Podría llegarun xenófobo, misógino y paranoico a la Casa Blanca?
Trump
y la refundación conservadora/Gustavo Palomares Lerma, profesor de política exterior de los Estados Unidos en la Escuela Diplomática de España, catedrático “Jean Monnet” en la UNED y presidente del Instituto de Altos Estudios Europeos.
El
País, 16 de mayo de 2016
Las
primarias y caucus que están teniendo lugar durante estos meses en las filas
republicanas con la confirmación indiscutible de Donald Trump como candidato
controvertido del Partido del elefante probablemente sea el inicio de la
esperada refundación conservadora pero también puede llegar a ser un desastre
para el orden liberal.
Se
equivocaban los que pensaban, después de los fracasos electorales sucesivos
ante Obama, que la revolución conservadora -denominada así por los sectores más
radicales del republicanismo histórico- vendría de la mano de Paul Ryan,
Romney, Santorum, Gingrich o, incluso, de ese mal denominado idealismo
conservador que encabeza el grupo de “Intelectuales de la Defensa” de la era
Bush. Incluso el cambio generacional controlado que deseaba el establishment
del Partido propiciando el ascenso de figuras latinas prometedoras –teniendo en
cuenta que esta minoría ahora mayoritaria es la que estratégicamente pone o
quita presidentes- también ha fracasado ante el torbellino que está suponiendo
el “trumpismo” en la sociedad americana.
Este
es un populismo de nuevo cuño muy diferente del que supuso el empresario texano
de éxito Ross Perot en los años noventa; surge en un escenario que encuentra en
el desánimo generalizado y en el odio ideológico sembrado frente a esta
Administración un buen caldo de cultivo para un nuevo estado de ánimo dentro de
estas huestes que se expresa en esta idea: “lo que tenga que pasar en estas
elecciones debe ser lo suficiente grande como para borrar de un plumazo todo
los agravios anteriores cometidos contra las esencias de la nación”. De esta
forma, en las filas republicanas que, desde hace más de dos décadas de fracasos
o liderazgos mediocres, se fue forjando ese sueño y por fin un hombre próximo y
de éxito, aunque un poco bocazas y demasiado excéntrico, lo encontró.
Trump
ha demostrado que él conoce más que las élites del partido lo que quieren las
bases conservadoras. Y en justa correspondencia esas bases, votan por él, no
votan por el partido republicano. Eso es así porque esa ciudadanía
estadounidense soporte de los republicanos se encuentra sociológicamente a años
luz de las estructuras esclerotizadas del Partido. Los aires de cambio que
buscan el nuevo liderazgo que supone Trump, han roto esas leyes de hierro -que
decía el gran teórico Robert Michells hablando de las estructuras partidarias-
de la oligarquía republicana.
Un
partido que es víctima del monstruo que él mismo ha alimentado con iniciativas
que suponían un “vale todo” para socavar la labor política y legislativa de
Obama. Incluso propició y alentó el radicalismo reaccionario republicano fuera
de las estructuras del Partido, de grupos como el Tea Party que nunca consiguió
romper el corsé de las estructuras partidistas de los sectores tradicionales
republicanos para que toda la familia conservadora pudiera compartir el Apple
Pie, ese símbolo nacional en serio riesgo por los demócratas. Trump llegó sin
ser invitado, él solo se comió el pastel y encima derramó el Tea.
La
nueva estrella ascendente de la política americana ha hecho una heterodoxa pero
muy eficaz revisión del discurso nacionalista y de los conceptos clásicos de
Dios, Providencia y Potencia; los sustituye por: éxito, éxito, éxito; dinero,
dinero dinero. Todo, a fin de cuentas, se resume en lo mismo. Su discurso
anacrónico es una combinación istriónica de esos chascarrillos reaccionarios
que se sueltan en las sobremesas de los clanes familiares republicanos o en los
corrillos más rancios a la hora del tea, elevados a la categoría de soflama electoral
y programa político.
Y
con todo este proceso ya irreversible respecto a un candidato alternativo
factible, ante una Convención sin margen de maniobra ¿cómo ubicar al elefante
Trump en la cacharrería de un partido que debe combinar los jóvenes valores del
establishment -Rubio- los maduros carismáticos -Cruz-, con los viejos y no tan
viejos dinosaurios, tan proclives a seguir coqueteando de forma entusiasta con
el Tea Party? El partido republicano está en una muy difícil tesitura porque si
no empieza a apostar ya -meses antes de la Convención- de forma decidida por
Trump en la carrera electoral para frenar a Clinton, puede quedarse descolgado,
desubicado y el vendaval trumpiano ciudadano y de delegados comprometidos se lo
puede llevar por delante.
La
experiencia más remotamente parecida fue la de 1980 con Reagan: un candidato
que presentaba un currículum radical, pero con poco peso político específico,
distante de las raíces republicanas y que tampoco gozaba de los favores del
aparato del partido. Aun así, llegó a ser, a gran distancia, el candidato y
presidente de ese partido de mayor popularidad, más amado y de mayor apoyo
electoral desde Eisenhower. Por cierto, otro candidato, el general, que se
alejaba de la tradición contemporánea que fijaran presidentes como Teedy
Roosevelt o Herbert Hoover.
¿Puede
pasar algo parecido con Trump? Para ello, sería inevitable llegar a un acuerdo
de todos estos sectores respecto a su candidatura que, con el apoyo electoral
que presenta, es muy factible; la posibilidad de incorporar un vicepresidente
más institucionalizado y próximo al aparato dentro del ticket republicano,
fruto de este consenso de mínimos de estos sectores, puede ser una solución. La
duda es saber si una componenda de esa naturaleza, es capaz de resistir la
primera embestida de los excesos verbales de Trump.
A
tenor de los últimos sondeos (The Washington Post/ABC; CNN-ORC) la mayor parte
de los segmentos y estratos, así como las comunidades influyentes en el proceso
electoral: mujeres, jóvenes, latinos y, por supuesto afrodescendientes,
repudian y odian a Trump en un porcentaje nada despreciable; entonces, si no es
por el gran voto oculto no declarado y también por su capacidad de establecer
y/o comprar apoyos influyentes, es difícil explicar cómo ha llegado a donde ha
llegado con uno de los mayores apoyos populares tanto en las votaciones
cerradas como abiertas. Y todo parece indicar que ha llegado para quedarse.
Esto
es así, porque la recepción de su candidatura, pasa más por las percepciones
emocionales que despierta entre los electores y simpatizantes, que por sus
méritos, historial y experiencia. Todo ello, frente a una rival como Hillary
Clinton que es todo lo contrario: su experiencia y figura política es la
expresión más clara de los distintos itinerarios del poder.
Es
necesario tener claro que el enfrentamiento entre Trump y Clinton se produce en
uno de los momentos históricos de gran descontento y de mayor división en el
electorado por la gran polarización entre los candidatos; un escenario propicio
que encuentra en la desigualdad y el desencanto un buen caldo de cultivo para
el éxito de las posiciones más distantes y provocadoras frente al poder
político en Washington. El buen resultado de los candidatos más inesperados de
ambos partidos en las primarias es buena prueba de ello y puede tener
continuidad –como demuestra su progresivo ascenso en las encuestas- incluso,
con el éxito inesperado de un xenófobo, misógino y paranoico en la carrera a la
Casa Blanca.
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