Crece
la Europa airada y nacionalista/Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige www.freespeechdebate.com, e investigador titular de la Hoover Institution, Universidad de Stanford.
Su último libro es Los hechos son subversivos: ideas y personajes para una década sin nombre. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
El
País | 24 de noviembre de 2013
Ahora
que las elecciones alemanas ya han quedado atrás, Alemania y Francia van a
poner en marcha una gran iniciativa para salvar el proyecto europeo.
Coincidiendo con el centenario de 1914, será de agradecer esa diferencia con el
débil y confuso liderazgo que condujo al continente a la I Guerra Mundial.
Antes de las elecciones del próximo mes de mayo al Parlamento Europeo, la
decidida actuación y la inspirada oratoria del dúo francoalemán harán
retroceder a los partidos contrarios a la UE que hoy están ganando terreno en
tantos países europeos.
Esto
que acabo de decir no se lo cree ni el más optimista de los proeuropeos. Seamos
realistas. Ni siquiera vamos a tener un nuevo Gobierno alemán hasta justo antes
de Navidades. En las negociaciones para formar la coalición, que deberían
culminar la semana que viene, los asuntos europeos se están discutiendo en un
subgrupo del grupo de trabajo de economía. Un subgrupo llamado Regulación
bancaria, Europa, euro. Lo que de verdad preocupa a los tres partidos
implicados, la Unión Democristiana de Angela Merkel, la Unión Socialcristiana
de Baviera y el Partido Socialdemócrata, en la oposición, son las cuestiones
nacionales. La implantación de un salario mínimo, la política energética, la
doble nacionalidad, la propuesta de peaje en las autopistas, son aspectos que
les importan mucho más que el futuro del continente.
En
Alemania, los políticos saben lo que cuenta a la hora de convencer a los
votantes en las próximas elecciones. Los alemanes de a pie están ya inmersos en
las compras de Navidad y, en su mayoría, no están notando los aprietos de la
crisis del euro. El desempleo juvenil está alrededor del 8%, frente al 56% en
España. No es fácil expresar hasta qué punto la crisis europea le resulta
remota y poco urgente al viajero del metro berlinés. A diferencia de su
homólogo en Madrid, él no sale a la calle para encontrarse con una montaña de
basura apestosa, como ha sucedido en la capital española durante casi dos
semanas.
Cuando
se haya formado el Gobierno en Alemania, su política europea será resultado de
los compromisos a los que lleguen tres departamentos —la Cancillería Federal,
el Ministerio de Finanzas y el Ministerio de Exteriores—, a su vez repartidos
políticamente entre democristianos y socialdemócratas. Después, la primera
potencia —a regañadientes— de Europa necesitará llegar a otros acuerdos con
Francia, que mantiene opiniones distintas sobre varios asuntos fundamentales.
Además, Francia tiene un presidente débil, François Hollande, que no está
consiguiendo reformar su propio país, así que mucho menos puede ayudar a otros.
Y para colmo, la anciana pareja francoalemana, cada vez más desigual, que en
enero celebró con escaso boato sus bodas de oro, y en la que hoy es la esposa
alemana la que sin duda lleva los pantalones, deberá tener en cuenta las
preocupaciones de valiosos socios como Polonia, además de las propuestas
procedentes de las instituciones europeas.
¿Y
de esta orquesta tan desafinada tiene que salir el toque a rebato que meta en
cintura a los escépticos de todos los países y anime a los europeos a votar por
Europa? No me hagan reír.
Precisamente
por eso, en parte, esta va a ser la campaña electoral europea más interesante
desde que comenzaron las elecciones directas al Parlamento Europeo en 1979, con
la asombrosa variedad de partidos de protesta surgidos en toda Europa.
Llamarlos a todos populistas es poco imaginativo, porque no capta su
diversidad. Con todo el escaso respeto que siento por el Partido de la
Independencia de Reino Unido y la Allianz für Deutschland alemana, no es justo
aplicarles la misma etiqueta que al neofascista Amanecer Dorado en Grecia,
Jobbik en Hungría ni el Frente Nacional en Francia. Menos aún en el caso de,
por ejemplo, los nacionalistas catalanes y el Movimiento de las Cinco Estrellas
de Beppe Grillo en Italia, que no tienen nada que ver con la extrema derecha.
Más cercanos a la política xenófoba del Frente Nacional francés, pero con
múltiples variantes nacionales y subnacionales, están grupos como Vlaams Belang
en Bélgica, Los Finlandeses en Finlandia (que hasta hace poco se llamaban Los
Verdaderos Finlandeses), el Partido Popular danés y los llamados Partidos de la
Libertad de Austria y Holanda.
La
semana pasada, dos de sus líderes más hábiles, Marine Le Pen, del Frente
Nacional, y Geert Wilders, del Partido de la Libertad holandés, trataron de
agruparlos a todos. Después de haber coqueteado en primavera, durante un
almuerzo en el elegante restaurante La Grande Cascadedel Bois de Boulogne, la
extraña pareja acaba de ejecutar ahora el equivalente político a un vals
nupcial en La Haya. “El día de hoy significa el comienzo de nuestra liberación
de la clase dirigente europea, los monstruos de Bruselas”, exclamó Wilders.
“Los partidos patrióticos”, añadió Le Pen, quieren “devolver la libertad a
nuestro pueblo”, dejar de estar “obligados a presentar su presupuesto a la
superioridad”. El viernes de la semana pasada, en Viena, se unieron al vals de
Marine otras cuatro formaciones: el Partido de la Libertad austriaco, los
Demócratas suecos, la Liga del Norte de Italia y Vlaams Belang.
Me
sorprendería que estos partidos no obtengan buenos resultados en las elecciones
europeas. No veo que los dirigentes actuales de Berlín, París y Bruselas
(olvidémonos de Londres) estén haciendo nada capaz de detener una grande
cascade electoral. Las cifras que suelen obtener estos partidos en las
encuestas, entre el 10% y el 25%, reflejan un descontento popular general, por
el paro, la austeridad y una burocracia que dicta sin cesar desde Bruselas
normas sobre aspiradoras o sobre los litros de agua que puede contener nuestra
cisterna. Un candidato democristiano alemán a las elecciones europeas me dice
que los argumentos de la Allianz für Deutschland contra el euro y contra
Bruselas tienen buena acogida entre bastantes de sus activistas locales.
Voy
a abandonar mi columna durante un par de meses para terminar el libro que estoy
escribiendo sobre la libertad de expresión (un derecho fundamental, establecido
en el Convenio Europeo de Derechos Humanos, que estos partidos utilizan y
aprovechan hasta el límite). Cuando vuelva, lo haré dispuesto a luchar contra
Le Pen, Wilders, Jobbik y todos los demás. Pero con los líderes europeos que
tenemos hoy, divididos, lentos y nada estimulantes, no me hago ninguna ilusión
de que vayamos a poder detener la cascada. ¿Y qué ocurrirá en ese caso?
Dado
que lo único que tienen el común casi todos estos partidos es que son
nacionalistas, es posible que les resulte muy difícil ponerse de acuerdo en
nada que no sea su antipatía hacia la UE. Si tienen una fuerte representación
en el PE, la consecuencia inmediata será un acercamiento entre los grupos
tradicionales, socialistas, conservadores y liberales. Habría, pues, una “gran
coalición” explícita en Berlín y una gran coalición implícita en Bruselas. Lo
malo de las grandes coaliciones es que, cuando los partidos centristas tienen
la responsabilidad de gobernar, los partidos alternativos se encuentran con un
enorme campo de oposición. Por otra parte, quizá el éxito de esos partidos
movilice por fin a una generación de europeos más jóvenes y les anime a
defender unos logros que ahora dan por descontados. No estamos en 1914, pero,
cien años después, Europa volverá a vivir un periodo interesante.
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