicano. Tuvimos que
enfrentar al crimen y lo hicimos sin vacilación y con la fuerza total del
Estado. Empezamos operaciones con la participación del Ejército, la Marina, así
como de las fuerzas policiacas federales y locales. Tomamos control de todos
esos territorios… Los golpeamos, y los golpeamos muy duro”.
Por ejemplo, dijo
Calderón, “capturamos a más de 22 mil personas vinculadas con actividades
criminales. Así mismo, confiscamos las cantidades más grandes de cocaína en un
solo operativo, es decir, 24 toneladas en Manzanillo. Otro récord mundial es el
decomiso que hicimos en efectivo proveniente de las drogas, en una sola casa,
en un solo operativo: 205 millones de dólares en efectivo. Extraditamos a
Estados Unidos a más de 100 jefes del narcotráfico y, para darles una idea, este
año confiscamos más de mil millones de dosis personales de drogas en México.
Sabemos que ésta será una larga y costosa guerra. Necesitamos gastar mucho
dinero, y tendrá que pasar mucho tiempo. Además, también sabemos que son muchas
las vidas que se perderán”.
Proceso solicitó entonces a
Presidencia, a través de la Unidad de Enlace, que precisara estos datos: qué
tipo de delitos cometieron esas “22 mil personas”, fecha y lugar donde fueron
capturadas, sitio en el que se encuentran recluidas, número de arrestados
sometidos a proceso judicial, número de sentenciados y número de militares (con
nombre y rango) que forman parte de ese grupo de personas capturadas.
Presidencia se
declaró “no competente” para atender esa solicitud de información y, citando leyes diversas,
remitió al solicitante a la SSP, PGR y Sedena. Proceso se dirigió a
dichas dependencias. Seguridad Pública respondió:
“En atención a su
solicitud, le comunicamos la inexistencia de la información solicitada, toda vez que en los
archivos del sector central de esta Dependencia, no existe documento que
contenga dicha información. Así mismo, es pertinente notificarle que la
inexistencia de la información solicitada, ha sido confirmada en términos del
artículo 46 de la Ley de la Materia, con la resolución emitida sobre este
particular por nuestro Comité de Información”.
A falta de datos, la
SSP optó por “brindar una adecuada orientación”: la información que solicita
–puntualizó– “corresponde a atribuciones y funciones de la Procuraduría General
de la República, toda vez que dicha dependencia, a través de la Agencia Federal
de Investigación, se encarga de conducir y coordinar políticas y métodos de
análisis táctico de la información sobre delincuencia organizada, para generar
una base de datos que permita identificar a personas, grupos, organizaciones,
zonas prioritarias y modos de operación, que se vinculen con los diversos
delitos, con el fin de combatir la comisión de los mismos, por lo que le
sugerimos dirigirse a dicha instancia…”
En su turno, el 5 de
marzo la PGR respondió que “la información que requiere no se encuentra en el
ámbito de las atribuciones de esta institución”. Y ofreció una salida magistral: “se le
sugiere acudir a la Oficina de la Unidad de Enlace de la Presidencia de la
República… es la dependencia competente para atender su solicitud de acceso”.
El 19 de marzo, la
dependencia con más fama de cerrazón, la Sedena, dio la mejor respuesta:
“Después de realizar
una exhaustiva búsqueda en los archivos del Estado Mayor de esta secretaría,
únicamente se encontró información referente a 4 mil 763 personas que fueron
detenidas en flagrancia por delitos contra la salud y violación a la Ley
Federal de Armas de Fuego y Explosivos, así como los lugares y fechas de su
detención, durante el período del 1 de diciembre de 2006 al 2 de marzo de
2008”.
Un anexo de la Sedena
sobre los lugares en que se realizaron los arrestos confirma la presencia
nacional del crimen organizado, si bien los operativos en su contra se
acentuaron en Sonora, Tamaulipas, Michoacán, Sinaloa y Chihuahua, sobre todo en
municipios como Caborca, Guaymas, Altamira, Matamoros, Valle Hermoso,
Aguililla, Culiacán, Apatzingán, Los Mochis y Samalayuca.
Extrañamente, las
dependencias del Gabinete de Seguridad habían dado cifras en materia de detenidos.
Reunidos en la Secretaría de Gobernación el 31 de agosto, los titulares de
Sedena, Marina, PGR y SSP ofrecieron cuentas alegres.
Reforma señaló que “las
cuentas de la PGR no salen”: según su titular, Eduardo Medina Mora, hubo 12 mil
344 detenidos en nueve meses, pero un reporte de esta dependencia, obtenido por
ese diario mediante la Ley de Transparencia, indica que el mayor número de
detenidos en los últimos siete años se dio en 2005: 8 mil 422 personas.
El mismo Medina Mora
aportó en esa ocasión el dato más revelador: de los 12 mil 344 detenidos, sólo
326 recibieron formal prisión, es decir menos del 3 por ciento.
Las cifras de
Calderón en Harvard no parecen cuadrar con las que dieron en septiembre: si en nueve meses
hubo poco más de 12 mil detenidos, quiere decir que en cinco meses se logró
detener a otras 10 mil. Todo un récord, que explicaría, al menos en parte, el
“complicado” México de antes (es decir el que gobernó Vicente Fox) y el país
“absolutamente diferente” en el que vivimos hoy, según Calderón.
Sergio Aguayo, académico de El
Colegio de México y presidente de Fundar –centro de análisis pionero en la
investigación aplicada– comenta que no se explica la disparidad de las cifras
sobre el número de detenidos:
“Lo que he podido
observar es que las cifras de Sedena siempre son mucho más bajas que las que da
Presidencia, tanto en materia de arrestos como en otros referentes sobre el
crimen organizado, desde el sexenio de Fox”. Cita el caso de los efectivos
enviados a diversas entidades: “Los números de la Sedena son muy distintos a
los de Presidencia, quizá porque a ésta le interesa más impactar a la opinión
pública. Además, es evidente que las cifras sobre detenidos se inflan porque
incluyen en su mayoría a consumidores, por eso también hay muy pocos
consignados”.
La disparidad de
cifras, señala, es en todo caso un indicativo de la falta de coordinación entre
las instituciones que combaten el crimen organizado “y de la incapacidad del
Estado para generar inteligencia”.
Puntualiza: “El
gobierno federal se coordina mejor con el exterior, en particular con Estados
Unidos y Colombia, que con los gobiernos estatales y municipales. Esta
coordinación con agencias foráneas ha contribuido a que el gobierno federal
haya dado algunos buenos golpes a varios cárteles”.
***
En Chihuahua, el
imperio criminal
Manuel E. Aguirre, reportero
Revista Proceso,
No. 1639, 30/03/2008;
La guerra que libran
los cárteles de Sinaloa y de Juárez en el estado de Chihuahua, que sólo en este
año ha ocasionado más de 180 ejecuciones, se está extendiendo a ámbitos como
internet y responde con asesinatos a los desplegados del gobierno. De acuerdo
con testimonios públicos, “los grandes de la droga operan en sus búnkers,
coludidos y protegidos cuando menos por una parte del poder (…) viven
plácidamente en los mejores centros residenciales, se divierten como sultanes y
juegan golf los domingos (…) a ellos no los alcanza ningún brazo del Estado”.
CHIHUAHUA, Chih.-
Ningún jefe de los cárteles de Sinaloa y de Juárez ha sido aprehendido o sufrido
algún atentado, pero la guerra que libran entre sí ha ocasionado más de 180
asesinatos este año y colocado a Chihuahua como la entidad con mayor número de
ejecuciones, por encima de Baja California, Sinaloa y Tamaulipas.
Entre las bajas hay
una veintena de policías municipales, dos funcionarios de la Policía
Ministerial del estado y dos oficiales del Ejército Mexicano: un capitán de
Inteligencia Militar acribillado en Ciudad Juárez y otro capitán que, el pasado
7 de marzo, cayó abatido durante un enfrentamiento con narcotraficantes en la
ciudad de Chihuahua.
Los mismos actores de
la batalla –encabezados por Joaquín El Chapo Guzmán (cártel de Sinaloa) y por
Vicente Carrillo Fuentes (cártel de Juárez)– han procurado identificarse, como
lo hizo el primero de ellos horas después de asesinar al funcionario
ministerial Ricardo Chacón, dejando en los pasillos de la Subprocuraduría de
Justicia una corona mortuoria con el siguiente mensaje:
“Para los que no
creyeron, siguen sin creer y que siguen apoyando al tristemente célebre y en
decadencia cártel de Juárez, les puede pasar lo mismo que a Chacón.”
Aquel 26 de febrero,
a las 7:50 horas, a unos pasos de la Subprocuraduría de Justicia Zona Centro,
había sido muerto con ráfagas de “cuerno de chivo” el subcoordinador regional
de la Policía Ministerial Investigadora, Ricardo Chacón Ruiz de la Peña,
sin que intervinieran las decenas de agentes ministeriales que a esa hora
cambiaban de turno ni los policías preventivos y de vialidad que recorrían la
zona.
Por la noche,
miembros del cártel de Sinaloa dejaron la corona y el mensaje referidos en los
pasillos de la propia Subprocuraduría, mencionando el apellido de aquel
funcionario que, según la procuraduría del estado, “siempre contó con el
respaldo de sus superiores” y que, de acuerdo con fuentes extraoficiales,
mantenía relaciones con la Agencia Antidrogas Estadunidense (DEA).
Un mensaje similar
había sido dejado semanas atrás en Ciudad Juárez, junto con una lista de
agentes y comandantes municipales que poco después serían igualmente
ejecutados.
No habían pasado ni
dos semanas del asesinato de Chacón cuando también murió acribillado en esta
capital el subcoordinador Regional para la Zona Norte –con sede en Ciudad
Juárez– de la Policía Ministerial Investigadora, Mario Domínguez García, quien
el día del atentado se hallaba “de vacaciones”.
Domínguez García
había relevado semanas antes a Fernando Lozano Sandoval, quien igualmente había
sido víctima de otro atentado el 22 de enero y hoy continúa internado en un hospital
de El Paso, Texas, por las graves heridas que sufrió.
El propio Fernando
Lozano, a su vez, había sustituido un año antes a Arturo Nassar Contreras luego
de que éste fue ejecutado por los narcotraficantes.
Tras el asesinato de
Mario Domínguez, supuestos miembros del cártel de Sinaloa extendieron la guerra
al ámbito mediático, pues subieron a internet información que exhibe a los
operadores de Vicente Carrillo Fuentes, los responsabiliza de un gran número de
crímenes –les achaca incluso el de Mario Domínguez como “un colaborador que ya
no les servía”– e involucra en actos de corrupción a la procuradora de
Justicia, Patricia González Rodríguez, y al gobernador del estado, José Reyes
Baeza.
Aunque no existen
cifras ni siquiera aproximadas de las bajas que ha tenido cada bando en esta
conflagración, la Procuraduría General de Justicia del Estado ha informado
oficialmente que han sido ejecutadas 181 personas del 1 de enero al 26 de marzo
de este año.
En esos cálculos se
incluyen los asesinatos de los dos jefes ministeriales referidos, los
directores de Seguridad Preventiva en Ciudad Juárez y Parral, cuatro elementos
de la Secretaría de Seguridad Pública estatal, cinco agentes de Vialidad y casi
una veintena de policías municipales.
Pero sólo por lo que
se refiere a la Policía Ministerial ya suman 13 los agentes y comandantes
asesinados de enero de 2007 al 25 de marzo de 2008.
Y aunque dentro de
sus cuentas la Procuraduría General de Justicia del Estado considera que en la
zona de Ciudad Juárez se han producido este año 36 ejecuciones, ha habido
alrededor de 130 homicidios relacionados con disputas entre pandillas por
territorios dedicados al narcomenudeo.
Los operativos
Entre el 10 de
febrero y el 8 de marzo pasados, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena)
informó sobre varios operativos en los que fueron “reventadas” varias casas de
seguridad de los cárteles en Ciudad Juárez y la capital del estado, así como
del decomiso de dos toneladas de mariguana en el municipio rural de Namiquipa.
En un comunicado oficial
del 17 de febrero, la Sedena reportó que, un día antes, fueron sorprendidos 21
individuos “en una casa de seguridad que era utilizada por la organización
delictiva denominada cártel de Juárez”.
Esa finca, ubicada en
la calle Oregón número 59 del fraccionamiento Campestre Arboleda, de Ciudad
Juárez, era usada para preparar paquetes de cocaína con el fin de venderlos al
menudeo. Hallaron 13 mil 170 dosis listas para ser distribuidas, otros dos
kilos de la droga que estaban ya preparados para el “corte”, 760 gramos de
mariguana, 10 fusiles “cuernos de chivo” con dos cargadores cada uno, tres
vehículos sin placas de circulación, 11 radios portátiles, 23 básculas y varios
juegos de ropa camuflada y/o con logotipos de la AFI.
Días más tarde, el 20
de febrero, en otro operativo realizado también en Ciudad Juárez luego de una
“llamada anónima”, el Ejército dio con una casa de seguridad donde se ocultaban
ocho supuestos sicarios que presumiblemente habían ejecutado a más de 60
personas en dos años: Martín Salas Martínez, Ricardo Ramírez García, Lorenzo
Chacón, Santos Javier Ledesma Sánchez, Manuel Padilla Roguero, César Vizcaíno
Amaro, Juan Domingo Muñoz Argüello y Víctor Manuel Argüelles Pérez.
En un comunicado
difundido el 21 de febrero, la Sedena aseguró que se trataba de “individuos
integrantes de la organización delictiva conocida como Arellano Félix y/o La
Línea”. Ellos tenían en su poder cuatro rifles AK-47, dos pistolas calibre 9
milímetros, más de mil cartuchos, máscaras antigas, máquinas contadoras de dinero,
77 radios de comunicación y cuatro vehículos.
El 29 de febrero fue
“reventada” otra casa de seguridad –ésta en Lomas de San José–, donde se detuvo
a dos presuntos miembros del cártel de Juárez que custodiaban 2.7 toneladas de
mariguana.
El 8 de marzo, en
otro operativo del Ejército, varios de sus oficiales se enfrentaron con al
menos 12 miembros del cártel de Juárez en una colonia de la capital del estado
donde disponían de una casa de seguridad. Durante una balacera, que se prolongó
tres horas, murieron seis miembros de la organización criminal y también un
capitán del Ejército.
Desplegados y
narcorréplicas
El gobierno del
estado de Chihuahua empezó a fijar posiciones públicas sobre la violencia desde
el pasado 23 de enero, cuando hizo publicar un desplegado.
“La ola de violencia
que se ha presentado en el país es una respuesta a la ofensiva iniciada por el
gobierno de la República contra el crimen organizado”, decía para comenzar.
“En el estado de
Chihuahua –puntualizaba– los atentados y ejecuciones que se han presentado
obedecen al trabajo realizado en los diversos operativos que se despliegan por
fuerzas federales, estatales y municipales.”
Y remataba:
“Coincidimos con el presidente Felipe Calderón, quien en la XXII sesión del
Consejo Nacional de Seguridad Pública, el 9 de enero pasado, advirtió
puntualmente sobre este tipo de represalias frente a la lucha contra el
narcotráfico, y determinó enfrentar este reto cueste lo que cueste, porque el
futuro de nuestros hijos está en riesgo”.
La réplica del crimen
organizado no tardó ni 15 días. El 5 de febrero fueron acribillados en calles
de Ciudad Juárez dos agentes de la Secretaría de Seguridad Pública estatal.
Vino entonces un
nuevo desplegado gubernamental:
“Estos atentados
contra los cuerpos de seguridad pública del estado –asentó– son producto del
trabajo coordinado que vienen realizando las corporaciones de los tres órdenes
de gobierno en contra de la delincuencia organizada. Se continuarán estos
operativos conjuntos aun y cuando el costo humano y riesgo que se tiene es
alto.”
Fue después de este
mensaje cuando cayeron ejecutados los dos comandantes regionales de la Policía
Ministerial, Chacón Ruiz y Domínguez García.
Por eso el 16 de
marzo se emitió un tercer desplegado, en esta ocasión firmado, además, por el
gobernador de Chihuahua, José Reyes Baeza; por los funcionarios responsables de
la seguridad estatal; por la delegación de la PGR, y por los 67 presidentes
municipales de la entidad.
“La delincuencia
organizada ha respondido a esta cruzada de los niveles de gobierno por la
legalidad, con una escalada de violencia en contra de las corporaciones
policiacas que han actuado en cumplimiento de su deber, pero también tratando
de desacreditar la integridad de funcionarios, gobernantes e instituciones para
minar su credibilidad social y crear confusión entre la población”, asentaba la
publicación.
Sin embargo, en una
“carta abierta” dirigida el pasado 22 de marzo al secretario de la Defensa Nacional,
Guillermo Galván Galván, el exdiputado local perredista y exdirigente estatal
de ese partido, Jaime García Chávez, dice al general que “…los muertos son
desconocidos al igual que los aprehendidos (…) a ningún capo de medio pelo se
le echó el guante (…) los grandes de la droga operan en sus búnkers, coludidos
y protegidos cuando menos por una parte del poder, al igual que altos políticos
y financieros inodados internacionalmente con el crimen organizado. Viven
plácidamente en los mejores centros residenciales, se divierten como sultanes y
juegan golf los domingos (…) a ellos no los alcanza ningún brazo del Estado”.
Sinaloa: los
desaparecidos
Gloria Leticia Díaz,
reportera.
Revista Proceso, No.
1639, 30/03/2008;
El Operativo México
Seguro no sólo sigue mostrando su ineficacia en Sinaloa, entidad que,
paradójicamente, está más insegura que nunca. Este conjunto de acciones de las
fuerzas federales contribuyó al recrudecimiento de la violencia, ahora
imparable, y fomentó en particular los levantones o desapariciones de personas,
con el agravante de que en estos actos toma parte no sólo el narcotráfico sino,
presumiblemente, las propias fuerzas federales.
CULIACÁN, SIN.- La
violencia ha trastocado la vida cotidiana en esta entidad, sobre todo desde que
el gobierno de Felipe Calderón emprendió sus operativos contra el narcotráfico.
Las cifras son
elocuentes: del 1 de diciembre de 2006 a la fecha han muerto más de 400
sinaloenses en hechos relacionados con el crimen organizado. Tan sólo en la
Semana Santa hubo 27 ejecuciones, incluidos dos multihomicidios en Culiacán,
ocurridos entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección. Y el jueves 27,
en Badiraguato, un enfrentamiento entre soldados y un grupo armado dejó seis
muertos, dos de ellos militares.
En este agitado
escenario, el pasado 22 de enero fue levantado José Luis Ramírez Ibarra, un
joven de 24 años. Su padre, José Luis Ramírez Meraz, explica: “Cuando
escuché decir al presidente (Felipe Calderón) que acabar con las bandas del
narcotráfico iba a costar muchas vidas, nunca pensé que se refería a gente como
mi hijo”.
La víspera, dice,
fuerzas federales sitiaron la región y capturaron a Alfredo Beltrán Leyva, El
Mochomo, operador de Joaquín El Chapo Guzmán. Según vecinos de la colonia
Prados del Sur, en Culiacán, el 22 de enero cuatro hombres que viajaban en un
automóvil Sentra blanco se le emparejaron a Ramírez Ibarra, vendedor
ambulante de plantas de ornato.
“Lo llamaron para
preguntarle por su mercancía –cuenta Ramírez Meraz– y, cuando se acercó, los
sujetos se bajaron para mostrarle una hoja de papel. Supongo que era una orden
de aprehensión. Quienes vieron la acción dicen que mi hijo veía el papel y les
decía: ‘Yo no soy, me están confundiendo’. Después lo esposaron y lo subieron
al vehículo”.
La familia Ramírez
Ibarra se enteró del levantón de su hijo horas después, cuando el diario local Noroeste
publicó la noticia, por lo que de inmediato acudió a la Comisión Estatal de
Derechos Humanos (CEDH) a presentar una queja, y ante las autoridades
ministeriales de Culiacán a interponer la denuncia.
Cuenta Ramírez Meraz que conocidos suyos
que trabajan en la policía intermunicipal le dijeron que los autores del
levantón eran agentes federales, lo que lo llevó a recorrer durante varios días
las oficinas de la Procuraduría General de la República (PGR) en busca del
joven. Ante su insistencia, el delegado Miguel Ángel Campos Ortiz le
permitió ingresar a los separos de la corporación.
Ahí, explica, sólo
vio a dos muchachos. Después, el delegado le dijo que hay grupos especiales del
gobierno federal que se mueven por Sinaloa sin avisarle qué hacen. “Yo quiero
pensar que (a José Luis) se lo llevaron cuando detuvieron al Mochomo (el 21 de
enero), porque en esos días estuvieron esos grupos especiales en Culiacán”.
Reitera que su hijo
no cometió ningún delito, pero que trabajó con el dueño de una purificadora de
agua, quien fue levantado hace poco y después apareció muerto en Guasave; no
sabe si su muchacho vio algo y por eso se lo llevaron.
Tras agotar sus
recorridos por las cárceles regionales y al ver que las autoridades no
avanzaban en la investigación sobre el paradero de José Luis, durante varias
semanas la familia Ramírez Ibarra realizó movilizaciones en Culiacán, así como
un plantón a las puertas de la casa del gobernador, Jesús Aguilar Padilla.
A esas movilizaciones
se sumaron los familiares de otro desaparecido, Jesús Armando Sarabia Mendívil,
de 29 años, quien es padre de dos menores (de siete y de un año) y trabajaba en
una fábrica de ladrillos. Él fue detenido en su casa el lunes 10 por presuntos
agentes de la Policía Ministerial del Estado (PME), dice su esposa, Cristina
Castañeda Alvarado.
Días antes de su
desaparición, Jesús Armando obtuvo una carta de no antecedentes penales.
Además, cuando su mujer lo buscó en las instancias judiciales locales y
federales, no había órdenes de aprehensión ni de presentación contra él.
Cristina Castañeda narra:
“A las 6 de la mañana
de ese día (lunes 10) tocaron a la puerta de mi casa y gritaron el nombre de mi
esposo. Salió descalzo y en ropa interior. Eran unos 15 hombres encapuchados,
vestidos con uniformes camuflados, quienes se fueron sobre él. Lo golpearon y
patearon hasta que quisieron.
“Cuando les pregunté
por qué se lo llevaban dijeron que mi esposo era testigo de un secuestro. Lo
subieron a una camioneta Ram blanca. En otro vehículo, una Suburban, iba otro
muchacho esposado con las manos hacia atrás, quien hasta la fecha está
desaparecido”.
El mismo día de la
detención, Cristina solicitó un amparo a favor de Jesús Armando e interpuso
denuncias ante la procuraduría estatal y la CEDH. Y aunque afirma que los
agentes del Ministerio Público le dicen que cualquier persona puede comprar
uniformes y armas para hacerse pasar por policías, “luego me dijeron que a lo
mejor mi esposo estaba arraigado y que no nos avisaban para no entorpecer la
investigación”, señala.
En respuesta a las
movilizaciones de las familias Ramírez Meraz y Sarabia Castañeda, el procurador
del estado, Luis Antonio Cárdenas Fonseca, se comprometió a resolver los
casos de José Luis y Jesús Armando y nombró como encargado especial a José
Antonio Sainz León, un agente que en 1996 estuvo al frente de las indagaciones
sobre la desaparición de tres jóvenes en la colonia Las Quintas, que aún no se
resuelve.
Cifras de miedo
En noviembre pasado,
durante la Reunión Plenaria de Secretarios de Seguridad Pública realizada en
Morelia, Michoacán, se dio a conocer un documento en el que se menciona a
Sinaloa como el estado con más ejecuciones entre diciembre de 2006 y noviembre
de 2007.
De acuerdo con ese
reporte, hasta el 8 de noviembre pasado los muertos relacionados con la
violencia sumaban 434. De éstos, 1.6% fueron policías, y el resto civiles cuyas
edades oscilan de 12 a 68 años. Un tercio de la cifra total corresponde a
personas que fueron levantadas y luego ejecutadas.
Los funcionarios
participantes en el encuentro de Morelia admitieron que no cuentan con datos
precisos acerca de las desapariciones forzadas, debido a que muchas veces los
familiares de las víctimas no hacen la denuncia correspondiente por temor a
represalias.
Al respecto,
dirigentes de organizaciones no gubernamentales en Sinaloa no tienen cifras
completas sobre la violencia en la entidad. Para el expresidente de la CEDH y
de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa, A.C. (CDDHS),
Óscar Loza Ochoa, las desapariciones forzadas “podrían ser unas 90 de 1994 a la
fecha”. Esto, dice, “sin dejar de reconocer que existe una cifra negra por el
temor de la gente a denunciar”.
Los familiares de
José Luis y Jesús Armando le plantearon sus problemas a Loza Ochoa, decano de
los defensores de derechos humanos en la entidad y autor del libro Tiempo de
espera (UAS-CEDH, 2003), en el que analiza las 42 desapariciones forzadas
ocurridas en Sinaloa durante la “guerra sucia” de 1975-1979, y de otras 51
ocurridas entre 1994-2003.
El especialista dice
que los casos de José Luis y Jesús Armando le permiten actualizar su estudio:
“Después de 2003 tengo la impresión de que disminuyeron un poco las
desapariciones forzadas, pero a partir de los operativos de México Seguro se
vuelven a crear las condiciones para que arrecie el fenómeno e inicia una
tercera etapa”.
Para el también
regidor municipal, las desapariciones forzadas se dan con participación de la
autoridad: “Así lo presumen los testigos, y también por grupos de particulares
vinculados al crimen organizado que, de acuerdo con la forma que actúan, lo
hacen con la tolerancia y connivencia de la autoridad; la impunidad no habla de
otra cosa”.
Él mismo ha tenido
desencuentros con las autoridades por sus investigaciones y su activismo, pero
admite que no ha recibido amenazas: “Sólo he sido blanco de campañas de
desprestigio por la tensión de los organismos defensores de los derechos
humanos con autoridades judiciales y militares”.
Para él, esas
campañas negativas se deben a que interviene en casos de denunciantes
relacionados con el narcotráfico, o por acudir a operativos militares en
comunidades donde residen los capos o sus familias.
El 25 septiembre de
2006 el periódico El Universal publicó una nota en la que se mencionaba
a Loza Ochoa en una lista de padrinos de la boda de Joaquín López Calderón, un
pariente suyo que purgó una pena por delitos presuntamente relacionados con el
narcotráfico. En aquella lista figuraban Javier Torres Félix, hijo del capo
Javier Torres (El JT, operador del Mayo Zambada), y Agustín Beltrán Vega.
También acudieron a aquella fiesta Raúl Meza Ontiveros y Juan Carlos Beltrán
Quintero, ambos con antecedentes penales.
Loza Ochoa sospecha
que el autor de “la intriga” fue el excomandante de la zona militar, Eugenio
Hidalgo Eddy, quien poco antes de la publicación del artículo le mostró una
copia del documento. “Me dijo que el Ejército estaba en todo, y le contesté que
entonces estaría enterado de que no acudí a esa fiesta”, dice el activista.
Población indefensa
El actual presidente
de la CDDHS, Federico Sauceda Ochoa, sostiene que otro de los problemas de esta
guerra sin cuartel que afecta a la población sinaloense es “la autocensura de
los defensores de derechos humanos para atender casos de desapariciones en los
que se presuma que estuviera involucrado el crimen organizado, particularmente
el narcotráfico”.
Y enumera los nombres
de los defensores asesinados en los últimos años cuyos casos aún están impunes.
Todos ellos eran de la CDDHS: Norma Corona, Jesús Michel Jacobo, Carlos
Gilberto Morán Cortez y Jorge Meza. También menciona a Jesús Ricardo Murillo
Monge, del Frente Cívico Sinaloense.
“No podemos ser
ajenos a esos mensajes de violencia –explica Sauceda–, además corremos el
riesgo del desprestigio o pérdida de calidad moral cuando, como organización,
damos asesoría a una persona que haya sido delincuente. Esto se debe sobre todo
a que el gobierno nos considera defensores de delincuentes”.
A su vez, el
representante del Frente contra la Impunidad, Miguel Ángel García Leyva, afirma
que el movimiento que aglutina a varias organizaciones civiles tiene
documentados 200 casos en Sinaloa, pero advierte que no todos fueron denunciados
ante las autoridades.
García Leyva agrega
que no existe un perfil socioeconómico de los afectados: “Las víctimas son de
todos los sectores sociales. Sobresale la gente muy humilde y los jóvenes,
incluso se llega a pedir rescate y no aparecen los secuestrados. Es evidente
que muchos de estos casos son parte de una estrategia de los grupos
delincuenciales de infundir terror en la población”.
Señala que la
organización a la que pertenece –la Asociación Esperanza contra las
Desapariciones Forzadas y contra la Impunidad, integrante del Frente contra la
Impunidad– se creó en Baja California en 2001 y se extendió a Sinaloa “ante la
falta de respuesta de las autoridades para resolver estos casos que se han dado
en el marco del combate al narcotráfico, y por esa circunstancia evaden su
responsabilidad, alimentando la impunidad”.
Ante esta situación,
formula su propuesta: “Creemos que deben crearse fiscalías especializadas en
abordar este problema en todo el país, porque la violencia por el combate al
crimen organizado va a durar muchos años”.
García Leyva está
organizando, para el 9 de mayo próximo, un foro al que familiares de
desaparecidos acudirán a exponer sus experiencias. El propósito es que lleguen
personas de Sinaloa, Baja California, Sonora y Chihuahua, entre otras
entidades.
Los promotores del
encuentro dicen que uno de los factores que provoca más sufrimiento en las
familias de las víctimas es la descalificación, lo mismo que las amenazas
anónimas para que abandonen la búsqueda.
**
Tamaulipas: entre dos
fuegos
La creciente
violencia desatada por los cárteles de la droga en las ciudades fronterizas de
Tamaulipas, así como la presencia de militares adscritos en esta zona al
Operativo Noreste, mantienen a la población en vilo. Y a pesar de que
empresarios locales y jefes policiacos admiten que los despliegues castrenses
son necesarios, advierten que no deben prolongarse, pues quienes pagan las
consecuencias adversas de sus acciones son los ciudadanos…
REYNOSA, TAMPS.-
Desde que en enero pasado el gobierno federal puso en marcha el Operativo
Noreste en esta entidad, la delincuencia organizada desplegó una
contraestrategia en la que los habitantes de las ciudades fronterizas son las
principales víctimas.
Así, por ejemplo,
desde hace varias semanas grupos de pistoleros del cártel del Golfo irrumpen de
manera simultánea en restaurantes y discotecas y despojan a los parroquianos de
sus pertenencias; lo mismo les quitan relojes que celulares, joyas y dinero.
Los comandos, dicen algunos testigos, suelen ir encapuchados y portar armas
largas. Visten uniformes militares o de la Agencia Federal de Investigación
(AFI) y se movilizan en varios vehículos.
También asaltan
residencias de familias adineradas de los municipios fronterizos. Las
seleccionan cuidadosamente. Gran parte de sus ataques los realizan en lugares
públicos, lo que a veces ocasiona balaceras en las calles, cuando se enfrentan
con soldados. A ello se suman los excesos de los uniformados contra la
población civil, lo que acrecienta el clima de terror en la frontera
tamaulipeca.
De hecho, algunas
ciudades llevan ya un mes en virtual toque de queda debido a que la mayoría de
las personas evitan salir por las noches. Dueños de restaurantes y de antros de
ciudades como Matamoros y Reynosa se quejan incluso de que sus ventas cayeron
entre 60 y 70% por falta de clientes.
Lo anterior ha
provocado que los jóvenes opten por cruzar la frontera para divertirse en
McAllen o Brownsville, o que se vayan de fin de semana a Monterrey, Nuevo León.
El director de la
Policía Ministerial del Estado (PME), Amarante Miranda Morato, reconoce que
desde que se incrementó la presencia militar en esta frontera los hechos
delictivos no sólo se dispararon, sino que la delincuencia adoptó un patrón más
agresivo y de mayor impacto en la sociedad.
Las lecturas que se
dan a los ataques contra la población, dice, van en dos sentidos: por una
parte, se considera que el crimen organizado pretende exhibir la inoperancia de
las estrategias federales para combatirlos, y, por otra, que quiere recuperar el
dinero perdido por los decomisos de droga y armas que ha efectuado el Ejército,
así como por las dificultades que enfrenta para cruzar cargamentos debido a la
presencia de soldados en los puentes internacionales.
Los ataques de los
comandos son “una forma de decirle al operativo federal: no sirves”, interpreta
otra fuente policiaca consultada por Proceso que pidió el anonimato. “Ése
–puntualiza– es un mensaje que le están enviando a la población para que acabe
por considerar que la presencia del Ejército en las calles no le sirve”, y
además fomentan el descontento popular hacia los militares.
El dirigente de la
Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) en la región noreste
del país, Jorge Pensado Robles, señala que en esta zona la población vive una
situación ambivalente. Por un lado, dice, la mayoría de los ciudadanos están de
acuerdo con la presencia militar porque se sienten más seguros; pero por otro,
se quejan debido a que están en medio de esta guerra que el gobierno federal declaró
a los cárteles de la droga, y son ellos quienes resienten los castigos de los
grupos de pistoleros al servicio del narcotráfico.
Advierte que hay un
clima de confusión creado por los mismos grupos delictivos, pues cuando atacan
visten uniformes militares y de la AFI. Además, las manifestaciones ciudadanas
de protesta, así como las quejas por los abusos contra los operativos
federales, son manipuladas. “La gran mayoría están orientadas a desprestigiar a
los militares y a tener bases para exigir que éstos regresen a los cuarteles”,
afirma Pensado Robles.
¡Todos al suelo!
El director de la
PME, Amarante Miranda, refiere que en las últimas semanas se recibieron unas 20
denuncias formales sobre la irrupción de comandos en residencias de los
municipios de Reynosa, Matamoros, Río Bravo y Miguel Alemán, y otras dos sobre
incursiones similares en restaurantes de Reynosa.
Comenta que cuando, a
mediados de enero, el Ejército procedió al desarme de todos los policías
preventivos de los municipios fronterizos, los grupos delictivos “hicieron su
fiesta” en Matamoros, pues en una sola noche se denunciaron 45 robos contra
establecimientos comerciales, depósitos y personas en la calle.
La PME sólo recibió
denuncia formal de dos asaltos a restaurantes, pero se registraron más casos.
En Nuevo Laredo, por ejemplo, la noche del 19 de enero comandos de sicarios
atracaron de manera simultánea cuatro bares.
El caso más sonado
fue el asalto masivo que cometieron contra cientos de personas que se
encontraban en El Silverado, salón de baile de música grupera de esa ciudad.
Hombres vestidos de militares sorprendieron a los concurrentes y, al tiempo que
les apuntaban con armas AK-47 y R-15, les gritaron: “¡Todos al suelo!”.
“A una muchacha la
desnudaron, y a todos nos empujaron y nos obligaron a tirarnos al suelo, todos
amontonados. A varios los encañonaron y los golpearon; había muchas mujeres en
crisis. Fue algo horrible, creíamos que nos iban a matar”, cuenta una de las
víctimas del atraco.
En los días
siguientes, los sicarios pusieron en práctica otra operación: entraron de
manera simultánea en casas de agentes aduanales de Nuevo Laredo y las
saquearon.
En Reynosa hubo
asaltos similares en restaurantes concurridos como Chili’s, El Papalote, Sierra
Madre, Applebee’s, Rico’s Bar y La Fogata. Sólo los clientes del Chili’s
presentaron denuncia.
El pasado 25 de
febrero, el priista César Humberto Issasi Cantú, excandidato a la Presidencia
Municipal, denunció ante las autoridades que un grupo de hombres vestidos de
negro que dijeron ser agentes de la AFI se metieron a su casa para robar.
Aseguró que los sujetos lo amagaron con armas largas y cortas obligándolo a
abrir la caja fuerte, de la cual sustrajeron 3 mil dólares en efectivo, monedas
de oro, relojes y otras joyas.
Por esos días, Mario
López Villarreal, propietario del local de pollos Buenos Aires, denunció que un
grupo de encapuchados secuestraron el 24 de febrero a dos de sus trabajadores,
a quienes golpearon y obligaron a que les dieran la combinación de la caja
fuerte, de donde se llevaron 100 mil pesos.
Y el 26 de febrero,
Carlos Manuel Anda denunció que su padre, Héctor Anda Ríos, propietario de la
casa de cambio Drive In y excomandante del desaparecido Resguardo Aduanal
Mexicano, fue secuestrado por un comando de hombres armados vestidos con
uniformes similares a los de los agentes de la AFI. Días después Anda Ríos fue
liberado.
Abusos de militares
Respecto a los
atropellos de militares contra la población civil, en la Procuraduría General
de Justicia del Estado han sido presentadas alrededor de 20 querellas por ese
motivo.
Sergio Meza Varela
murió en Reynosa el pasado 16 de febrero cuando un grupo de soldados le disparó
desde un retén. Y José Antonio Barbosa, conductor del auto en el que viajaba
Meza, resultó herido porque se negó a detener el vehículo en el puesto de
revisión, pues los militares lo acusaban de portar unos cigarros de mariguana.
El homicidio de Meza
causó tal indignación que sus familiares y amigos, acompañados de cientos de
reynosenses, llevaron el féretro hasta el edificio de la Presidencia Municipal
para exigir el retiro de los militares.
Los excesos de los
soldados también causaron molestia al Episcopado Mexicano, que presentó una
queja porque el sacerdote Guadalupe Barbosa Cruz y tres de sus colaboradores
fueron golpeados por militares la madrugada del 17 de febrero.
Según la denuncia, el
padre Barbosa y sus acompañantes viajaban en una camioneta Lobo 2007 con
vidrios polarizados por la carretera de Valle Hermoso a San Fernando, cuando se
toparon con unos soldados que acababan de tener un accidente. Los uniformados
detuvieron el vehículo, bajaron a los ocupantes y los empezaron a golpear. Al
parecer, el accidente fue provocado por un joven en estado de ebriedad que
chocó por la parte trasera a una camioneta que llevaba en la caja a varios
soldados, los cuales resultaron heridos al salir expulsados de la unidad.
El jefe de la PME,
Amarante Miranda, manifiesta que en este caso todo indica que los militares se
sintieron atacados al creer que el accidente se debió a una emboscada de
narcotraficantes, por lo que sometieron al joven que lo provocó, a agentes de
tránsito y a los conductores que pasaron en ese momento por el lugar.
Otro de los
incidentes que causó protestas entre la población fue cuando dos trabajadores
del periódico La Prensa de Reynosa, Martín Mendo Cantú y Eleazar Vaquera
Herrera, murieron calcinados luego de que el vehículo en el que se dirigían a
sus casas fue impactado por otro que era perseguido por policías federales.
El descontento social
ha crecido al grado de que tanto en Reynosa como en Matamoros se han realizado
marchas con la participación de taxistas, prostitutas, meseros de bares y
restaurantes, así como colonos. Su demanda es que los militares se retiren del
estado.
Julio Almanza,
vicepresidente de la Federación de Cámaras de Comercio en la Región Fronteriza,
plantea: “Sabemos que esto es una guerra que tiene el gobierno federal y que
todo mundo tiene que sacrificar algo… Nosotros estamos poniendo nuestra parte”.
Y se refiere a las
bajas ventas que ha resentido el comercio fronterizo por la ausencia de
turistas, así como a la reducción de horarios de negocios nocturnos, como
discotecas, bares y restaurantes. Pese a ello, dice que la población se siente
más segura por la presencia militar.
Pero también
advierte: “Lógicamente, si el gobierno federal mantiene esta presencia militar
de manera permanente, va a haber problemas sociales; si el operativo se
prolonga, la sociedad va a sacrificar gran parte de su libertad y su
tranquilidad, pero después será la economía de la frontera la que resienta (los
efectos)”.
Por lo pronto, el
viernes 14 de marzo se verificó otro despliegue militar: 2 mil 300 soldados, la
mayoría encapuchados, llegaron vía área y terrestre a las ciudades fronterizas
tamaulipecas para hacer frente al contraataque del cártel del Golfo.
“A nosotros lo que
nos gustaría es que no fuera tan fuerte esa presencia militar ni tan
ostentosa”, reitera Almanza.
**
Los
narcocementerios
Manuel E. Aguirre
CHIHUAHUA, CHIH.-
Varias fosas clandestinas, en las que miembros del crimen organizado tenían
sepultadas a 49 personas, entre ellas tres mujeres, han sido descubiertas en lo
que va del año en Ciudad Juárez y en esta capital.
La primera fue
localizada en el patio trasero de una vivienda ubicada en la calle Luz Villa
1201, colonia Veteranos, de esta ciudad.
En el boletín 027/08
del pasado 18 de enero, la Procuraduría General de la República (PGR) informó
que la finca está “relacionada con el cártel de Juárez” y que ahí localizó seis
cadáveres.
Entre esos cuerpos
estaban los de dos agentes de la Secretaría de Seguridad Pública estatal y uno
de Vialidad de esta capital.
Los dos primeros,
Jorge Anchondo y Jesús Morales, fueron levantados en diciembre de 2006 en la
misma ciudad. Según las autopsias que llevaron a cabo peritos de la
Procuraduría General de Justicia de la entidad, ambos policías fueron
asesinados seis meses después del secuestro. Durante el tiempo que
permanecieron plagiados fueron sometidos a múltiples torturas.
El agente de Vialidad
Socorro Alberto Aguilar y las otras tres personas arrojadas a la misma fosa
habían sido levantados sólo unas semanas antes del hallazgo.
Según la PGR (boletín
041/08), ese descubrimiento vinculado al cártel de Juárez derivó en una
solicitud de cateo, el cual se realizó el 21 de febrero en la calle Cocoyoc,
fraccionamiento Cuernavaca, de Ciudad Juárez. Ahí se halló primero una fosa con
un cuerpo; al día siguiente, en la misma casa, fue descubierta otra fosa con
tres cuerpos. Además, el 23 de febrero se descubrió otro cuerpo en una fosa
aparte, y el día 25 fueron localizados tres tórax y dos cabezas. La PGR aún no
da a conocer la identidad de los restos.
A partir del primer
hallazgo en la ciudad de Chihuahua y después en la colonia Cuernavaca, de
Juárez, las autoridades federales iniciaron la averiguación previa
(PGR/SIEDO/UEIDO/0912008) sobre otra finca también vinculada con el cártel de
Juárez.
Se trata de una casa
en la calle Pedregal sin número, colonia La Cuesta, de Ciudad Juárez, en cuyo
patio se excavaron 14 fosas entre el 1 y el 12 de marzo. Se desenterraron 33
cadáveres, el mayor hallazgo de este tipo en el estado.
“El perito de
antropología forense informó que los restos encontrados tienen aproximadamente
cinco años de inhumados y que sólo tres de ellos, por sus características,
corresponden a mujeres”, asentó la PGR.
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