Las
Cruzadas/Mario Hernández Sánchez-Barba, catedrático de Historia de América. Universidad Francisco de Vitoria.
La
Razón | 28 de marzo de 2016.
El
Papa Urbano II (1088-1099) fue el primero en tomar posición ante este fenómeno.
En el Concilio de Clermont Ferrand convocó una «cruzada» para liberar Tierra
Santa del poder de los infieles, cuando todavía la lucha de Gregorio VII contra
Enrique IV estaba ya señalando agudamente quién habría de dominar: la Iglesia o
el Estado. Se trataba de la pretensión del pontificado de imponerse al poder
imperial y hacerse cargo de la dirección del mundo. Occidente tenía unos
fundamentos que provenían totalmente de Jesucristo y de la Iglesia. Diez años
después de la muerte de Gregorio VII, Urbano II llevó a efecto un plan
concebido por aquél, como «Jefe» de Europa que convoca la cruzada contra el
Islam. Gregorio VII había afirmado la conciencia cristiana, la cumbre más alta
de la vida de la Iglesia; la sociedad caballeresca puesta al servicio de la
idea de las cruzadas. San Bernardo de Claraval y la Orden de Cluny crearon un
nuevo orden de piedad personal manifestado en el arte gótico, el pensamiento de
la escolástica y un nuevo tipo de piedad personal representado en el espíritu
de la caballería realizadora de la piedad.
La
piedad cristiana se había manifestado desde siempre naturalmente atraída hacia
los Santos Lugares -¡Tierra Santa!- dominados éstos por el mahometismo desde el
año 637; pero con la conquista de Palestina por los turcos selyúcidos, se
perdió la libertad del peregrinaje, todo cambió y llegó a prohibirse el acceso
de los cristianos, lo cual afectaba a la sociedad cristiana occidental. La
convocatoria de la primera cruzada, alentada por Urbano II en 1095 atrajo a
gentes de todo el territorio cristiano: ingleses, escoceses, escandinavos,
marinos y mercaderes italianos, caballeros castellanos y aragoneses e incluso
monjes toscanos, a los cuales se les prohibió asistir, como a los caballeros
españoles que se les dijo que se quedasen en su tierra para luchar en su
territorio bajo el estandarte de la Cruz. De las principales áreas de
reclutamiento aparecieron los grandes nobles con sus vasallos, como son Roberto
de Normandía, Roberto de Flandes, Hugo de Vermandois, Godofredo de Bouillon,
Bohemundo de Tarento.
Los
cruzados se dirigieron a Constantinopla siguiendo dos rutas principales: una,
cruzando Hungría hasta Belgrado y atravesando los Balcanes (Pedro el Ermitaño y
Godofredo de Bouillon). Otra columna, con Roberto de Flandes y Esteban de
Blois, viajó por Italia y llegó a Dirraquio, desde donde llegó a Constantinopla
(1097); posteriormente, cruzaron Asia Menor, gobernada por los turcos,
derrotando a éstos en la batalla de Dorilea, con lo cual pudieron atravesar la
meseta de Anatolia hasta Edesa (1098) y conquistar Antioquía. En enero de 1099
iniciaron la última etapa hacia Jerusalén, que sitiada durante un mes cayó
finalmente; ello fue posible con la ayuda de Génova que envió una flota dos
años antes. Tras la noticia de estos éxitos se organizaron otras dos
expediciones que fueron derrotadas por los turcos (1109). Anatolia permaneció
bajo control turco y la presencia de los cruzados, en situación muy precaria.
Un ejemplo natural, la segunda cruzada, organizada y encabezada por el rey de
Francia y Conrado III de Alemania, primera de monarcas. La tercera, del
emperador Federico I, el rey de Inglaterra Ricardo «Corazón de León» y el rey
Felipe II Augusto de Francia.
España
sufrió una contraofensiva musulmana después de la conquista de Toledo (1085)
por Alfonso VI de Castilla, gran éxito político que fue interrumpido por la
invasión de los almorávides, que con posterioridad fue sucedida por la invasión
de los almohades y, en el siglo XIV, por la de los benimerines. Estas tres
invasiones supusieron la liquidación del ideal neogótico, extendiendo el
espíritu de cruzada que aceleró la colaboración de los reinos peninsulares en
empresas comunes y el establecimiento de las Órdenes Militares: Santiago,
Calatrava, Alcántara y Montesa, organizaciones religiosas y militares. En
definitiva, las Cruzadas fueron empresas caballerescas, tanto en los Santos
Lugares de Oriente como en la gran empresa de Reconquista del territorio perdido
en el extremo occidental del Finis Terrae de los romanos. La acusación que se
hace a la Iglesia de ser la instigadora de las cruzadas y el apoderamiento de
territorios bajo la soberanía occidental, no tiene fundamento porque a partir
de las primeras cruzadas citadas, las empresas fueron organizadas por Reinos en
donde los caballeros buscaban dos cosas: la fama y el premio correspondiente
por su ayuda a la religión, y si esto no se conseguía, el planteamiento
ambicioso de alcanzar una soberanía de poder territorial que en una época de
feudalismo, que como es sabido deriva de la descomposición del imperio de
Carlomagno por parte de los francos, está marcando esa línea específica de los
planos de dominio señorial que va creando inexorablemente una correspondencia
de fidelidad como consecuencia del honor caballeresco y del modo de pensar
cristiano.
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