El País, 26 de enero de 2012
Hace cinco siglos, exploradores europeos persiguieron un mítico lugar de riquezas al que llamaron El Dorado, entre las actuales Colombia, Venezuela o las Guyanas. Aquella empresa salió mal para casi todos los que lo intentaron: por exceso de expectativas, por falta de orientación, o por divisiones entre ellos. Ahora que en Santiago de Chile el viejo continente busca la salida a la crisis, no se deberían repetir los mismos errores del pasado.
En la Cumbre de Santiago de Chile confluyen centenares de empresas grandes y medianas, y multinacionales latinas en busca de políticos y partners. Es una gran oportunidad tanto para los que empiezan tímidamente a integrarse en torno a la CELAC, como para los que corren peligro de disgregarse en la UE.
Pero a pesar de la retórica habitual, y del esfuerzo de la Santísima Trinidad Europea de la Voz Única (Van Rompuy, Durao Barroso y Catherine Ashton), da la impresión de que gobiernos y empresas acuden un poco cada uno por su cuenta. España ha sido incapaz en el último annus horribilis de poner en común con sus socios aspectos fundamentales para la prosperidad futura de las dos regiones.
Nuevas empresas españolas, italianas, alemanas, nórdicas y francesas, desembarcan en la región, mirando hasta el Pacífico, y ello es bueno; pero sería deseable hacerlo de manera concertada, bajo una batuta política clara. Sería de esperar que en esta jungla de tarifas, subvenciones, peligros de expropiación, o de incumplimientos comerciales, los mandatarios que se han aventurado hasta Santiago – Rajoy y Merkel, una vez apeado Hollande a última hora del viaje – se hubieran coordinado más. Cameron y los italianos en otro planeta, o hastal fondo es el vvalor rte europeo Europa llega a Santiago diezmada y sin los grandes consensos, con británicos e italianos ensimismados en sus planetas.
Por ejemplo, Francia, que invierte en Brasil el doble que en China, y con gran proyección en energía nuclear o el sector aeroespacial, tiene mucho interés en Mercosur; pero al mismo tiempo su proteccionismo agrícola fastidia el proyecto mismo. La alemanas Siemens o Audio se han implantado en México, aprovechando que los costes laborales chinos se disparan y en breve superarán a los del país centroamericano. Merkel no va a desaprovechar la ocasión de enarbolar el made in Germany junto a su empresarios para recuperar las exportaciones. O sea, precisamente para vender a las clases medias latinoamericanas los productos de valor añadido que no puede vender a sus socios, a los que impone austeridad. ¿Y España? Está muy concentrada en salvar los grandes muebles, y en lanzar a su maltrechas pymes en botes salvavidas fabricados para la ocasión, a ese El Dorado de la globalización, de 4% de crecimiento para 2013.
El éxito de los negocios requiere un dialogo político mucho mayor entre los europeos. Hace falta una visión mucho más cohesionada que se puedan creer en la otra orilla, para trabajar en serio sobre grandes políticas económicas o desbloquear los acuerdos regionales. Los gobiernos europeos se ven las caras en Santiago, pero no hablan el mismo idioma. Y poco puede hacer la Asamblea de parlamentarios de ambos continentes cuando tienen las manos doblemente atadas por el nacionalismo latinoamericano y por un Parlamento Europeo disminuido de poder a resultas de la crisis.
La vieja madre patria de todo esto, España, necesita aclararse a sí misma y a los demás qué papel puede y quiere jugar. Los esfuerzos españoles de la Cumbre de Madrid en 2010, no han cristalizado aún en una estrategia europea hacia América Latina, sino más bien en un incremento de inversiones dispersas. En este momento, la política latinoamericana de España se halla en un limbo a ojos de sus colegas europeos. La defensa de la seguridad jurídica interesa a todos, y eso juega a su favor. Pero por ejemplo, en cooperación al desarrollo, España libra una batalla perdida de antemano ante el Norte y el Este europeos, que quieren eliminar la cooperación bilateral con los países de renta media. Aparte de salvar de la quema a los países andinos más vulnerables, España habrá de inventarse otra cosa para liderar.
Se dice que China va desplazando a Europa como primer socio comercial en Latinoamérica, y tal vez en un futuro se equipare como inversor. Pero Europa podría mantenerse muy por delante en influencia política, si orienta su inmensa energía empresarial y de innovación en la dirección de los grandes acuerdos estratégicos y comerciales. Ahí España tiene mucho espacio que ganar aún por la vía del Servicio Exterior Europeo. Si España no toma las riendas de Europa, la nueva aventura a El Dorado latinoamericano podría agudizar la rivalidad económica o las desavenencias políticas -derechos humanos y libertades- entre España y sus socios más ricos, y dar al traste con la empresa entera.
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