Corea:
Texto de la homilía del Papa en la misa de la juventud asiática
En
la ciudad coreana de Daejon, en el World coup stadium. Ser signo de la esperanza
que ofrece el Evangelio
Seúl,
15 de agosto de 2014 (Zenit.org) Redacción | 569 hits
El
santo padre Francisco en la misa celebrada en el estadio de Daejon, este
viernes 15 de agosto, día de la Asunción de María, con motivo de la VI Jornada
Asiática de la Juventud, dirigió las siguientes palabras:
«Queridos
hermanos y hermanas en Cristo: En unión con toda la Iglesia celebramos la
Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a la gloria del cielo. La Asunción
de María nos muestra nuestro destino como hijos adoptivos de Dios y miembros
del Cuerpo de Cristo. Como María, nuestra Madre, estamos llamados a participar
plenamente en la victoria del Señor sobre el pecado y sobre la muerte y a
reinar con él en su Reino eterno.
La
“gran señal” que nos presenta la primera lectura –una mujer vestida de sol
coronada de estrellas nos invita a contemplar a María, entronizada en la gloria
junto a su divino Hijo. Nos invita a tomar conciencia del futuro que también
hoy el Señor resucitado nos ofrece. Los coreanos tradicionalmente celebran esta
fiesta a la luz de su experiencia histórica, reconociendo la amorosa
intercesión de María en la historia de la nación y en la vida del pueblo.
En
la segunda lectura hemos escuchado a san Pablo diciéndonos que Cristo es el
nuevo Adán, cuya obediencia a la voluntad del Padre ha destruido el reino del
pecado y de la esclavitud y ha inaugurado el reino de la vida y de la libertad.
La verdadera libertad se encuentra en la acogida amorosa de la voluntad del
Padre. De María, llena de gracia, aprendemos que la libertad cristiana es algo
más que la simple liberación del pecado. Es la libertad que nos permite ver las
realidades terrenas con una nueva luz espiritual, la libertad para amar a Dios
y a los hermanos con un corazón puro y vivir en la gozosa esperanza de la
venida del Reino de Cristo.
Hoy,
venerando a María, Reina del Cielo, nos dirigimos a ella como Madre de la
Iglesia en Corea. Le pedimos que nos ayude a ser fieles a la libertad real que
hemos recibido el día de nuestro bautismo, que guíe nuestros esfuerzos para
transformar el mundo según el plan de Dios, y que haga que la Iglesia de este
país sea más plenamente levadura de su Reino en medio de la sociedad coreana.
Que
los cristianos de esta nación sean una fuerza generosa de renovación espiritual
en todos los ámbitos de la sociedad. Que combatan la fascinación de un materialismo
que ahoga los auténticos valores espirituales y culturales y el espíritu de
competición desenfrenada que genera egoísmo y hostilidad. Que rechacen modelos
económicos inhumanos, que crean nuevas formas de pobreza y marginan a los
trabajadores, así como la cultura de la muerte, que devalúa la imagen de Dios,
el Dios de la vida, y atenta contra la dignidad de todo hombre, mujer y niño.
Como
católicos coreanos, herederos de una noble tradición, ustedes están llamados a
valorar este legado y a transmitirlo a las generaciones futuras. Lo cual
requiere de todos una renovada conversión a la Palabra de Dios y una intensa
solicitud por los pobres, los necesitados y los débiles de nuestra sociedad.
Con
esta celebración, nos unimos a toda la Iglesia extendida por el mundo que ve en
María la Madre de nuestra esperanza. Su cántico de alabanza nos recuerda que
Dios no se olvida nunca de sus promesas de misericordia . María es la llena de
gracia porque «ha creído» que lo que le ha dicho el Señor se cumpliría. En
ella, todas las promesas divinas se han revelado verdaderas. Entronizada en la
gloria, nos muestra que nuestra esperanza es real; y también hoy esa esperanza,
«como ancla del alma, segura y firme», nos aferra allí donde Cristo está
sentado en su gloria.
Esta
esperanza, queridos hermanos y hermanas, la esperanza que nos ofrece el
Evangelio, es el antídoto contra el espíritu de desesperación que parece
extenderse como un cáncer en una sociedad exteriormente rica, pero que a menudo
experimenta amargura interior y vacío. Esta desesperación ha dejado secuelas en
muchos de nuestros jóvenes. Que los jóvenes que nos acompañan estos días con su
alegría y su confianza no se dejen nunca robar la esperanza.
Dirijámonos
a María, Madre de Dios, e imploremos la gracia de gozar de la libertad de los
hijos de Dios, de usar esta libertad con sabiduría para servir a nuestros
hermanos y de vivir y actuar de modo que seamos signo de esperanza, esa
esperanza que encontrará su cumplimiento en el Reino eterno, allí donde reinar
es servir. Amén».
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