Gaza,
un conflicto enquistado/Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
El
País |12 de agosto de 2014
También
esta vez habrá tregua, por supuesto. Pero para evitar desengaños posteriores,
conviene tener claro ya desde ahora que, sean cuales sean sus condiciones, no
servirá para asentar la paz en Palestina. Peor aún, será el germen del
siguiente brote de violencia al que solo falta ponerle fecha. A esta pesimista
conclusión se llega no por aplicación de ningún tipo de determinismo que
condene a palestinos e israelíes a vivir en eterna confrontación, sino por
simple destilación de unas pautas de comportamiento que han vuelto a ponerse de
manifiesto con ocasión de la actual tragedia de Gaza y que se resumen en falta
de voluntad (para unos) y de capacidad (para otros) para salirse de los raíles que
explican las seis guerras y las dos Intifadas registradas desde hace 67 años.
En esencia se trata de que:
—Hamás
es para Israel únicamente una piedra en el zapato. Molesta, pero no pone en
peligro la supervivencia del Estado. Visto así —y sin olvidar que en su
arranque fue favorecido por Tel Aviv como un instrumento que acentuaba la
deseada fragmentación palestina—, el Movimiento de Resistencia Islámica le
sirve como espantajo ante la opinión pública mundial, tratando de convencernos
de que es estrictamente un grupo terrorista y de que, por extensión, todos los
palestinos son terroristas.
—En
todo caso, como resultado de un notabilísimo fracaso de inteligencia —que se
traduce en la incapacidad para prevenir el continuo rearme de su principal
milicia, las Brigadas Ezzedine al Qasam—, Israel se ve abocado a la periódica
necesidad de “cortar las uñas al pequeño monstruo”. Con la directa implicación
de Irán y la financiación de poderosos regímenes del Golfo, Hamás ha ido aumentando
tanto el número como el alcance de su arsenal de cohetes, utilizando la vía
terrestre que arranca en Sudán y pasa por el Sinaí y la naval que termina en
las orillas de la Franja. Desde los artesanales Qasam ha pasado a los iraníes
Fajr-5 y a los sirios M-302, que ya tienen bajo su radio de acción a
prácticamente cualquier localidad israelí (incluyendo el complejo nuclear de
Dimona). Para contrarrestar esa amenaza, Israel ha ido también ampliando su
capacidad antimisilística (con la sustancial ayuda económica y tecnológica de
Washington), sumando la Cúpula de Hierro a las baterías de Patriot y con la
vista puesta ya en la Honda de David, que debe completar un sistema antimisiles
diseñado para neutralizar la práctica totalidad de los lanzamientos palestinos
(el 85-90% de los lanzados en estas semanas han sido eficazmente
interceptados).
—Aún
así, ese despliegue antimisil no basta por sí solo para mantener un siempre
precario equilibrio que impida a los grupos armados palestinos (incluyendo a la
Brigada Al Qods, brazo armado de la Yihad Islámica, y al grupo Tanzim y a la
Brigada de los Mártires de Al Aqsa, ligados a Al Fatah) perturbar seriamente la
vida nacional israelí. En consecuencia, en el momento en el que Israel detecta
que el equilibrio puede romperse en su contra, recurre a una excusa puntual
—que su maquinaria mediática disfraza inmediatamente de respuesta a un previo
acto de agresión palestino— para lanzar una operación de castigo. En este caso,
ha sido la acusación (no demostrada) de que Hamás había matado a tres jóvenes
israelíes —cuando lo que realmente pretende es impedir la consolidación de un
Gobierno palestino de unidad— lo que le ha permitido poner en marcha la
Operación Margen Protector. Y tras comprobar que los bombardeos aéreos, navales
y artilleros (como en Pilar de Defensa, 2012) no bastaban para cortar las uñas
hasta el punto deseado —dado que sus oponentes han mejorado en resiliencia y
operatividad—, ha decidido pasar a la incursión terrestre (como en Plomo
Fundido, 2008-2009) con el pretexto ocasional de destruir unos túneles cuya
existencia conocía desde hace tiempo.
—Sumergidos
en una operación de esta naturaleza, Israel sabe que tiene que actuar rápida y
contundentemente (lo que significa un absoluto desprecio por la vida de
civiles). Es muy consciente de que la eliminación de la capacidad militar de
sus enemigos en la Franja solo sería factible reocupando total y
permanentemente sus escasos 400 kilómetros cuadrados. Y sabe igualmente que
llegar a ese punto supondría asumir unos costes insoportables —no tanto por las
siempre débiles críticas internacionales, como, sobre todo, por el alto coste
en bajas propias que eso le reportaría, junto con el insoportable riesgo de que
alguno de sus soldados sea capturado (que no secuestrado)—. Más aún, si no se
plantea esa tarea es sencillamente porque no lo necesita, dado que la entidad
de la amenaza es estratégicamente manejable.
—Por
tanto, le basta con golpear brutalmente de vez en cuando, confiado en que puede
sobrepasar cualquier límite legal o moral mientras Estados Unidos le cubra las
espaldas, neutralizando cualquier tímida reacción internacional durante el
tiempo necesario para reducir el nivel de la amenaza hasta un nivel soportable.
—Por
su parte, los grupos palestinos que optan por la violencia constatan cómo a
pesar de ir aumentando su capacidad para resistir al ocupante, no logran en
ningún caso modificar su estrategia de hechos consumados que busca el dominio
efectivo de la totalidad de Palestina. Por muy encendido que sea su discurso son
conscientes de su debilidad frente a la maquinaria militar israelí y de que, en
gran medida, dependen de actores externos que apenas los consideran algo más
que meros instrumentos al servicio de agendas que no pueden controlar. De nada
le sirven a Hamás sus credenciales políticas (como ganador de las elecciones de
2006), ni su alto nivel de cumplimiento de lo acordado con Israel (a la actual
explosión violenta se llega con el incumplimiento israelí en la liberación de
unos 300 prisioneros).
—Hamás
volverá a cantar victoria cuando callen nuevamente las armas —con el simple
argumento de que ha logrado resistir la enésima embestida—, pero debe saber
internamente que ninguna de sus opciones actuales —dotarse de más cohetes
(soñando con hacerse algún día con misiles) más precisos que los actuales y
abrir túneles hasta territorio israelí para complicar sus operaciones
terrestres y para capturar a soldados con los que poder negociar algo a cambio—
le depara un mejor futuro. Asumiendo que mantendrá su apuesta contra el
ocupante, solo cabe prever que insistirá en esas mismas vías, con el posible
añadido de un regreso a los atentados en suelo israelí, aunque eso se traduzca
en más condenas que apoyos externos.
—Aferrados
a unas estrategias militares que los devuelven recurrentemente a la casilla de
partida —mientras se sigue sumando destrucción y muerte de civiles convertidos
en meros números de una macabra contabilidad que ya solo altera las conciencias
de una minoría—, no es posible hoy entrever ninguna salida del pozo.
Llegados
a este punto no es posible encontrar una sola lección positiva aprendida,
mientras se siguen acumulando las negativas. Así, vuelve a quedar de manifiesto
que expresiones como “masacre”, “totalmente inaceptable” o “ultraje moral y
acto criminal” —cuando se hace referencia al asesinato de civiles gazatíes,
incluyendo los refugiados en instalaciones de UNRWA— no son más que palabras
vacías. También vuelve a quedar constancia de la inaudible voz de la Liga
Árabe, en un ejemplo más de la falsedad del mantra del apoyo a la causa
palestina. Lo mismo cabe decir del inquietante desplazamiento hacia posiciones
de extrema derecha del electorado israelí, que no parece percibir el abismo
moral en el que lo se están hundiendo sus gobernantes. Por si todavía era
necesario confirmarlo, tanto la Unión Europea como el presidente palestino
quedan nuevamente retratados como invitados de piedra a un drama que no tiene
visos de cesar. ¿Un panorama muy pesimista? No, lo pesimista (a falta de un
concepto aún más sombrío) es lo que viven quienes están sometidos desde hace
décadas a la barbarie de los que creen que con las armas lograrán imponer su
dictado.
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