Francisco
abre la Puerta Santa: «Debemos anteponer la misericordia al juicio»
- Lo dijo el Papa en la homilía de la misa de la Inmaculada: «Si todo quedara relegado al pecado, seríamos los más desesperados entre las criaturas». Después, la apertura de la Puerta Santa del Jubileo
AFP
La
apertura de la Puerta Santa/ANDREA TORNIELLI
Vatican
Insider, 08/12/2015
«Debemos
anteponer la misericordia al juicio».
Hace frío en la Plaza San Pedro, y se
sumó al aire helado una ligera llovizna. Dede las primeras luces del alba,
filas de fieles se formaron para pasar por los detectores de metales. Pero hoy
no es la plaza blindada lo que llama la atención, ni el miedo de atentados ni
las potencias sobre los retrasos de la ciudad de Roma. Tampoco las estadísticas
sobre los presentes. Francisco quiso que est Jubileo extraordinario fuera
vivido en todo el mundo a nivel local. Entonces, no es la Ciudad eterna el
centro de él, sino el mensaje de la misericordia.
«Debemos
anteponer la misericordia al juicio, y de cualquier manera el juicio de Dios
siempre será a la luz de su misericordia», dijo
en la breve homilía de la Misa de la Inmaculada Papa Francisco,
recordando que el gesto de abrir la Puerta Santa de la Misericordia «pone en
primer nivel el primado de la gracia». Ese primado que refleja en varias veces
en las lecturas del día en la alegría de María: «La gracia de Dios la envolvió,
haciéndola digna de convertirse en madre de Cristo. La plenitud de la gracia es
capaz de transformar el corazón, y lo hace capaz de cumplir un acto tan grande
como para cambiar la historia de la humanidad».
La
fiesta de la Inmaculada Concepción, explicó Papa Bergoglio, «expresa la
grandeza del amor de Dios. Él no solo es Aquel que perdona el pecado, sino en
María llega hasta a prevenir la culpa original, que cada hombre lleva consigo
al entrar a este mundo. Es el amor de Dios lo que previene, anticipa, salva. El
inicio de la historia del pecado en el jardín del Edén se resuelve en el
proyecto de un amor que salva».
Sin
embargo, explica Francisco, «también la historia del pecado es comprensible
solo a la luz del amor que perdona. Si todo quedara relegado al pecado,
seríamos los más desesperados de entre las criaturas, mientras que la promesa
de la victoria del amor de Cristo encierra todo en la misericordia del Padre».
Este
Año Santo extraordinario es definido por el Papa como un «don de gracia».
«Entrar por esa Puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia
del Padre, que acoge a todos y sale al encuentro de cada uno personalmente.
Será un Año en el que crecer en la convicción de la misericordia».
«Abandonemos
toda forma de temor y de miedo —fue el llamado del Papa—, porque no le queda a
quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que
lo transforma todo».
El
Papa recordó el aniversario del final del Concilio: «Hoy, pasando la Puerta
Santa, queremos también recordar otra puerta que, hace cincuenta años, los
Padres del Concilio Vaticano II abrieron de par en par hacia el mundo». Este
aniversario «no puede ser recordado solo por la riqueza de los documentos
producidos, que hasta nuestros días permiten verificar el gran progreso
cumplido en la fe. Pero, en primer lugar, el Concilio fue un encuentro. Un
verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un
encuentro marcado por la fuerza del Espíritu que impulsaba a su Iglesia a salir
de los lugares en donde durante muchos años la habían encerrado, para retomar
con entusiasmo el camino misionero».
El
Papa abrió la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Comienza el Jubileo
extraordinario de la Misericordia, que había comenzado anticipadamente el
domingo pasado en Bangui, República Centroafricana. Francisco se acercó a la
Puerta y dijo: «Esta es la Puerta del Señor… ábranme las puertas de la
justicia… por tu gran misericordia entraré a tu casa, Señor». Francisco subió
en silencio por los escalones, abrió las puertas y se detuvo a rezar
silenciosamente en el umbral. Después de que entrara el Pontífice argentino,
entró también por la Puerta Santa el Papa emérito Benedicto XVI, seguido de los
concelebrantes y un grupo de religiosos y fieles laicos.
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