Trump,
el traidor/Bernard-Henri Lévy is one of the founders of the “Nouveaux Philosophes” (New Philosophers) movement. His books include Left in Dark Times: A Stand Against the New Barbarism.
Traducción al español por Leopoldo Gurman.
Project
Syndicate, 31 de julio de 2016.
Si
Donald Trump llegara a ser presidente, Estados Unidos tendría un problema con
varias dimensiones… y también lo tendría el mundo.
En
primer lugar, el problema sería su incomprensible vulgaridad. Estados Unidos ha
visto muchas cosas, pero no a un posible presidente discutir el tamaño de su
pene durante un debate televisado.
El
problema también sería su odio patológico hacia las mujeres. En una
conversación con el arquitecto Philip Johnson en 1992 publicada en la revista
New York, dijo que “hay que tratarlas como la mierda”. Todavía las ve como
criaturas desagradables que —según dijo de la periodista Megyn Kelly, de Fox
News— “sangran por [sus] donde sea”.
El
problema también sería su racismo sin reparos. Estamos hablando de un hombre
que, según su primera esposa, mantuvo durante mucho tiempo una colección de los
discursos de Hitler en su mesa de luz, y que alegremente llama “haraganes” a
los negros, ridiculiza a los mexicanos como “violadores” y considera
colectivamente a los musulmanes como culpables del terrorismo islámico.
El
problema sería, también, su antisemitismo, que acecha en sus conversaciones de
sobremesa, en las que ha comentado que prefiere que su dinero solo sea contado
por “tipos bajitos que usan kipás”, en tuits que enfatizan el judaísmo del
comediante Jon Stewart, o en su curioso comentario en diciembre pasado contra
la Coalición Judía Republicana. “Ustedes no van a apoyarme”, dijo, “¡porque no
quiero su dinero!”.
El
problema sería su flagrante falta de conocimiento, no sólo del mundo sino
también de su propio país. Unos pocos días antes del referendo que Gran Bretaña
llevó a cabo para decidir si continuar o no siendo miembro de la Unión Europea,
Trump desconocía el significado de la palabra brexit. Este mes demostró que no
sabe cuántos artículos componen la constitución de EE. UU.
Pero,
lo más grave y preocupante es que el problema sería que el líder de la potencia
líder del mundo se guiaría por un catálogo de ideas simplistas en lugar de por
una visión geopolítica. Un catálogo que, a pesar de la promesa de Trump de
“Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”, socavaría la prosperidad y
seguridad estadounidenses.
Consideremos
su idea, presentada a principios de marzo y probablemente inspirada en sus
bancarrotas privadas, de renegociar la deuda pública estadounidense. La idea
fue idiota (el gobierno estadounidense, emisor monopólico de la principal
moneda de reserva del mundo, no tiene nada que “renegociar”). Pero si Trump
hubiera estado en el poder cuando la propuso, las consecuencias hubieran sido
devastadoras: el aumento inmediato de las tasas de interés, el desplome del
dólar y la ruptura de la confianza entre EE. UU. (cuyo comportamiento sería
percibido como el de Argentina o Grecia) y el resto del mundo.
O
consideremos su declaración, durante el discurso de aceptación de la
candidatura en Cleveland, de que revisará la política de apoyo automático de la
OTAN ante amenazas a los miembros de esa alianza. En el mundo según Trump,
Rusia entonces podría cumplir su amenaza de reexaminar la legalidad del proceso
que llevó a la independencia de los estados bálticos. Sería libre de ajustar
sus fronteras con un país vecino o acudir al rescate de una minoría que habla
ruso y es “rehén” de otro. Podría invadir Polonia o, por supuesto, Ucrania. ¿Y
por qué habría de detenerse Rusia en la OTAN y sus vecinos? Podría pelear con
Japón o cualquier otro aliado occidental en la región de Asia-Pacífico.
Y
luego, por supuesto, tenemos al propio presidente ruso, Vladimir Putin, a quien
Trump alaba en cuanto tiene ocasión. Como alguna vez comentó al periodista de
CNN Larry King (mientras promovía su éxito de ventas Think Big and Kick Ass),
Putin es un gran líder que hizo “un excelente trabajo […] para reconstruir a
Rusia”. En septiembre de 2013 describió un comentario firmado por Putin en el
New York Times que criticaba la política estadounidense en Siria como una “obra
maestra”. En septiembre de 2015, después de casi dos años de un enfrentamiento
por Ucrania al estilo de la Guerra Fría, dijo a Fox News que Putin merecía un
10 en liderazgo.
La
verdad es que los vínculos personales de Trump con Rusia son fuertes y de larga
data. Se remontan a principios de la década de 2000, cuando Trump, que estaba
en la lista negra de los bancos estadounidenses, recurrió a inversores rusos
para financiar proyectos en Toronto, SoHo y Panamá.
Y
están comenzando a surgir informes sobre la galaxia de influencias e intereses
que se formaron a su alrededor en esa época y para su beneficio: un firmamento
de directores de Gazprom, exmiembros de grupos de presión del dictador
ucraniano Viktor Yanukovych (entre los que se cuenta Paul Manafort, actual
director de campaña de Trump) y prominentes figuras del crimen organizado.
Algunos
analistas, como Franklin Foer, consideran a Trump como “un títere de Putin”.
Otros, como George Stephanopoulos, exasesor del presidente Bill Clinton,
especulan sobre posibles vínculos orgánicos entre la campaña de Trump y el
régimen ruso.
Y
ahora los rusos parecen estar tras la filtración, dos días antes de la
Convención Nacional Demócrata en Filadelfia, de 19 252 mensajes de correo
electrónico que detallan la forma en que los líderes del Partido Demócrata
favorecieron a Hillary Clinton frente a su rival Bernie Sanders. Peor aún,
Trump sobornó entonces al ciberespionaje por parte de una potencia extranjera
contra su oponente: “Rusia, si estás escuchando”, dijo en una conferencia de
prensa, “espero que puedas encontrar los 30 000 mensajes que faltan”.
Las
implicaciones de elegir a Trump serían verdaderamente aterradoras. El problema
no sería solo su vulgaridad, sexismo, racismo e ignorancia desafiante; sería su
posible infidelidad al propio Estados Unidos. El partido de Eisenhower y Reagan
ha sido apropiado por un demagogo corrupto que traiciona no sólo los ideales de
su país, sino también sus intereses nacionales fundamentales.
Vértigo
estadounidense… desastre mundial.
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