Programa del Papa en Polonia – Viernes 29 de julio
Visita a Auschwitz y Birkenau por la mañana. Hospital pediátrico y vía crucis con los jóvenes por la tarde.
Viernes 29 de julio:
Por la mañana, Francisco celebra la misa en privado.
9.30 horas – Visita al campo de concentración de Auschwitz y Birkenau
13:00 horas - Regresa a Cracovia.
16:00 horas -Visita el hospital pediátrico universitario. El Papa dirigirá unas palabras.
18:00 horas Participará en el Vía Crucis con los jóvenes en el Parque Jordán en Błonia.
Por la noche el Papa saluda desde el palacio arzobispal, en particular a los ‘sin techo’ y marginados.
Discurso del papa Francisco en el Vía Crucis de la Jornada
Mundial de la Juventud
«Tuve
hambre y me disteis de comer,
tuve
sed y me disteis de beber,
fui
forastero y me hospedasteis,
estuve
desnudo y me vestisteis,
enfermo
y me visitasteis,
en
la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36).
Estas
palabras de Jesús responden a la pregunta que a menudo resuena en nuestra mente
y en nuestro corazón: «¿Dónde está Dios?». ¿Dónde está Dios, si en el mundo
existe el mal, si hay gente que pasa hambre o sed, que no tienen hogar, que
huyen, que buscan refugio? ¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes
mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras? ¿Dónde está Dios,
cuando enfermedades terribles rompen los lazos de la vida y el afecto? ¿O
cuando los niños son explotados, humillados, y también sufren graves
patologías?
Jesús
mismo eligió identificarse con estos hermanos y hermanas que sufren por el
dolor y la angustia, aceptando recorrer la vía dolorosa que lleva al calvario.
Él, muriendo en la cruz, se entregó en las manos del Padre y, con amor que se
entrega, cargó consigo las heridas físicas, morales y espirituales de toda la
humanidad.
Abrazando
el madero de la cruz, Jesús abrazó la desnudez y el hambre, la sed y la
soledad, el dolor y la muerte de los hombres y mujeres de todos los tiempos. En
esta tarde, Jesús —y nosotros juntos con él— abraza con especial amor a
nuestros hermanos sirios, que huyeron de la guerra. Los saludamos y acogemos
con amor fraternal y simpatía.
Recorriendo
el Vía Crucis de Jesús, hemos descubierto de nuevo la importancia de
configurarnos con él mediante las 14 obras de misericordia. Ellas nos ayudan a
abrirnos a la misericordia de Dios, a pedir la gracia de comprender que sin la
misericordia no se puede hacer nada, sin la misericordia yo, tú, todos
nosotros, no podemos hacer nada. Veamos primero las siete obras de misericordia
corporales: dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al
desnudo; acoger al forastero; asistir al enfermo; visitar a los presos;
enterrar a los muertos. Gratis lo hemos recibido, gratis lo hemos de dar.
Estamos
llamados a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, a tocar su
carne bendita en quien está excluido, tiene hambre o sed, está desnudo, preso,
enfermo, desempleado, perseguido, refugiado, emigrante. Allí encontramos a
nuestro Dios, allí tocamos al Señor. Jesús mismo nos lo ha dicho, explicando el
«protocolo» por el cual seremos juzgados: cada vez que hagamos esto con el más
pequeño de nuestros hermanos, lo hacemos con él (cf. Mt 25,31-46).
Después
de las obras de misericordia corporales vienen las espirituales: dar consejo al
que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al
triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas,
rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. Nuestra credibilidad como
cristianos depende del modo en que acogemos a los marginados que están heridos
en el cuerpo y al pecador herido en el alma. No en las ideas, sino allí.
Hoy
la humanidad necesita hombres y mujeres, y en especial jóvenes como vosotros,
que no quieran vivir sus vidas «a medias», jóvenes dispuestos a entregar sus
vidas para servir generosamente a los hermanos más pobres y débiles, a
semejanza de Cristo, que se entregó completamente por nuestra salvación.
Ante
el mal, el sufrimiento, el pecado, la única respuesta posible para el discípulo
de Jesús es el don de sí mismo, incluso de la vida, a imitación de Cristo; es
la actitud de servicio. Si uno, que se dice cristiano, no vive para servir, no
sirve para vivir. Con su vida reniega de Jesucristo.
En
esta tarde, queridos jóvenes, el Señor los invita de nuevo a que sean
protagonistas de vuestro servicio; quiere hacer de ustedes una respuesta
concreta a las necesidades y sufrimientos de la humanidad; quiere que sean un
signo de su amor misericordioso para nuestra época.
Para
cumplir esta misión, Él les señala la vía del compromiso personal y del sacrificio
de sí mismo: es la vía de la cruz. La vía de la cruz es la vía de la felicidad
de seguir a Cristo hasta el final, en las circunstancias a menudo dramáticas de
la vida cotidiana; es la vía que no teme el fracaso, el aislamiento o la
soledad, porque colma el corazón del hombre de la plenitud de Cristo. La vía de
la cruz es la vía de la vida y del estilo de Dios, que Jesús manda recorrer a
través también de los senderos de una sociedad a veces dividida, injusta y
corrupta.
La
vía de la cruz no es un hábito sadomasoquista, la vía de la cruz es la única
que vence el pecado, el mal y la muerte, porque desemboca en la luz radiante de
la resurrección de Cristo, abriendo el horizonte a una vida nueva y plena. Es
la vía de la esperanza y del futuro. Quien la recorre con generosidad y fe,
siembra esperanza y yo quisiera que ustedes sean sembradores de esperanza.
Queridos
jóvenes, en aquel Viernes Santo muchos discípulos regresaron a sus casas
tristes, otros prefirieron ir al campo para olvidar la cruz. Me pregunto y
respondan cada uno de ustedes en el propio corazón: ¿Cómo desean regresar esta
noche a vuestras casas, a vuestros alojamientos, a sus carpas? ¿Cómo desean
volver esta noche a encontraros con vosotros mismos?
El
mundo nos mira, a cada uno de vosotros corresponde responder al desafío de esta
pregunta.
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