Francisco llegó a Turquía
Francisco ha llegado a la ciudad de
Ankara, en Turquía, hoy viernes a las 13 horas después de
despegar desde el aeropuerto de Fiumicino a las 9:00 horas en el que constituye
su sexto viaje internacional.
Francisco es el cuarto Pontífice en visitar Turquía, siguiendo los pasos
de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, que estuvo en este país en el año
2006
Como
es habitual, una vez a bordo del avión y después de dejar de sobrevolar territorio
italiano, el Papa Francisco ha enviado telegramas de saludos a los jefes de
estado de Albania y Grecia, países por los que ha pasado el avión papal.
En
los mensajes, el Pontífice ha destacado que los motivos de su viaje apostólicos
a Turquía son “favorecer el encuentro y el diálogo entre diversas culturas,
para reforzar el camino de la unidad de los cristianos y para compartir
momentos de oración con hermanos y hermanas en la fe” y ha recordado su
reciente viaje de un día a Albania.
Una
vez llegado a Ankara, Bergoglio ha recibido la acogida oficial por parte
de las autoridades del país, entre los que se encontraban el presidente Erdogan, el primer ministro Davutoglu y el
presidente de la Diyanet, el Departamento del gobierno para los asuntos religiosos.
Señor
Presidente,
Señor
Primer Ministro,
Distinguidas
Autoridades,
Señoras
y Señores
Me
alegra visitar su país, rico en bellezas naturales y en historia, plagado de
huellas de antiguas civilizaciones y puente natural entre dos continentes y
entre diferentes expresiones culturales. Esta tierra es bien querida por todos
los cristianos por haber sido cuna de san Pablo, que fundó aquí diferentes
comunidades cristianas; por haberse celebrado en esta tierra los siete primeros
concilios de la Iglesia, y por la presencia, cerca de Éfeso, de lo que una
venerable tradición considera la «Casa de María», el lugar donde la Madre de Jesús
vivió durante unos años, y que es meta de la devoción de tantos peregrinos de
todas las partes del mundo, no sólo cristianos, sino también musulmanes.
Pero
las razones de la consideración y el aprecio por Turquía no se deben sólo a su
pasado, a sus antiguos monumentos, sino también a la vitalidad de su presente,
la laboriosidad y generosidad de su pueblo, el papel que desempeña en el
concierto de las naciones.
Es
para mí un motivo de alegría tener la oportunidad de continuar con ustedes un
diálogo de amistad, estima y respeto, en la línea emprendida por mis
predecesores, el beato Papa Pablo VI,
san Juan Pablo II y Benedicto XVI, diálogo preparado y favorecido a su vez por
la actuación del entonces Delegado Apostólico, Mons. Angelo Giuseppe Roncalli,
después san Juan XXIII, y por el Concilio Vaticano II.
Necesitamos
un diálogo que profundice el conocimiento y valore con discernimiento tantas
cosas que nos acomunan, permitiéndonos al mismo tiempo considerar con ánimo
lúcido y sereno las diferencias, con el fin de aprender también de ellas.
Es
preciso llevar adelante con paciencia el compromiso de construir una paz
sólida, basada en el respeto de los derechos fundamentales y en los deberes que
comporta la dignidad del hombre. Por esta vía se pueden superar prejuicios y
falsos temores, dejando a su vez espacio para la estima, el encuentro, el
desarrollo de las mejores energías en beneficio de todos.
Para
ello, es fundamental que los ciudadanos musulmanes, judíos y cristianos, gocen
– tanto en las disposiciones de la ley como en su aplicación efectiva – de los
mismos derechos y respeten las mismas obligaciones. De este modo, se
reconocerán más fácilmente como hermanos y compañeros de camino, alejándose
cada vez más de las incomprensiones y fomentando la colaboración y el
entendimiento. La libertad religiosa y la libertad de expresión, efectivamente
garantizadas para todos, impulsará el florecimiento de la amistad,
convirtiéndose en un signo elocuente de paz.
El
Medio Oriente, Europa, el mundo, esperan este florecer. El Medio Oriente, en
particular, es teatro de guerras fratricidas desde hace demasiados años, que
parecen nacer una de otra, como si la única respuesta posible a la guerra y la
violencia debiera ser siempre otra guerra y otras de violencias.
¿Por
cuánto tiempo deberá sufrir aún el Medio Oriente por la falta de paz? No
podemos resignarnos a los continuos conflictos, como si no fuera posible
cambiar y mejorar la situación.
Con
la ayuda de Dios, podemos y debemos renovar siempre la audacia de la paz. Esta
actitud lleva a utilizar con lealtad, paciencia y determinación todos los
medios de negociación, y lograr así los objetivos concretos de la paz y el
desarrollo sostenible.
Señor
Presidente, para llegar a una meta tan alta y urgente, una aportación
importante puede provenir del diálogo interreligioso e intercultural, con el
fin de apartar toda forma de fundamentalismo y de terrorismo, que humilla
gravemente la dignidad de todos los hombres e instrumentaliza la religión.
Es
preciso contraponer al fanatismo y al fundamentalismo, a las fobias
irracionales que alientan la incomprensión y la discriminación, la solidaridad
de todos los creyentes, que tenga como pilares el respeto de la vida humana, de
la libertad religiosa – que es libertad de culto y libertad de vivir según la
ética religiosa –, el esfuerzo para asegurar todo lo necesario para una vida
digna, y el cuidado del medio ambiente natural. De esto tienen necesidad con especial urgencia los
pueblos y los Estados del Medio Oriente, para poder «invertir el rumbo»
finalmente y llevar adelante un proceso de paz exitoso, mediante el rechazo de
la guerra y la violencia, y la búsqueda del diálogo, el derecho y la justicia.
En
efecto, hasta ahora estamos siendo todavía testigos de graves conflictos. En
Siria y en Irak, en particular, la violencia terrorista no da indicios de
aplacarse. Se constata la violación de las leyes humanitarias más básicas
contra los presos y grupos étnicos enteros; ha habido, y sigue habiendo, graves
persecuciones contra grupos minoritarios, especialmente – aunque no sólo – los
cristianos y los yazidíes: cientos de miles de personas se han visto obligadas
a abandonar sus hogares y su patria para poder salvar su vida y permanecer
fieles a sus creencias.
Turquía,
acogiendo generosamente a un gran número de refugiados, está directamente
afectada por los efectos de esta dramática situación en sus confines, y la
comunidad internacional tiene la obligación moral de ayudarla en la atención a
los refugiados. Además de la ayuda humanitaria necesaria, no se puede
permanecer en la indiferencia ante lo que ha provocado estas tragedias.
Reiterando que es lícito detener al agresor injusto, aunque respetando siempre
el derecho internacional, quiero recordar también que no podemos confiar la resolución
del problema a la mera respuesta militar.
Es
necesario un gran esfuerzo común, fundado en la confianza mutua, que haga
posible una paz duradera y consienta destinar los recursos, finalmente, no a
las armas sino a las verdaderas luchas dignas del hombre: contra el hambre y la
enfermedad, en favor del desarrollo sostenible y la salvaguardia de la
creación, del rescate de tantas formas de pobreza y marginación, que tampoco
faltan en el mundo moderno.
Turquía,
por su historia, por su posición geográfica y por la importancia en la región,
tiene una gran responsabilidad: sus decisiones y su ejemplo tienen un
significado especial y pueden ser de gran ayuda para favorecer un encuentro de
civilizaciones e identificar vías factibles de paz y de auténtico progreso.
Que
el Altísimo bendiga y proteja Turquía, y la ayude a ser un válido y convencido
artífice de la paz.
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